De pronto yo estaba ahí, en pleno 2016 frente a la capital del rock azteca, por un momento pensé que se trataba de una ilusión óptica, o tal vez de una alucinación, ¿acaso había encontrado la manera de viajar al pasado?
Veinticuatro horas antes de que la madre tierra sacudiera su furia contra los habitantes de la vieja Tenochtitlan, ese día Tony Méndez y un grupo de valientes caballeros levantaron las cortinas de metal para dejar entrar a los amantes del “Rock en tu idioma”. Sobre Insurgentes sur muy cerca de la denominada Ciudad deportiva donde está el estadio ahora Azul, las Águilas Blancas del IPN escenificaban épicas batallas contra los Cóndores de la UNAM, ahí mero, sobre una de las avenidas más emblemáticas de la capital se iluminaba el letrero de neón de Rockotitlán, donde se llevaban a cabo otro tipo de campales. Sin espacio para los fresas, gruperos, salseros y guapachosos la banda se juntaba para honrar a lo mejor de la música más estridente y señalada por la sociedad. El Tri de Lora, Kenny y los Eléctricos, Botellita de Jerez, un platillo para viernes en la noche que no se podía despreciar, todo por el mismo boleto, más las chelas, claro está, o lo que quisieras consumir. El sábado Fobia, (poco queridos por la banda, pues los rockeros no son bonitos), Kerigma y Los Caifanes.
Década y media de vivir el rocanrol a la mexicana con excelentes músicos y mejores amigos, sin censura aparente y con mucha energía. Los que íbamos al Rocko presumíamos saber del género musical, era la escuela del rock, aprendías de los demás, compartías información y con suerte hasta con florecita rockera salías de ahí.
Otro aderezo que no puede faltar para completar la remembranza y reflexión es la edad, sí, estimado lector, la juventud hace que se vea la vida desde otra perspectiva, puede que comulgues con la izquierda desde siempre o con la derecha, pero la forma de asumirla y de vivirla es diferente. 1985 Miguel de la Madrid como presidente de los mexicanos, una economía inestable como siempre, un compromiso mediático-deportivo que se suponía ayudaría a detonar mercados, un fenómeno natural inesperado que de alguna manera ayudó a unir a la sociedad, a ser solidarios, un entorno mundial hostil y los jóvenes refugiados en la música como bálsamo para curar las heridas de más atrás.
Primero Avándaro, luego el Chopo, la represión de Miguel Alemán hacia el género, bien sufrida por Alex Lora y sus huestes, que dicho sea de paso supieron aguantar vara y aquí los tienen en el rocanrol, luego, Rockotitlán que se convirtió en EL LUGAR y que también soportó una nueva embestida ahora por parte de Carlos Salinas en 1988. Dejar de ser clandestinos aunque pareciera que era la esencia del rock nacional, dejar de lado el anonimato y convertir al género en una industria musical, vivir de ello, quitarle al rock la culpa de todo, se acuerda de “El rock es cultura”, hasta dónde tuvimos que llegar para des-satanizar el género.
Rockotitlán como la válvula de escape, como el punto de reunión de los “inadaptados”, de los roqueros de mala y buena facha que gustaban de parrandear no para delinquir sino para aprender, disfrutar, divertirse y hacer catarsis. Santa Sabina, Café Tacuba y muchas otras bandas más que como movimientos alternativos urbanos dejaban en claro que el talento no estaba peleado con ellos; todo un movimiento cultural digno de ser analizado porque de no haberse dado en ese momento, las nuevas generaciones no serían lo que son, trillada la frase pero ahora le digo a qué me refiero.
Ahora tenemos roqueros de la tercera edad, internacionales y nacionales, Paul McCartney para no ir muy lejos, Charlie Watts por ejemplo, Alex Lora de este lado, Javier Bátiz, el mismo Carlos Santana, mitad gringo mitad mexicano, pero ellos no tuvieron abuelos amantes del rock, vamos, ni siquiera padres seguidores de la corriente musical, eso que orilló a que aquellos jóvenes sesenteros fueran relegados, mal vistos y hasta perseguidos, la música estridente se relacionó con violencia, drogas, excesos, otra frase acuñada de aquellos ayeres “Sexo, drogas y rocanrol”, los malos de la historia, los rebeldes sin causa, la sociedad echada a perder. Pero qué cree, esos jóvenes crecieron, maduraron, aprendieron de la vida y se convirtieron en padres y fueron más permisibles con sus hijos, lo que ocasionó un choque sociocultural, los hijos de los “liberales” los habitantes de Rockotitlán contra el resto de los mexicanos aun conservadores entre comillas.
La forma de ver la vida para nosotros lo mexicanos cambió, esa generación marcó una nueva línea, una apertura hacia la tolerancia, sobre todo porque hubiera tardado más en darse, los habitantes del rocko y los seguidores del rock fuimos capaces de demostrarle al resto de la sociedad que el género no es más que cultura y que gracias a ella hemos cambiado la cosmovisión de la juventud mexicana; esa misma juventud que don Salvador Romo se dio a la tarea de convocar para dejar patente que 31 años después, con canas y experiencia, con hijos y con sueños, con nostalgia y con recuerdos, nosotros seguimos ahí. Hermosas señoras, atractivos caballeros recordando que el compromiso con Marciano, con Kala, con Piro, con Kazz, con Sergio Santacruz, con Rafa Sánchez, con Miguel Mateos, con Leoncio Lara Bon, será de por vida.
Resucitó Rockotitlán en Aguascalientes la noche del 3 de diciembre de 2016 y con ello la fuerza, la energía, las ganas de luchar y no quedarse callados, la Juventud de los ochenta con 31 años más de experiencia y muchas rayas al tigre, aguas porque la mecha de la bomba de volvió a prender.
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