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viernes, diciembre 5, 2025

La sociedad que perdió el pudor / Opinión

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En el último mes tuve una pasión desbordante por el ajedrez: busqué partidas inmortales, libros instructivos, jugué contra múltiples personas en línea. Es realmente un juego con millones y millones de posibles movimientos: el rey, figura a batir, prácticamente puede ser ejecutada en cualquiera de las 64 casillas por cualquiera de las 16 piezas contrarias desde diferentes direcciones. Algunos se han atrevido a comentar que un perfecto jugador de este deporte es quien puede intuir o predecir cada jugada de su rival; sin embargo, Garry Kasparov, uno de los grandes maestros de este juego, comentó que eso es imposible, más bien se juega según se haya aprendido de la experiencia y la práctica que se obtiene jugando solo cotejando posibles movimientos y sus debilidades.

Pensar en todas las posibilidades no está de moda. Precisamente porque lo más que hacemos es vivir y no pensar, me refiero a pensar profundamente sobre nuestra condición como hombres que se desenvuelven en un trabajo, con su familia, en la soledad, en la sociedad;  de lo contrario, muchas cosas no hubieran pasado y de esto no nos queda ninguna duda. Como hombre, mis sentimientos son perturbados por múltiples sucesos, entre ellos de los que nos dan cuenta las noticias, que son muchas veces tristes, desalentadoras, o bien, amarillistas. Últimamente varias notas me han incomodado, pero, para no hacer esto un mar de lágrimas, sólo me centraré en la más próxima que tengo.

Hace unos meses me vi en la solidaria necesidad de compartir una foto de una persona que no conocía, con la que nunca traté: una joven desaparecida. Como muchos, me uní, acaso motivado por el dolor que imaginé que deberían de estar sufriendo los familiares, amigos y conocidos de esta joven, a compartir en la redes sociales la foto. Aporté mi granito de arena.

Hasta el día de hoy la muchacha sigue desaparecida y las múltiples posibilidades salen a la luz: secuestro en cualquiera de sus formas, entre ellos la trata de blancas, asesinato, e inclusive, he escuchado los comentarios de personas que no creen que haya sido privada de su libertad, sino que simplemente decidió fugarse, es decir, una arrebato como el que han tenido muchos jóvenes al irse de casa. La sociedad la busca, buena parte de las personas tenemos grabado en la mente la imagen de esta jovencita.

A muchos les parecerá agradable que tanta gente se ensamble en una búsqueda, quizá, en la lectura de otros, es el tan esperado momento en que la sociedad por fin se una por motivos comunes que traigan consigo la igualdad, tolerancia, respeto. Algunos creen, que en un momento como este, es la oportunidad de no volver a quedarse callados frente a las atrocidades que ocurren en México, demostrar que el pueblo está cansado de la injusticia y de la flaca seguridad. Todo esto es muy valioso, por mi parte, no tengo nada en contra de las movilizaciones de las personas, al contrario, creo que en una sociedad que se precie de ser demócrata, éstas son una forma de denuncia, así como lo son otros mecanismos como partidos de oposición, libertad de prensa; sin embargo, ¿qué significados ha adquirido esta jovencita extraviada? Es decir, ¿quién es ahora que no sabemos en dónde está ni qué le sucede? ¿Qué dice y qué quiere saber la opinión pública?

Cuando hago estas preguntas, son preguntas llenas de preocupación. En el último libro de Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, se trata un caso parecido. Narra el nobel peruano que el periodista Tomás Eloy Martínez, en un artículo para el diario El País, se indignó por el acoso que sometieron los periodistas practicantes del amarillismo a las colombianas secuestradas por las FARC, “con preguntas tan crueles y estúpidas como si las habían violado, si habían visto violar a otras cautivas, o –esto a Clara Rojas– si había tratado de ahogar en un río al hijo que tuvo con un guerrillero. “Este periodismo –escribía Tomás Eloy Martínez– sigue esforzándose por convertir a las víctimas en piezas de un espectáculo que se presente como información necesaria, pero cuya única función es saciar la curiosidad perversa de los consumidores del escándalo”.

Es interesante observar el discurso que se ha venido dando en los últimos meses en México. Por una parte, una buena cantidad de jóvenes desconfiaron de casi todo medio de comunicación, acusándoles de estar coludidos con el poder entrante o su falta de objetividad en las notas periodísticas. En resumen, los jóvenes convocaban al pueblo mexicano a informarse y a los medios a dar lo necesario para generar una opinión crítica. Con mucha razón algunos medios se preocuparon por qué tipo de periodismo habría qué hacer, qué decir y qué no decir. Muchas son las publicaciones que nos informan sobre la vida privada de las personas: con quién se acuestan, qué hacen, qué compraron, qué opinan, con quién se les vio. Esta actividad, sin duda, ha crecido debido al desmesurado apetito de mucho público por enterarse de los demás, no estoy totalmente seguro que los medios se hayan propuesto ser así, si son así es porque mucha gente está a favor de eso, como ejemplo basta ver el enorme tiraje de revistas de chismes y la gran popularidad de programas de televisión que nos cuenta de la vida de los otros. Lamentablemente esta inclinación para conocer la intimidad y sacar a la luz pudor de las personas no ha demostrado que vayamos por el camino correcto.

Es posible que una foto en las avenidas, en las redes o en cualquier objeto que pueda transmitirla sea la mejor solución, el mejor movimiento. Y sé que la agonía de una familia pudo haberlo permitido; no obstante, creo que ante todo debemos saber a qué sociedad le pedimos ayuda, si es una sociedad interesada en el morbo me parece que no es buena idea. Todavía me parece terrible que algún noticiario o prensa vayan llevando la cuenta del número de suicidios en Aguascalientes, si quieren hacer esas noticas con el fin de sensibilizar a las personas no lo han logrado; si pretendían que mostrar fotos y narrar historias, con lujo de detalles que no sabemos si realmente sucedieron,  mejorarían las cosas, se han equivocado. Las cosas no están mejor. Deseo mis mejores intenciones para las personas que buscan a familiares extraviados, lamentablemente desconfío de la sociedad que supuestamente las están ayudando, de la sociedad que muchas veces nos dice qué jugada hacer pero que no es la más sensata.

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