Como católico que soy y mexicano, siento un orgullo que se puede calificar de santo por saberme hijo de Nuestra Señora de Guadalupe, como tantísimos más, soy guadalupano y lo traigo a colación porque el Prelado del Opus Dei falleció precisamente el día en que celebramos y honramos a Nuestra Madre del Cielo. Desde el escenario de la fe, esto ha supuesto para los fieles de la Opus Dei unos sentimientos encontrados: de pena y dolor, por saber que ya no tendríamos ese cariño, mirada y voz paterna, afable, interesada por nuestras cosas que siempre fueron sus cosas y a la vez de alegría por tener la certeza de que se encontraba ya en la presencia de Dios.
Ahora, así nos toca vivir, debemos mirar hacia el frente y lo que se viene a partir del próximo 21 de enero es el proceso para elegir a quien deba suceder a Monseñor Echevarría al frente del Opus Dei, proceso que inicia con una reunión de la Asesoría Central y sus Delegadas en los diversos países donde el Opus Dei trabaja apostólicamente, para, tras haber escuchado sus propuestas, el Congreso Electivo proceda a elegir a quien conjuntamente, las mujeres y los hombres ven como la persona idónea para asumir el cargo de Prelado del Opus Dei, a quien familiarmente, la Obra es una familia de vínculos sobrenaturales, como le gustaba decir a su Fundador, san Josemaría Escrivá, llamaremos Padre y trataremos de vivir en consecuencia, es decir, como sus hijos que eso somos antes que nada.
Estos han sido y serán, hasta que venga el nombramiento del Papa de la persona elegida, días de oración serena, confiada en que vendrá quien la Providencia ha previsto que suceda en el tiempo y lugar a Monseñor Echevarría.
Se trata de una espera cierta, segura, aunque no sepamos quién es concretamente esa persona, pero como enseñó San Josemaría, desde ahora lo queremos, sea quien sea, porque en definitiva el Opus Dei lo hace cada uno de sus fieles ahí donde se encuentre, con sus virtudes y defectos, con sus logros y derrotas, con sus alegrías y alguna vez uno que otro sinsabor, porque la alegría es una práctica diaria en los fieles del Opus Dei y así estamos, alegres por la venida del Padre, como cualquier familia que lo espera tras una ausencia; lo esperamos con el respaldo de nuestra oración por él, su persona e intenciones; con el propósito de secundarlo en todo, cada día, con cada acción concreta, por ello y sin ningún tipo de triunfalismo esperamos a alguien a quien como dije antes, ya queremos.
Se ha manejado en estos días que el nuevo Prelado tendrá que enfrentar nuevos retos y la respuesta que cualquiera de la Obra pueda dar es afirmativa: los escenarios hoy tienen una dinámica inusitada, pero el Opus Dei los ve como oportunidades, como tiempo de mostrar la juventud y belleza de la Iglesia, porque el Opus Dei es una pequeña porción del Pueblo de Dios; una ocasión de vivir con alegría, conscientes desde luego de lo que conlleven esos retos, es decir, optimistas, que no ingenuos y esos retos, los que sean, los afrontará el Prelado con la compañía de cada una y cada uno de sus hijos repartidos en el mundo entero, dedicados a las más variadas profesiones y oficios.
Con toda certeza puedo afirmar que nada nos preocupa, el Fundador nos enseñó que un hijo de Dios no teme a nada ni a nadie; nada nos pone tensos, si es que cabe expresarse así, porque gracias a Dios el Opus Dei es algo maduro, que ha ganado experiencia bajo la guía hasta hoy de tres pastores que siempre miraron con fe, con esperanza y con amor hacia el futuro y por eso, cada uno ha legado a su sucesor un cuerpo vivo de la Iglesia que quiere ir antes que nada, por donde la Iglesia, en la voz del Papa, quiere que vaya: si el Opus Dei no está para servir a la Iglesia, entonces no sirve, como insistió tantas veces San Josemaría.
Gracias a Dios, la Obra vive de acuerdo a los tiempos, su respuesta es realmente corta, porque sus fieles nos encontramos inmersos en esos tiempos y sabemos que nuestro principal cometido es ir allá donde la Iglesia vaya, nosotros siguiendo, con nuestras luchas y afanes, la guía de nuestro Prelado, por ello es que, una vez más se ha cumplido a la letra lo que el Fundador dijo alguna vez, que cuando él muriera no sucedería nada y así ha vuelto a ser, porque no hemos hecho otra cosa sino tratar de estar lo más cerca de Dios, pasando siempre por la mente del Prelado; sabemos que la dimensión en la que nos movemos en este caso, es la dimensión del querer de Dios y por ello se respira serenidad, seguridad, certeza y el compromiso de apoyar al Prelado siempre, sabiendo que recibe la herencia de tres grandes pastores, uno santo y otro beato, motivo que al nuevo Prelado le dará una enorme seguridad de saber que trabajará siempre bajo la mediación de estos sólidos intercesores.
Tenemos la seguridad de que será un Prelado muy humano y a la vez muy mariano; muy alegre y a la vez muy esperanzado; muy cariñoso y a la vez muy firme, sabedor que exigencia y cariño se complementan y en palabras del Fundador, muy humano y a la vez muy sobrenatural, porque se sabrá siempre en la presencia de Dios y rodeado del cariño y la ayuda de sus hijos.




