El 29 de octubre de 1991 (hace 27 años) el médico español de origen haitiano Alphonse Arcelin se dirigió a la presidencia municipal del pueblo de Banyoles (Bañolas) en Girona Cataluña, para exigir que una pieza del museo de Historia Natural Darder de esa ciudad fuera retirada de la exhibición. La razón es que la citada pieza no era otra cosa que el cadáver embalsamado de un ser humano. Durante todo el Siglo XIX, los europeos tomaron gran afición por la cacería en África y para poder presumir sus aventuras, se traían como trofeos los leones, antílopes, rinocerontes y todo aquel animal que caía bajo las balas de sus poderosos rifles. Los taxidermistas utilizan solo la piel disecada. Sobre un armazón de yeso y alambre colocan la piel y la rellenan de algodón, borra o estopa. Le colocan ojos de vidrio y modelan la boca, dientes y garras con yeso y otros materiales. Cuando los cazadores se cansaron de tener tales piezas en sus bibliotecas, entonces las comenzaron a donar a los Museos de Historia Natural. El taxidermista francés Jules Verraux, hallándose en 1830 en Botswana comprando pieles de animales para hacer piezas y venderlas a museos y coleccionistas, supo que había sido sepultado un hombre joven sin familia. Desenterró el cadáver, le quitó la piel y la disecó. Se la trajo a París donde le dio el trato que a cualquiera de sus animales; montó la piel en una burda escultura de yeso, la pintó de barniz para que se viese más negra y brillante, le puso ojos de vidrio, le colocó un penacho, un taparrabo y una lanza. Comenzó a exhibirlo en museos y galerías de Francia como “Cazador del Desierto de Kalahari”. Finalmente la pieza vino a quedar en el museo de Banyoles, con el letrero de “El Negro”. El taparrabo era muy pequeño de manera que el alcalde ordenó que se cubriera mejor y le pusieron una toalla de color naranja. Y así fue exhibido durante años, sin que a nadie le molestara. Hasta que el Dr. Arcelin exigió respeto. Se inició una batalla porque los Banyolenses consideraban que El Negro era de la casa y no debería irse. Finalmente la alcaldía tomó la decisión de retirarlo y el gobierno de Botswana exigió fuera devuelto a su tierra. Lo poco que quedaba fue llevado a su tierra de origen donde se sepultó en un sencillo lote que todavía sirve como atractivo turístico. El asunto no para ahí. Desde entonces se han venido cuestionando los derechos que tienen los museos para exhibir restos humanos aún cuando sean con fines académicos y didácticos como los órganos y trozos de cuerpos plastificados o incluidos en resina que pusieron de moda los chinos y ahora se repiten por todo el mundo. Las momias egipcias y de otras culturas antiguas fueron tratadas para ser preservadas ¿Pero también para ser exhibidas? Y no yendo más lejos, la ciudad de Guanajuato ¿Tiene derecho a exhibir los cadáveres momificados por el clima y suelo de la ciudad? ¿Y a cobrar por ello? Los restos humanos no son propiedad de municipio. Se ha investigado a sus familias? Todo parece indicar que se está abriendo una gran polémica.
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