Yo tenía, no sé, seis o siete años, no estoy muy seguro, es más, puedo decir sin temor al error que incluso antes, desde mi más tierna infancia que mis oídos ya habían degustado del virtuosismo de Yehudi Menuhin, mi papá solía escucharlo con frecuencia, no sé cuántos discos tenía en ese tiempo, y no sé cuántos conserve aún, de este virtuoso del violín, que este mes cumplió cien años de nacimiento, buen pretexto para compartir contigo algo de este genio de la música.
No pretendo recorrer la biografía de este gran maestro del violín, ni pretendo repasar datos biográficos ni anécdotas que muchos conocemos de memoria, en todo caso pretendo compartir contigo, que degustas este banquete, mi experiencia personal con la música de Yehudi Menuhin, así que te invito a que me acompañes.
Mi padre siempre ha apreciado el violín sobre cualquier otro instrumento, de verdad no sé por qué, para quien esto escribe, el piano es el instrumento favorito cuando desde pequeño era principalmente el violín lo que escuchaba en aquel viejo tocadiscos que estaba en la sala de mi casa. Mi papá se pasaba las mañanas de los sábados y domingos colocando discos en el plato que giraba a 33 1/3 revoluciones por minuto, colocaba el brazo sobre los surcos del acetato y surgía de inmediato la magia, el sonido inundaba el silencio, lo recuerdo con una claridad que no deja de sorprenderme, considerando lo frágil y volátil de mi memoria, los recuerdos son inasibles, etéreos, al menos eso me sucede a mí, pero esos, y otros, los he logrado retener con firmeza.
Los sábados en la mañana, mientras mi mamá cocinaba el desayuno con su delicioso sazón, mi papá colocaba disco tras disco en ese viejo aparato en donde conocí tanta música, y en donde aprendí, efectivamente, que sólo hay dos tipos de música, la buena y la mala, y por supuesto, en la sala de mi casa aprendí a disfrutar de la buena música.
Mi papá se sentaba en su restirador, a veces se ponía a dibujar en la mesa del comedor, posiblemente porque le quedaba más cerca el viejo tocadiscos, y yo me sentaba en el piso jugando con mis coches de fricción o de pilas, con patrullas que encendían sus luces al chocar contra cualquier cosa o con pequeños autos de carreras que corrían veloces en pistas de dos carriles en forma de 8, yo jugaba distraídamente escuchando a mi mamá pedirle a papá, como casi todos los fines de semana: “quiero escuchar el concierto de Tchaikovski”, claro que se refería al de violín, y mi papá, sin hacerse de rogar sacaba aquel disco en cuya portada yo podía leer Yehudi Menuhin, eran esos años en que estás aprendiendo a leer y no resistes la tentación de leer todo lo que te encuentras. Recuerdo que en una de esas sesiones de música matutinas de fin de semana, tomé entre mis manos ese disco con el famoso sello amarillo, en ese momento ignoraba, por supuesto que la Deutsche Grammophon era el mejor sello discográfico de música clásica. Pues bien, te decía que tomé aquel disco y leí, obedeciendo las leyes gramaticales que estaba estudiando en el Marista: “Yeudi Menuin”, ya sabes, la “h” es muda, mi papá me corrigió, me dijo: “se pronuncia Yejudi Menujin” (por supuesto, lo escribo como se pronuncia), no pasó mucho tiempo para que yo también pidiera los fines de semana escuchar el concierto de Tchaikovski. Pero al mismo tiempo, mi papá, que tenía otros discos de Menuhin, me mostró el encanto del inmortal violinista con conciertos como el de Mendelssohn, Brahms, Beethoven, Alban Berg, no sé, eran muchos y todos fascinantes.
A estas alturas me cuesta mucho trabajo decir cuál es mi concierto de violín favorito, tampoco me tomo el atrevimiento de decir quién es mi violinista favorito: Yehudi Menuhin, Jascha Heifetz, Isaac Stern, Salvatore Accardo, probablemente el mejor intérprete de Paganini, lo que ya es mucho decir, Joseph Szigeti, Ida Haendel, no sé, sin duda podría completar una lista de grandes intérpretes del violín, pero no es el caso, el hecho es que en esta ocasión quiero recordar, y por supuesto, compartir contigo la sublime fascinación que me despierta la forma en la que Yehudi Menuhin entiende la música y cómo la expone. Por cierto, salvo tu mejor opinión, este violinista virtuoso nacido en Estados Unidos, de nacionalidad británica y de origen ruso, es uno de los mejores intérpretes de los conciertos para violín de Wolfgang Amadeus Mozart, es difícil decir que sea el mejor, pero sin duda el Mozart de Menuhin tiene carta de naturalización.
¿Sabes? Mi mamá murió el 16 de abril de 2001, y una de las cosas que jamás podré arrancarme de los archivos de mi memoria es verla parada en la puerta de la cocina de mi casa en la calle Díaz de León, a unos metros de López Mateos en el Barrio del Encino, mientras cocinaba el desayuno cualquier fin de semana del año diciéndole a mi papá: “quiero escuchar a Tchaikovski”. Él sabía, por supuesto, a qué se refería mi mamá, y colocaba en aquel viejo tocadiscos el Concierto para Violín y Orquesta en Re mayor, OP. 35, sí, con Yehudi Menuhin como solista, no recuerdo, debo confesarlo, qué orquesta era ni quién la dirigía, pero eso, en este momento, es lo de menos.
