Entre que Arturo Saldívar, la gran promesa de la tauromaquia mexicana, se jugaba el existir plantado como jara en medio de aquel vendaval de pitones en la corrida de la Hispanidad, allá en el coso más importante e intransigente del mundo, en donde hizo valer su nombre y el de lo que queda de taurino de su tierra, acá, en ella, en donde han convertido a la fiesta en un vulgar remedo, el sinvergüenza de Chiva continuaba su tour a sueldo sobre pagado; si el que inició en la bella y acribillada Zacatecas y continuó, aún con más descaro, en la no menos hermosa Querétaro, actuando en un absurdo mano a mano con el hijo del Rey David, ante novillitos de carreta salidos muy a su gusto de los pastos de La Estancia.
Y para “calentar” su otro mano a mano en el punto de partida de su ventajoso impulso en estas placenteras vacaciones americanas que se está dando a costa de un inocente y exhibicionista público, la “prensa”, compuesta en su mayoría por lacayunos, prostituidos y mal asalariados “cronistas” de prensa, radio y televisión, anunció entre dianas el ganado que ha de despachar junto con el joven muletero Juan Pablo Sánchez: San Isidro, otra explotación, no faltaba más, aguascalentense que ya entró al centro de las preferencias de las figuras importadas; y no por la buena raza que sus vientres pudieran arrojar, sino por la modestia de sus ejemplares, tanto física como genética.
Vaya aparato de logística que se carga el chiqueado de Herrerías en esta lamentable campaña, en la que trae como consigna el no pisar, ni por broma, el suelo de un coso que se respete –al existir alguno todavía sobre el mapa de la República–, no sea que ahí le sea complicado imponer sus caprichosas pretensiones y sus berrinches.
Pero no es este mal únicamente el que aturde actualmente nuestra fiesta, si se pudiese aún llamar brava; en la raíz del maligno padecimiento está la profunda mediocridad de todo un grupo nefasto pero poderoso, y la impotencia de quienes dentro de él, quisieran hacer bien sus respectivas labores.
En un canal televisivo que vende basura y la cobra como oro, extensión de otro que entre sus absurdos y ocurrencias insulsas tiene como diario el dejar a una extranjera dar clases de moral y engañar incautos dándose imagen de redentora de los desvalidos, se transmitió la corrida del domingo 14 del mes corriente; ello por su puesto, se adivina, con la advertencia a los “narradores” de no hacer comentarios de la realidad, sino “crítica constructiva”. Hermoso proyecto como para que todo México se enterara de que esta tradición centenaria está en plena decadencia, en estado obsoleto y es menester comenzar a desaparecerla…
¿A qué individuo se le alcanzó el punto de televisar semejante corrida con tales reses?
La grandeza de este arte se ha inhumado. Aquello que en la pantalla chica se observó, fue el esqueleto triste de un espectáculo que antaño atraía multitudes, multiplicaba pasiones, motivaba interés, generaba pasión y destilaba
¿A quién pudo conmover la partida de animalitos que echaron por toriles, y a cuántos otros pudo haber emocionado lo que los actores hicieron delante de aquellas insignificancias?
Y no parando nadie el desbarranco hacia el vacío, ayer en la Monumental Lorenzo Garza de Monterrey, cuna del Ave de las Tempestades, tuvieron el cinismo de soltar una partida de becerros –eso eran, por lo que descarte el amable lector esta vez el sentido figurado– comprada a un señor que de honor ganadero no sabe nada y sí mucho de la tauromafia, Fernando de la Mora. Para “jugársela” con ellos anunciaron al rejoneador potosino Gastón Santos y a los de a pie Rafael Ortega, Juan Antonio Adame, Fabián Barba, Arturo Macías y Leal Montalvo.
Es casi ley, la fiesta de toreros, ganaderos e hincados de México no necesita ataques externos; dentro están quienes diciéndose taurinos –lobos vestidos con piel de oveja– acabarán o por lo menos reducirán a sólo ballet, y pronto, con una de las expresiones más españolas y mexicanas que han dado perfil cultural e identificativo a esta patria en el planeta entero.
Ya podrán venir sin máscara aquellos sajones que quieren imponer una manera de pensar que, por su puesto, no es la nuestra.




