- La inminente lluvia presagió una fría noche durante la celebración
Ante la inminente lluvia que presagió una fría noche durante la Romería de la Asunción, ésta, en su LVII edición, el día de ayer cobró movimiento en la avenida Madero del centro histórico de la ciudad.
Dicha celebración tuvo su origen en 1935, “durante la primera quincena de agosto las peregrinaciones a la catedral se suceden de manera ininterrumpida, y hasta 1954 las festividades terminaban el día de la Asunción con una ceremonia en la que la imagen de la Patrona de Aguascalientes era paseada por las naves de la sede episcopal”.
A las 20:00 horas, tiempo programado, ocurrió una sucesión de colores opacados, una sucesión de olores arrojados por el aire húmedo, en el fondo de la plaza los sonidos de tambores se volcaban con las danzas de matlachines a pesar de la lluvia; los de arriba, en el templete, indiferentes comiendo palomitas, frituras, canapés, carnes frías, aceitunas, elotes, panecillos, refrescos, café, un caliente chocolate repartido todo por meseros, mientras vocado a vocado se esperaba la alegoría de la santa patrona; los de en medio, monjas, sacerdotes, unas pocas familias que entretejían sus manos simulando una oración, absortos simplemente; los de abajo, de pie, bajo la lluvia, sorteando empujones, un lugar en primera fila tras las vallas, con las manos sujetas para no perder los hijos, para no perder el vocado repartido, para cruzar miradas y reconocerse como iguales, como igual repartido el frío y la humedad del suelo que los arraiga a la fervorosa celebración, y al fondo frente a la fachada de tezontle rosado de Palacio de Gobierno, al fondo continuaba el sincretismo de globos, algodones, gorditas, tacos que retumbaban mientras los penachos de los danzantes se sacudían sin cansancio, con fe.
Llegaron tardías las 21:40 horas cuando frente al templete, ese, el de los de arriba ahora atentos, donde el séptimo obispo José María de la Torre pidió una oración ovacionada por “el pueblo reunido”, atraviesan bandas de guerra, danzas de matlachines, decanatos, pendones marianos, jóvenes parroquianos que gritan el nombre de María y aplauden, “María, madre y virgen”, párvulas vírgenes caminan creyentes, la alegoría también se alza en el cielo que truena en la distancia y lo ilumina. Y los carros alegóricos, iluminación evangelizadora de los creyentes, imaginario colectivo que se concretiza en la artificial representación de vírgenes, santos, cristos, obispos.
“Gracias a las fiestas el mexicano se abre, participa, comulga con sus semejantes y con los valores que dan sentido a su existencia religiosa o política”, afirmó Octavio Paz. La lluvia se detuvo, esperó entonces para dar vía a la comparsa de los otros, aquellos que esperaron para reunirse a las cavidades del pueblo de Aguascalientes.




