Una de las frases más pronunciadas dentro del proceso electoral, en las campañas, por la autoridad electoral y los partidos políticos es aquella que reza “el voto es libre y secreto”.
Muchas veces repetimos frases construidas, previamente armadas, sin estar seguros de la trascendencia que conllevan las palabras pronunciadas. Es más, creemos que a fuerza de ser repetidas, por ese solo simple hecho, se conviertan en realidad.
Durante estos últimos años, inmerso en la materia electoral, varias cosas he aprendido y recitado, entre ellas, las características del voto: El voto es universal, libre, secreto, directo, personal e intransferible. La calidad de la universalidad se le da porque pueden votar hombres y mujeres por igual, siempre que cumplan con los requisitos básicos que impone la ley (que posean credencial para votar, y se encuentren vigentes en la lista nominal).
Es secreto porque, por más que existan voces aunque digan que se puede, no se puede saber quién votó por quién. Existe una posibilidad remota, que es aquella en la que fueran tan pocos a votar, digamos uno o dos, y que obviamente las boletas que al final se hubieran transformado en votos, salieran marcadas por el mismo partido. Sin embargo en la práctica es muy poco probable que eso suceda. Y con un voto diferente nunca se sabría por quién vota cada elector.
Es directo porque no se vota por un mensajero, delegado, propio o colegio electoral. Quienes a fin de año presenciemos el proceso electoral en los Estados Unidos que renovará a su presidente, podremos darnos cuenta de cómo se realiza una elección indirecta. Y si nos remontamos a la historia veremos que en las presidenciales estadounidenses del 2000, un candidato tuvo mayor número de votos directos, pero ganó el que obtuvo mayor cantidad de miembros al colegio electoral.
Personal porque necesariamente hay que apersonarse en la casilla para ejercerlo y a cada persona corresponde solamente un voto por elección. Es intransferible, dado que no se debe de comerciar, intercambiar, vender o comprar.
Pero ¿dónde está la libertad en el voto? Es una garantía que brinda el propio sistema de que la persona que accede a una casilla electoral puede votar, sin que nadie pueda influir en su decisión personal sobre el partido o candidato por el cual desea emitir su opinión. El principio básico es que nadie debe ser obligado a votar por un partido o candidato que no quiera.
De todas las características mencionadas ya anteriormente, ésta es a mi juicio la más difícil de garantizar. El sistema está diseñado para que, dentro de la casilla, se den las condiciones de que una persona pueda votar solamente con credencial y estando en la lista nominal, sin ser cuestionado acerca de su género, escolaridad o religión, que solo se le provean las boletas necesarias para emitir su voto, en una mampara a la que solo tiene acceso el elector, y quiero creer que con el paso del tiempo, tenemos un electorado que va adquiriendo conciencia de la importancia de no comerciar con su voto de cualquier manera.
¿Cuántos habrá que no crean en la libertad de su decisión? ¿Cuántos candidatos no se aprovecharán de tales condiciones para apalabrar a esos votantes? ¿Cuántos no están en una posición de no poder elegir libremente?
La moraleja que nos queda es que mucho hemos avanzado y más habremos de avanzar entre las reformas políticas sobre temas que resultan torales para la construcción ciudadana en este país. Habremos de empezar por las bases y mostrar a todos aquellos que no conciben la libertad en el sufragio que es posible garantizarla como lo hacemos con las demás características, para luego adentrarnos en conceptos más elaborados y que requieren de una ciudadanía más activa y participativa.
Mientras ello ocurre, sigamos analizando con espíritu crítico las lecciones de la elección.
/LanderosIEE | @LanderosIEE




