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viernes, diciembre 5, 2025

Hombres y dioses / Análisis de lo cotidiano

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Teotihuacan es el lugar donde los hombres al morir se convierten en dioses. Y la leyenda comenzó desde que uno de los dioses, el bueno de Nanahuatzin, eligió lanzarse a la hoguera para que con su sacrificio naciera el Quinto Sol, que sería el que diera vida a la tierra y es el que todavía nos alumbra. A partir de entonces muchos sacerdotes y guerreros pasaron a ser dioses al cumplir su ciclo vital. Muchos siglos antes los egipcios y los sumerios hicieron lo mismo, sus héroes militares, políticos o religiosos eran elevados a la categoría de divinidades cuando fallecían. Es por ello que los dioses desde entonces tienen conductas tan humanas. Son celosos, envidioso, soberbios, asesinos, adúlteros e intrigantes. Los griegos y romanos heredaron este sistema y no fallaron. También sus dioses son corruptos, vengativos, deshonestos y volubles. El hinduismo y el panteón azteca estuvieron lleno de dosis menores, uno para cada celebración. Posteriormente las religiones del fin de la Edad Antigua también habrían de convertir a sus profetas en dioses. Sucedió con el budismo, el islam y el cristianismo. Si bien es cierto que éstos observaron una conducta irreprochable. Pero la lista continuó creciendo, los santos cristianos han alcanzado una categoría de semidioses, con sus propios templos, cultos y festividades. Y como ha ocurrido en todas las civilizaciones, en todos los tiempos y en todos los credos, nos vemos dispuestos a aceptar que ello es normal. Pero la elevación de hombres a niveles de divinidad no ha terminado. La idolatría se ha desplazado a los héroes deportivos y del espectáculo. Pedro Infante, Jorge Negrete y Lola Beltrán son objeto de una verdadera adoración de sus fieles que no los han olvidado, por el contrario, cada día se les reconocen mejores virtudes y se olvidan sus defectos. Los argentinos dicen que Carlos Gardel cada día canta mejor, porque sus discos remasterizados suenan como nunca antes y la veneración que se le tiene, es sagrada. No yendo muy lejos, en Buenos Aires existe la Iglesia Maradoniana, que tiene por profeta al mismísimo Diego Armando conocido como D10S, por el número de su camiseta. Incluso tenemos dioses inventados, como Malverde, el vulgar ladrón callejero que vivía en los patios del ferrocarril de Culiacán y del que no existen pruebas de que realmente haya existido, tiene su ermita, himnos, exvotos, fiesta nacional y se le homenajea con música de banda, santo patrono de los narcos. El busto que lo representa es una imagen de Pedro Infante un poco retocada. La deificación llega a los héroes patrios. En este momento sería sacrilegio dudar de la bienaventuranza de Emiliano Zapata o de Pancho Villa. Tienen sus monumentos, himnos, día nacional, procesiones (o desfiles), imágenes, reliquias y toda la parafernalia de cualquier dios. Sus defectos han sido olvidados, sus virtudes exaltadas. Al amparo de su imagen pueden crearse guerrillas, movimientos subversivos, manifestaciones vandálicas, películas, obras de teatro y se les adjudican frases célebres que nunca dijeron y pensamientos que nunca pensaron. En el santoral cristiano existen cientos de mártires y santos olvidados. En cambio hay algunos que gozan de enorme popularidad. Con los héroes patrios ocurre lo mismo, notables intelectuales, geniales estrategas y hábiles políticos se empolvan en las viejas enciclopedias. ¿Cuál es la moraleja? Los seres humanos necesitamos tener dioses. Nunca hemos logrado ser autosuficientes en nuestras responsabilidades y continuamos encargándoles a los dioses creados o a los hombres santificados que nos resuelvan nuestros conflictos. Así ha sido por muchos siglos, y todo parece indicar que así seguirá por los siglos venideros.

hecgrijalva@hotmail.com

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