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viernes, diciembre 5, 2025

Carta a Claudia Ruiz Massieu / Cocina Política

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¡Bienvenida! hoy, Claudia Ruiz Massieu Salinas a la ciudad de Aguascalientes. No me conoces y no importa, este ocurso no es solicitud de empleo o promoción, de serlo así serían las mías de hecho letras mezquinas.

Una noche de 1994, siendo yo una joven diputada federal recién electa; diputada de las de entonces, que no integrábamos listas, ni cuotas, de las que formábamos parte de “un mundo de hombres”, como el que describe Manú Yerner; me llamó el entonces gobernador de Aguascalientes, Otto Granados Roldán, para informarme que tu padre, José Francisco Ruiz Massieu se comunicaría conmigo. Tu padre sería nuestro coordinador de bancada en la LVI Legislatura, sólo era cuestión de formalizarlo.

Aproximadamente a las 23:00 horas de esa fecha, recibí una llamada en mi habitación del Hotel Casa Blanca en la Ciudad de México, entonces Distrito Federal. Era una voz cálida, de tono medio, cordial y sorprendentemente afable; era la voz de tu padre, José Francisco Ruiz Massieu que me felicitaba por el triunfo obtenido en el proceso electoral federal y me decía: usted es una joven y es mujer, tiene una experiencia política inusual en una dama tan joven y está destinada para hacer mucho. Manténgase cerca de mí, porque trabajaremos juntos por el proyecto de nación de Luis Donaldo Colosio. Lo que dijo tu padre, lo recuerdo perfectamente, lo que dije yo, no.

Tras la llamada de tu padre, vino la noche que se hizo larga, a la espera del desayuno que el sector popular o CNOP, ofrecería al electo coordinador de fracción, al día siguiente, a las 8:00 am, en sus oficinas de calle La Fragua, muy cerca del Monumento a la Revolución.

El desayuno que el sector popular ofreció a tu padre, Claudia, fue en realidad una larga de sesión de autopresentación; cada uno de los asistentes tuvimos oportunidad de tener el micrófono para brevemente mencionar nuestro nombre, método de elección y ciudad de origen. ¡Por supuesto! que más de uno y más de una, quisieron lucir, y agregaron a su presentación alguna frase “llegadora”, la cita de algún libro, su propia biografía e inclusive algún reclamo. En mi oportunidad me concreté a exponer lo que me fue solicitado, sólo eso. El desayuno se prolongó y dejó poco espacio al discurso final del evento, a cargo de tu padre.

Entonces sucedió lo impensable para una joven de trayectoria local como yo lo era, tu padre, Claudia, caminó rodeado por la directiva del sector que lo acompañaba rumbo a los ascensores y al pasar junto a mí me dijo, acompáñeme, Socorro, y me tomó del brazo para seguirlo. Yo caminaba orgullosa; agradecida por el gesto de tu padre que anticipaba ser hombre de palabra, emocionada por la posibilidad de aprender en la política central y, particularmente de aportarle a ese proyecto que de ninguna manera podía quedar inconcluso. En medio de mi ensoñación, perdí el ascensor que tomó tu padre y algunos otros, y tuve que esperar por el segundo.

Al salir del ascensor sólo pude ver a tu padre al volante del auto “ya no me pude despedir” pensé, como seguramente tú lo pensarías más tarde. Así que me quedé parada ahí, observando cómo se acomodaba la caravana que lo seguía.

El auto que manejaba tu padre, Claudia, avanzó unos pocos centímetros e hizo un viraje lento, chocó contra otro auto y pensé “soltó el freno, avanzó el auto e impactó; la prensa tiene nota”. Vi a un hombre en tenis y mezclilla que “pasó” corriendo y muchos gritaron ¡agárrenlo, agárrenlo!” y fue entonces que esa voz de una mujer madura sobresalió entre el griterío exclamando ¡lo mataron! ¡lo mataron! Y, en ese momento, en medio de la confusión, los empujones, la gente que se aglomeraba en el lobby y las sirenas de patrullas que se acercaban: lo entendí. Nada, Claudia, absolutamente nada volvió a ser igual, y te lo digo a ti, porque si a una joven provinciana ese momento representó un parteaguas profesional; para ti, Claudia, Claudia Ruiz Massieu, debió ser el más doloroso y el más trascendente no sólo en tu futura vida profesional, sino en tu más tierna adolescencia, cuando la vida promete darte todo y en vez de ello, te arrebata todo. Yo no quería estar ahí, Claudia, pero menos aún hubiera querido estar en tu lugar.

Muchos años pasaron desde esa fecha en La Fragua, Distrito Federal, al día de hoy, que estás como presidenta del PRI nacional en Aguascalientes. Yo soy una mujer madura apenas presente en la actividad política local, y tú estás al frente de un partido que no acaba de asimilar el arribo de un vendedor de ilusiones a la Presidencia de México y su propio desplazamiento, por segunda vez en la historia, a la tercera fuerza electoral.

¡Y ella por qué! Escuché decir, a tu arribo al liderazgo nacional, a uno de esos que oponiéndose ganan y gritando lucran. A una de esas hormigas impías que devoran seres indefensos aún vivos sin la menor compasión. ¡Te voy a decir por qué, hormiga rapaz! Porque ni tú, ni yo, ni algún militante en todo México, pagamos por nuestra filiación el precio que Claudia Ruiz Massieu, porque esa niña quizá no habría estudiado Derecho en su hambre de justicia; porque sobreponiéndose al básico instinto de supervivencia se metió a la vorágine en donde se originó el asesinato de Luis Donaldo y de su propio padre para dejar ver ¡que quiere la verdad! y que no tiene miedo; porque ni tú ni yo tenemos el compromiso que ella retoma de su padre, el que su padre diseñó con Luis Donaldo, el de un México justo, democrático y con oportunidades para todos.

La sangre derramada es carta de naturaleza y levantar una estafeta con semejante carga, requiere no sólo de valor, sino de templanza; no sólo de fe sino de amor. No es un compromiso entre políticos, es un compromiso entre almas; es el compromiso de una hija con su padre, de una mujer con su familia, de una política de sangre con una nación libre de ella.

La realidad es que sólo pude espetarle a la hormiga criticona (no crítica) un “en eso no coincido contigo”. Mi mente ya estaba en aquél momento, en aquella fecha en La Fragua, viendo a tu padre José Francisco Ruiz Massieu dejando atrás el presídium para dirigirse a los elevadores. El caminó hacia esa joven política que no era yo, sino tú, Claudia, te tomó del brazo y te dijo: acompáñame. Luego los vi caminar juntos padre e hija, hacia el destino común que rebasó el amor fraterno y los unió en un mismo objetivo: hacer realidad el proyecto de nación que sonó Luis Donaldo.

¡Bienvenida, Claudia Ruiz Massieu Salinas, a Aguascalientes!

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