Para Jesús Ramón Ibarra, con el amor compartido por el deporte rey
#TrustInAmor podría ser un horrible hashtag bilingüe para el día catorce de febrero. Así parecería pero es el lema que usó el Adelaide United, un equipo del final de la tabla de la liga australiana de futbol para pedir fe y confianza en que la escuadra mejoraría con la llegada del nuevo entrenador, Guillermo Amor Martínez. Y la confianza pedida por el club dio resultados. A pesar del horrible comienzo, cinco derrotas y tres empates para colocarse como el colista de la liga australiana, a comienzos de este año el milagro de Amor ha funcionado ganando catorce de los dieciocho puntos disputados clasificándose para los play-offs y contando como un candidato serio a ganar el campeonato australiano con un entrenador que se graduó como tal en la misma generación del exitosísimo Guardiola.
Guardiola, Laudrup, Ronald Koeman, Stoitchkov o Romario fueron algunos de los nombres del primer “dream team” del F. C. Barcelona (primero, claro, porque el actual también lo es), del entrenado por Johan Cruyff, y modelo de los Barcelonas posteriores. Allí, ni salvando la portería, como portero o como defensa, ni metiendo goles como aquel histórico de Koeman en la final de la entonces llamada Copa de Europa, estaba Guillermo Amor, un jugador al que una de sus escasas reseñas describe como “generoso, colectivo, luchador, fuerte, con empeño”.
Y a esas virtudes deben sumarse cinco ligas españolas, tres Copas del Rey, cuatro supercopas de España y los triunfos en Europa, dos Supercopas de Europa, una Recopa de Europa y la más que celebrada primera Copa de Europa del Barcelona en el histórico Wembley. Un palmarés que seguramente Guillermo Amor no soñaba, o quizá sí, cuando jugaba al futbol en los recreos de su natal Benidorm. Algo debieron verle los ojeadores del Barcelona cuando se incorporó a la cantera del club en La Masía con doce años cuando la edad mínima permitida en aquel entonces eran los catorce años. Allí, según los compañeros, se sentía solo pero la pasión por el futbol le hacía olvidar la tristeza de estar lejos de la familia. Hasta que, al fin, logró debutar con el primer equipo.
El 23 de septiembre de 1982 se inauguró el Miniestadi con un partido del Futbol Club Barcelona contra el Futbol Club Barcelona. Una de las estrellas del equipo aquella temporada Diego Armando Maradona encontró el camino a la banca en el minuto treinta y ocho para que Guillermo Amor lo sustituyera. La página oficial del club resume su espíritu ese día diciendo que “Su figura simbolizaba las esperanzas de muchos de los jóvenes que hoy en día trabajan en las categorías inferiores del Barcelona y que ven en Amor un ejemplo a seguir”, una última frase que, gracias al febreril apellido del futbolista no desentonaría en William Shakespeare.
Y si su primer partido oficial había sido sustituyendo a uno de los grandes del balón, también estuvo, aunque no en el campo, en aquel partido contra la Sampdoria en Londres. Guillermo Amor había sido motor de aquel equipo pero también sufre de una gran maldición que sufren la mayoría de los centrocampistas. Hay porteros que se convierten en leyenda manteniendo su portería imbatida. Hay defensas que, por eficaces o por alguna entrada histórica, pasando a la historia. Hay delanteros que gracias a goles espectaculares o a la cantidad de dianas se convierten en nombres de referencia. Los mediocampistas, como Amor, pasan siempre, o casi siempre, desapercibidos. “Si bien no destacó con un juego personal, se le podría definir como un jugador colectivo y luchador. El alicantino desempeñaba un trabajo sobrio y oscuro, pero efectivo”. O sea, el centrocampista perfecto. El mismo que participó en dos Mundiales y en dos Eurocopas con la selección española. El mismo que marcó el gol número cuatro mil del equipo blaugrana.
Una vez acabada su carrera en el Barcelona lo intentó en tierras italianas jugando con la Fiorentina donde pasó sin pena ni gloria. Y regresa a España a jugar en un equipo que todavía no era el gran equipo que sería después, el Villarreal al que ayudó con todo lo aprendido a convertirse en el submarino amarillo, al que ayudó haciendo de él un mejor equipo. Acabaría colgando las botas en mediocre Livingston F. C. de Escocia. Y, como les ocurre a muchos de los grandes deportistas, no pudo alejarse del futbol en el que siguió, primero, como encargado de todas las categorías inferiores del club que lo había formado y después como comentarista deportivo, una profesión que a pesar de lo inocua que pueda parecer le produciría, en una carretera con el cansancio de viaje-transmisión-viaje un accidente en el que casi pierde la vida.
“Guillermo Amor, un jugador esencial para el equipo y en especial para los aficionados amantes de este deporte que hoy día necesita más sentimientos que balones de oro”.
Un sentimiento, el futbolero y el barcelonista, que se transmite de generación en generación haciendo que su hijo, Guillermo Amor, “Guille”, militó en la cantera aunque no logró llegar hasta el primer equipo, un primer equipo que al final acaba nutriendo el de veteranos del Barcelona donde todavía sigue jugando.
Y a Guillermo Amor, que como todos los grandes poetas habla de sí mismo hasta cuando habla de otros, se pueden aplicar las palabras que él aplicó a Guardiola. “Siempre ha sido un loco del futbol. Eso lo distingue por encima de todo. Hay muchos jugadores que viven de esto, pero que tampoco muestran un interés desmesurado por el deporte que practican. Con él, es diferente (…) Los canteranos siempre son necesarios pero su vacío costará enormemente de llenar por su inteligencia y por el simbolismo que representa en el Barça”. Por eso, y por muchas cosas más, #TrustInAmor.




