Toda nuestra vida, la de todas las generaciones que hoy poblamos este bello territorio mexicano, hemos visto sólo un sistema económico, el cual nos ha ofrecido tiempos de prosperidad y tiempos de angustia. En la actualidad, sin embargo, desde hace ya tres décadas la decepción, la frustración e impotencia se han convertido en parte de la lucha diaria por la subsistencia con la esperanza de que alguna vez esto mejore. Para la mayoría, ocho de cada diez personas, según los datos que arroja la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, ENOE, el suministro de todo lo deseable para subsistir y para tener una vida satisfactoria nunca llegará. Comenzando por el suministro de dinero, los alimentos, los energéticos, los medicamentos y la información, son escasos y escasearán más en 2016.
Se nos ha advertido que el presupuesto gubernamental para el próximo año, del que depende una importante porción de la actividad económica, será raquítico. El reciente aumento de la tasa de interés de referencia en los EUA, si bien no provocará un aumento de las tasas de interés nacionales -de manera que se afecte por ello el dinamismo productivo del país-, sí provocará salida de capitales de nuestra nación. El panorama que se nos presenta, si permanecemos bajo los paradigmas comúnmente aceptados del actual sistema económico, no será halagüeño para la mayoría.
La lógica del sistema impulsa a los individuos a buscar, a luchar por su propio beneficio. Adam Smith, el padre de la teoría económica capitalista, afirmó en el siglo XVII que la avaricia y el egoísmo constituían la mano invisible que hacía moverse a la economía. Es la avaricia la razón del capitalismo para provocar el crecimiento económico. Pero aquello que induce a todos a competir, con el deseo explotar simultáneamente cualquier oportunidad para allegarse de satisfactores a cualquier costo, es lo que ha hecho explotar la economía. A nivel colectivo entre los humanos, la avaricia conduce a la segregación y competencia. La competición lleva al miedo y a la codicia. La codicia conduce a la mentira e inmoralidad. Y la inmoralidad es el caldo de cultivo para la enfermedad que es la pérdida de poder de la persona. Un poder que se pierde en beneficio de un lejano e inasible eje de todo el movimiento económico, los poderes fácticos, que son los que realmente los que, en un lejano centro de actividad global, se benefician del trabajo de todos los demás.
Cada vez más personas en el mundo saben que no es sostenible ya el sistema, que se requiere urgentemente un cambio. Pero éste no puede hacerse con destrucción ni con guerra, porque estaríamos cayendo nuevamente en el juego de control que hoy colapsa. Esperar la salvación y utopía viniendo de fuera es no reconocer la naturaleza de nuestro verdadero ser.
Para crear un nuevo mundo realmente posible, sólo se requiere un cambio de prioridades: sin perder la perspectiva global, donde se desarrolla la ciencia, la tecnología y la autopercepción como raza humana comprometida desde cualquier parte con el mismo planeta, podemos volver la vista a todo lo cercano y local. Allí, en lo local, está el verdadero compromiso de uno con el otro. Sólo con la perspectiva local se puede percibir la interacción con todos los demás y reconocer el valor de la solidaridad, que todo está unido y opera armónicamente y en sincronía
2016 podrá ser el año de la gran oportunidad para realizar el tan anhelado cambio de sistema económico. Éste tendrá que prescindir de estructuras verticales que han fomentado la servidumbre monetaria y la acumulación de la riqueza en manos de una cada vez más reducida minoría, lejana y centralizada.
Desde hace siete años, en esta columna hemos pasado revista a diversas propuestas de antropólogos, economistas, filósofos y hasta de arquitectos. En esta ocasión comparto en síntesis aquellos principios comunes de todos esos ejercicios visionarios, con los que ciertamente podemos remontar las dificultades y penas que la mayoría de los pronósticos nos auguran:
Nuestro planeta posee abundantes y suficientes recursos para sostener la vida. La práctica extendida por la lógica capitalista de generar ganancias a través de racionar los recursos por acaparamiento – o por impedimentos a la libre concurrencia- y por métodos monetarios es contraria a nuestra supervivencia.
La sociedad moderna:
*Posee tecnologías sumamente avanzadas que pueden proporcionar alimento, ropa, alojamiento, asistencia médica, un sistema educativo relevante, y un suministro ilimitado de energías renovables no contaminantes.
*Es capaz de dar uso inteligente y humano a la ciencia y la tecnología. Accesible a todos, con libre acceso a la información comercial, así como libre y total acceso para concurrir física o virtualmente a los mercados.
*Capaz de tener gobiernos centrados en dar prioridad a las personas por encima de lo que demandan los mercados.
El cambio económico es posible:
*Con un acercamiento de los centros productivos a los centros de vivienda. Con sistemas de producción biointensiva y permacultura en las propias áreas de vivienda se propone abatir la huella ecológica que implica el transporte.
*Con un sistema de comercio e intercambios que prescinda de la moneda bancaria para realizar sus cotidianas operaciones y reducir sensiblemente la necesidad de trabajo subordinado y privilegie los métodos compartidos de autosostenimiento.
Una salida a la crisis global, definitivamente, no es aquella que, desde la visión de los que cuidan los intereses de la banca internacional, piden el sacrificio individual para salvaguardar el interés de un lejano sistema centralizado. Una salida a la crisis global obliga a trasladar la prioridad a los equilibrios locales.
Si no deseamos ser engullidos por los intereses que nos sumen en la crisis global, en el próximo año se presenta la oportunidad para cambiar el sistema.
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