Hablar de partidos políticos es entrar, en muchos de los casos, en controversias. Son instituciones políticas que han caído en un desgaste evidente, que para muchos cada vez resultan más innecesarias. Arcaicas para otros, fosilizadas para unos más, también hay quienes consideran que las instituciones partidistas siguen siendo “los espacios para hacer política” a pesar de la evidente necesidad de modelos de gobernanza y participación ciudadana que buscan ya no un modelo lineal de gobierno sino un modelo reticular que permita una participación más incluyente en la toma de decisiones.
Aun así, en cada proceso de elección, vemos a los militantes o simpatizantes de muchos partidos políticos “rasgándose las vestiduras” para mostrar su afinidad por cierto candidato. Eso, es lo más común. Algunas veces, esa afinidad conlleva una permanencia en un cargo público que beneficie directa o indirectamente al ávido simpatizante. Esta práctica es común en cualquier forma de gobierno que conlleve la emisión directa de un voto. Así que no es gratuito que durante el proceso de las campañas veamos a algunos de nuestros contactos en las redes sociales mostrando un ávido interés por quien consideran debe ser el ganador o la ganadora, y emiten con “elocuencia” la defensa de quien consideran deben ser el elegido, la mejor opción.
Si el candidato de su elección resulta triunfador, para muchos implica tener un “puesto asegurado” por los siguientes años. Insisto, sí creo que haya quienes más allá de algún interés personal tengan cierta afinidad con algún proyecto político, sin embargo, siempre son los menos.
Pero, además de aquellos simpatizantes que viven la pasión de la política como partido de futbol, también hay quienes callados juegan en los distintos bandos. Son parte de una categoría, la de quienes “siempre caen bien parados”, servidores públicos de la conveniencia que juegan en los distintos partidos con la misma intensidad que con el equipo contrario. Lo mismo aparecen en una cena privada de un candidato, en el cumpleaños de la candidata, con la característica persistente de los actos privados, y algunos de ellos incluso en los momentos álgidos de las campañas ofrecen la charla con cualquiera de los candidatos o candidatas como cita de San Valentín. No negamos que en algunos casos sean personas dispuestas a escuchar y abonar a cualquiera de las iniciativas, porque ello, aunque usted no lo crea, también sucede. Sin embargo aquellos que saben “caer bien parados” lo que buscan es asegurar es su posición política en cualquier administración gubernamental que les permita continuar su perpetuidad en el poder en cargos directivos de las siguientes administraciones, pues sabemos que, en muchos de los casos son personas que han demostrado en distintas funciones su incapacidad y falta responsabilidad en cualquiera de los cargos públicos, y que generan más preguntas que respuestas al cuestionar su efectividad: ¿Cómo es que está ocupando este cargo si aquella institución la dejó hecha un desastre?… ¿Cómo es posible que siga de director en esta institución si es evidente que no trabaja? Premiados con distintos cargos, confundidos con eficientes operadores políticos, los que saben “caer bien parados” se desplazan en planeadores por los vientos de la política y operan desde el anonimato público sabedores de que “el tiene más saliva come más pinole”, y que ya sea por ellos mismos, por sus cónyuges, o sus hermanos, o sus primos estarán donde quieren estar.
En tiempos, donde la participación política es cada vez más escasa, en tiempos de un profundo desinterés ciudadano por participar en la toma de decisiones, quizá el impacto de los que saben “caer bien parados” no incida de manera directa en el voto, pero sabemos que sí afectan y por mucho, sobre todo en aquellas instituciones por donde han pasado, o incluso siguen pasando. Y es que son poco pero visibles, porque justo eso, no quieren menos que alguna posición de mando medio.
En pocos meses cumpliremos un año de haber emitido el más reciente de nuestros votos electorales. Un proceso electoral por demás desgastante y que, nunca debemos olvidar, dio mucho que desear. Este 2017 vivimos en cierta calma, pero siguiente año, será un año por demás álgido en temas electorales. Entonces saldrán nuevamente los “queda bien”, los “vendedores del amor político”, los “cupidos de la democracia” que ofrecerán a todos los candidatos la solución a todos sus proyectos políticos, ofrecerán su experiencia, su expertise. Habrá otra vez los apasionados de Facebook, vituperarán en las redes contra un candidato esperando conservar su cargo público. Habrá los otros que muestren blasfemas, por un lado, pero que por otro esperaran que sus cónyuges, sus parejas o sus amigos aboguen por ellos para seguir en sus cargos, o al menos que no sean despedidos de su grande silla en cualquier dirección. Para ellos los partidos políticos son y serán su única forma de participación. Se sentirán cuidados, protegidos, y apoyados para simular que hacen cuando no hacer nada… porque proponer y hacer conlleva un esfuerzo, un trabajo, lo cual para los que sanen “caer bien parados” nunca es de su interés.




