Es asombroso ver cómo la lluvia le cambia el rostro al campo. Dos años han tenido que pasar para ver al fin la caída de agua en tierras aguascalentenses, tiempo durante el cual sólo unos cuantos –quienes tienen pozos y riego tecnificado en su propiedad– pudieron sembrar y conservar con vida a sus animales; mientras que para otros –para la mayoría–, las cosas fueron distintas. Ningún producto agrícola se logró, y muchas cabezas de ganado se perdieron. La sequía, cada vez más común, dejó una estela de erosión en la mesa de cientos de familias que dependen de la tierra.
Hoy, el campo luce verde, brillante, vital, pero no gracias al interés de las autoridades gubernamentales por mantener una actividad agrícola y pecuaria sana, productiva, floreciente; no, nada de eso. Vemos que su apuesta es y seguirá siendo dirigida a otros rubros, como por ejemplo el impulso a la industria –principalmente la automotriz–, sobre suelos que algún día sirvieron para sembrar. Éste es el caso de las tierras ubicadas al sur de la ciudad, en donde en poco tiempo se establecerá una planta más de la transnacional Nissan, proyecto visionario y tan anunciado como el principal logro de la presente administración, que según dicen, reportará grandes beneficios al estado.
Por el momento, Gaia, que es la única que sabe cuánto y cuándo, y castiga sin piedad los excesos de sus hijos predilectos, los seres humanos, ha favorecido a la campiña aguascalentense con lo que podría considerarse una buena temporada de lluvias para el cultivo de los diferentes productos que se acostumbra sembrar en estos suelos: maíz, frijol, chile, entre otros; de seguir así el temporal, podrían darse buenas cosechas.





