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viernes, diciembre 5, 2025

La conquista de la ubicuidad / A lomo de palabra

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Puede resultar pasmosa la inmensa distancia que consigue alcanzar la saeta del lenguaje cuando es disparada por un poeta sagaz. Conozco casos en los que el tiro de la poesía ha llegado, certero, a sitios inaccesibles, tanto para la filosofía como para la ciencia. Paul Valéry (1871-1945) se definía a sí mismo como alguien totalmente ajeno a la filosofía, es más, decía, “tal vez sea algo así como un anti-filósofo”. ¿Por qué? “Seguramente por considerar el lenguaje de forma especial”. Ciertamente, el trato poético que Valéry le otorgaba al lenguaje le permitió componer portentos. Enseguida, una evidencia ejemplar e insólita.

La muestra me salió al paso en una nota a pie de página, mientras releía un texto de Walter Benjamin (1892-1940), su ensayo La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica, en una excelente traducción al castellano realizada directamente del alemán por Andrés E. Weikert (Itaca, 2003), a partir de la primera versión definitiva (1935-36) del texto original de 1934. Benjamin emprende su disertación afirmando que cuando Marx analizó el capitalismo, éste se encontraba apenas en sus albores, de tal manera que, considerando el amplísimo alcance de sus estudios, gran parte de ellos tienen “un valor de prognosis”. Fue un acierto del intérprete no haber traducido prognostischen Wert como “valor de pronóstico”, puesto que esta última palabra tiene una fuerte connotación de adivinación o premonición, y Benjamin no afirma que Marx haya sido un augur, un nigromante que haya previsto el futuro fatal. La prognosis no presupone destino, tampoco tiene nada de divino o sobrenatural; su ámbito es el de las facultades humanas, y no es otra cosa que una consecuencia necesaria del pensamiento narrativo: si los acontecimientos no suceden caóticamente, sino que transcurren de acuerdo al orden de una trama, entonces, atendiendo determinados hechos significativos, es posible conocer anticipadamente el sentido y desenlace de una historia. Benjamin recapitula los desarrollos tecnológicos que, hasta principios del siglo XX, habían pivoteado la reproducción acelerada de obras de arte, primero gráficas y después sonoras. En una nota del traductor, me entero de que, en la tercera edición de su ensayo (1937), Walter Benjamin había incorporado el siguiente pasaje: “Estos dos esfuerzos convergentes [el desarrollo de las técnicas para reproducir imágenes y sonidos] hacían previsible una situación que Paul Valéry caracteriza con la siguiente frase: ‘Así como el agua, el gas y la corriente eléctrica vienen ahora desde muy lejos a servirnos en nuestras casas, obedeciendo a un movimiento de nuestra mano, así llegaremos a disponer de imágenes y sucesiones sonoras que se presentarán respondiendo a un movimiento nuestro, casi a una señal, y que desaparecerán de la misma manera’”. ¡Prognosis de poeta!: Paul Valéry describe así lo que hoy día cualquier persona con una conexión a internet hace cotidianamente. Walter Benjamin recuperó la cita de un texto extraordinario de Valéry, La conquête de l’ubiquité, escrito en 1928 y publicado hasta seis años después en el libro Pièces sur l’art. Uas pocas páginas que deslumbran: se trata de una sucinta disertación de apenas mil 68 palabras en francés, plagada de diamantes de a kilo. Lo que el poeta parisino alcanzó a vislumbrar hace casi ya un siglo no solamente bosquejaba un futuro que para nosotros ya es hoy presente, sino uno que está por venir, más allá del ahora en el que yo escribo y tú me lees.

La capacidad de observación del poeta supera con mucho la del científico. ¿Algún sociólogo previó el estallido de la cultura pop, el rol del rock & roll en la globalización? El mismo año que Ravel estrenó en el Ópera Garnier de París su Bolero, Paul Valéry escribía: “De todas las artes, la música es… la que más se mezcla con la existencia social… Nos trama un tiempo de vida ficticia, insinuando apenas trazos de vida verdadera… Como toca directamente la mecánica afectiva, que maneja y pulsa a su antojo, es universal por esencia; encanta y hace danzar por toda la Tierra. Al igual que la ciencia, se vuelve una necesidad y un producto internacional”. Y la solución tecnológica, sentenciaba Valéry ochenta años antes de que comenzara a funcionar Spotify, apunta a que sea posible “recuperar a voluntad una obra musical en cualquier parte del globo y en cualquier momento”. En cuanto a las imágenes, Valéry juzga que cuando escribía, 1928, las técnicas de reproducción y transmisión todavía eran muy primitivas, pero proyecta la meta: “Un sol que se pone en el Pacífico, un Tiziano expuesto en Madrid, todavía no vienen a pintarse en una pared de nuestra casa con la misma fuerza y verosimilitud con que recibimos una sinfonía”. Sin embargo está seguro de la dirección de la historia: “Todo se hará… Se sabrá cómo transportar y reconstruir en cualquier lugar el sistema de sensaciones que proporciona en un lugar un objeto o suceso cualquiera. Las obras adquirirán una especie de ubicuidad”.

El prognostischen Wert del texto de Paul Valéry azora: “No sé si algún filósofo haya soñado jamás una empresa dedicada a la distribución de realidad sensible a domicilio”. Sin embargo, al menos si al pronosticar lo que sigue estaba pensando en la mayoría de la gente, en el efecto erró: “Hay personas muy solas… Hete aquí que esos ratos vacíos y tristes de esos seres destinados al bostezo y los pensamientos taciturnos son ahora dueños de adornar su ocio o de infundirle pasión”. En realidad, en la época de la omnipresencia de estímulos, los seres tristes, taciturnos, enfangados en el aburrimiento se han multiplicado, con todo y la conquista de la ubicuidad de sensaciones.

 

@gcastroibarra

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