I’ve seen the sky just begin to fall.
He says –All things pass into the night,
and I say –Oh no, sir, I must say you’re wrong
I must disagree, oh no, sir, I must say you’re wrong.
Won’t you listen to me?
Goodbye horses, Q Lazzarus
Hay un evidente fracaso en el desarrollo educativo, social, moral, administrativo y jurídico de una colectividad si una parte de sus miembros considera “antinatural” la homosexualidad, y cuando -en consecuencia- la administración pública secunda con acciones esa abyecta perspectiva. Es decir, los grupos y los individuos tienen el derecho a creer en lo que les venga en gana; vamos, que hay gente que cree en estulticias como la Dianética, el “apostolado” de José Luis de Jesús Miranda, el valor social de la tauromaquia, los ovnis, la homeopatía, el nazismo e, incluso, la validez de la homofobia. Estas creencias son totalmente cuestionables, pero también es cierto que los grupos y los individuos tienen el derecho de querer permanecer en la ignorancia, mientras que eso no socave el desarrollo colectivo. Lo que no es permisible en ningún sentido es que el Estado (con mayúscula), mediante la administración pública, la legislatura o la judicatura, solape y promueva mediante leyes, resoluciones judiciales, o políticas públicas semejantes estupideces.
Transitar hacia una sociedad inclusiva, plural, positiva (en el sentido de Comte), es un paso arduo pero no imposible. A principios de los noventa, ante el terrible auge de la propagación del VIH en el centro del país, se creó la Fundación Aguascalentense de Lucha Contra el Sida, la conocida Falcons. En ese tiempo yo apenas estaba transitando la adolescencia y recuerdo haber participado alguna vez como voluntario en el volanteo de promoción de la fundación que, en ese entonces, se integraba por activistas de toda índole y además por una parte de la comunidad homosexual local, ya que ésta sufría de una doble discriminación: la de tener preferencias y orientaciones sexuales distintas a la heteronormatividad, y la de ser un criminalizados como sector social de riesgo ante la pandemia. En esos años, la administración municipal tendía razzias para detener homosexuales en las calles, bajo el oscuro término de “faltas a la moral” y, poco a poco, la comunidad homosexual se fue organizando en colectivos de defensa de sus derechos humanos.
Aun y cuando en Aguascalientes no habíamos llegado a la normalización de la diversidad y al piso parejo de la cero discriminación, sí se percibían cambios favorables respecto al oscurantismo que me tocó atestiguar en mi adolescencia. Sin embargo, la reacción de un funcionario mando medio del Instituto de Servicios de Salud del Estado de Aguascalientes ante el “reclamo” de unas señoras copetonas (dignas representantes de la ficticia Pía Sociedad de Sociedades Pías) por un anuncio -diseñado y financiado por la Federación- para la campaña de difusión y prevención contra el VIH en la población de riesgo integrada por hombres que tienen sexo con hombres, que finalmente fue censurado, me recordó al oscurantismo chato y pendenciero de los noventa en el que era bien visto que los balnearios tuvieran advertencias de no permitir la entrada a “mascotas y homosexuales”. Fui un iluso al pensar que ese nivel de ignorancia y rancio oscurantismo ya había sido superado.
A pesar de que desde 1973 la homosexualidad fue descartada por la Asociación Americana de Psicólogos (APA, en inglés) como trastorno mental, y ya no se incluyó en la cuarta edición de su enciclopédico DSM; a pesar de que el mundo comenzó a transitar a perspectivas más incluyentes y humanistas con respecto a la diversidad sexual; a pesar de que en la legislación vigente la discriminación es un delito; a pesar de que incluso Jorge Mario Bergoglio ha emitido posturas más incluyentes hacia la homosexualidad respecto a lo que proclamaron sus antecesores Wojtyla y Ratzinger; a pesar de que la mera condición de humanidad debería de igualarnos; a pesar de todo, en Aguascalientes (sociedad del prurito conservador y de la mancha en la bragueta del beato) se mantiene la chabacana visión de que los homosexuales y sus prácticas eróticas son antinatura; y eso es un rotundo fracaso en el desarrollo integrador de nuestra colectividad.
Tengo una hija. No veo -por ningún motivo- nada que represente un problema al explicarle que el amor puede ocurrir entre las personas, independientemente de su género; y que las expresiones del afecto son naturales en el estricto marco de la decisión libre, consciente e informada, del irrenunciable consenso, y de la equidad de circunstancias. Si nosotros como padres somos incapaces de explicar eso a nuestros hijos, no son los valores sociales los que han fallado, somos nosotros como padres los que -con nuestro fracaso- reproduciríamos una generación más de ciudadanos educados en la ignorancia, la culpa, la intolerancia y la oscuridad, incapaces de integrarse comunitariamente con la otredad. Y eso es inadmisible.
Cierro con un fragmento del poema de Nicolás Guillén, Digo que no soy un hombre puro, a colación de las atrocidades que se cometen en nombre de la pureza:
“…creo que hay muchas cosas puras en el mundo
que no son más que pura mierda.
Por ejemplo, la pureza del virgo nonagenario.
La pureza de los novios que se masturban
en vez de acostarse juntos en una posada.
La pureza de los colegios de internado, donde
abre sus flores de semen provisional
la fauna pederasta.
La pureza de los clérigos.
La pureza de los académicos.
La pureza de los gramáticos.
La pureza de los que aseguran
que hay que ser puros, puros, puros.
La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia.
La pureza de la mujer que nunca lamió un glande.
La pureza del que nunca succionó un clítoris.
La pureza de la que nunca parió.
La pureza del que no engendró nunca.
La pureza del que se da golpes en el pecho, y
dice santo, santo, santo,
cuando es un diablo, diablo, diablo.
En fin, la pureza
de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro
para saber qué cosa es la pureza.
Punto, fecha y firma.
Así lo dejo escrito”.
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