Primera corrida del Festival de las Calaveras en la Monumental
Fotos Gilberto Barrón
Como formidable se pudo estimar el trasteo del diestro galo y de honda torería el del jalisciense, entre que el local se observaba dos tantos debajo de otras tardes. Los escaños del coso Monumental de Aguascalientes se cubrieron un punto encima de su mitad, y a su redondel soltaron un encierro terciado, modesto de presencia y soberbio de mansedumbre, como para no espantar a nadie pero como para desesperar a cualquier santo e invitar a muchos aficionados a no ir al coso cuando se anuncie el mismo hierro. Hasta nueve astados aparecieron en escena (al retornar por mala presencia al tercero de la lidia ordinaria), uno de Guadiana para rejones y siete de los Herederos de Teófilo Gómez.
Abrió Emiliano Gamero (palmas), équite defeño que puso alegría y deseos en su parte, pero su quehacer de jinete lo opacó el desatino al clavar los hierros. Y quedó desnivelado del buen toro que reclamó los halagos del arrastre lento y las palmas del respetable cuando éste se cumplía.
De los lances de recibo hizo una gala Castella (dos orejas y palmas), coronándolas con una angelical media. Aguardaban las muletas de la misma seda, tratando así, suavemente a una res sin casta, que pasaba sumisamente a media altura, en tanto que el europeo manifestaba bloques de artística profundidad, firmando todo con tizonazo pasado y caído. Nuevamente se hizo fresco intérprete del lance fundamental del toreo de capa, y viéndose muleta en manos ante su segundo, sin raza e inofensivo, hizo lo que quiso; relajado, tranquilamente, como de quien trae la experiencia de años en la guerra taurómaca profesional. Sin embargo no detonando en la gran faena que se deseaba. Acabó sus intervenciones de medio espadazo tendido pero efectivo.
La muleta imperiosa y la paciencia torera de Arturo Saldívar (al tercio y palmas), se impusieron a un burel indeseable, y resolvieron su falta de son. Faena intermitente pero de gran fondo y sólida técnica. Gran mérito el de él: crear belleza sin tener materia. Luego de matar con media espada caída y certero descabello merecía la oreja, trofeo que nunca llegó. Toreo de alta evaluación repujó con el infeliz cierra plaza. Su valor lo convirtió en junco, su clase príncipe de oro y su verdad samurái fino de la tauromaquia, imponiendo e imponiéndose a las desgracias del animalejo aquel. ¡Toreo! Eso fue simplemente, empero al punzar perdió otro auricular.
Si decoroso con la capa, empecinado con la sarga Juan Pablo Sánchez (palmas y pitos); sólo ello fue motivo de que lograra cierto partido al bovino primero de su lote, soldado que estuvo siempre en la superficie. Y en momentos extrajo frescas gotas de agua de aquel desierto reseco. Vino después un espadazo caído. Cumpliendo solamente con el avío rosa, ya casi hábito en él, armó la tela roja para sobre ambos flancos verse obstinado –una de sus virtudes–, sin embargo no encontró ni el espacio ni el ritmo. Hoy ni su pregonado temple se vio ante aquel marmolillo al que pinchó abundantes veces.














