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viernes, diciembre 5, 2025

Los súper mexicanos / Guía para adoptar un mexicano

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Las tiendas de autoservicio en México son de varios tamaños (súper, regulares y minis) y poco a poco le han ganado espacios y clientes a la tiendita de la esquina y al tianguis o mercado ambulante. Pero no se preocupe, no van a desaparecer ni las tiendas de barrio ni los mercadillos, así que de nada sirven sus aspavientos políticamente correctos y de anticapitalismo acomodaticio; a pesar del poco tino de las políticas públicas y de la competencia despiadada y tramposa de las grandes cadenas comerciales, los abarrotes de don Goyo, que le queda a la vuelta de su casa y de camino al contenedor de basura, y el mercado de los sábados, donde consigue casi de todo a precios más o menos buenos y mercancía de contrabando o pirata a excelentes precios, no se van a esfumar. Son muchas las vicisitudes a las que uno se enfrenta cuando se visita un supermercado: el estacionamiento –siempre hay que intentar estacionarse casi a la puerta de la tienda a pesar de que el estacionamiento esté pletórico de autos–, el franelero –siempre hay que regatear el precio del lavado del auto a pesar de que parece que acabamos de regresar del rally París-Dakar–, el carrito –siempre se batalla para desengancharlos del tren del que forman parte e invariablemente le toca a uno el mal aceitado o el de la llantita renga–, las señoras –con demasiada prisa o con ninguna, o empujan o estorban, en ambos casos parecen creer que el doble cromosoma X les da carta blanca para la grosería y la falta de educación–, los empleados –ausentes, encimosos o, en el mejor de los casos, ignorantes honestotes que confiesan desconocer qué, cómo y dónde–, la gente –conocidos que tienen el gusto de informarnos de su última enfermedad, semiconocidos con mucha labia o desconocidos absolutos que nos confunden con un amante incumplido–, las cajeras –cómplices de sonrisa ensayada del fraude de robo hormiga centavero que a diario se comete contra los clientes–, en fin, y un muy largo etcétera.

Entre los muchos acontecimientos que suceden, en las tiendas de autoservicio mexicanas hay un fenómeno que, sin embargo, demanda toda nuestra atención y capacidades y acaso se ocupe de la sapiencia de algún reputado Nobel de Economía para desmenuzar semejante aporía. No importa si se trata de minisúper, mesosúper o supersúper, en todos hay subutilización de las cajas de cobro disponibles y, por consecuencia, siempre hay largas filas. Si está en una de esas tiendas enormes, de las 30 cajas en formación militar y listas para recibir el alud de compras desaforadas de clientes energúmenos, en promedio siempre estarán en funcionamiento unas 10, acaso le toque ver hasta 20 funcionando un 24 de diciembre o cuando hay alguna promoción especial, pero nunca todas; si es una tienda mediana, se da la misma situación; y si es una pequeña, la cosa es peor, hay dos cajas, hay dos cajeros, uno cobra y el otro no se cansa de repetir con gracia monótona “en la caja de al lado te cobran” –vamos, el asunto ya es moneda corriente en las redes sociales y objeto de innumerables chistes–. Se trata pues de un típico caso, otro más, que contradice la teoría económica clásica que sostiene que la oferta y la demanda siempre tienden a un equilibrio dinámico. El fenómeno, como si faltaran males, ya se ha extendido como virus y ha infectado prácticamente todos los espacios de México donde haya que hacer algún pago por un producto o servicio: bancos, dependencias de gobierno, cines, dulcerías de esos cines, etcétera, todos igual, cinco cajas, sólo dos o tres funcionan. ¿Por qué? Sólo Dios sabe –léase: Smith, Marx, Weber, Schumpeter, Keynes, Friedman o Stiglitz.

Entre las muchas explicaciones que he tratado de armar antes de dormir, la más sensata y coherente es que, por influencia de la cultura Maya, los comercios mexicanos están ya preparados para las ventas masivas que tendrán lugar el 20 de diciembre de este año, sí, un día antes de que al agujero negro más cercano a nuestra galaxia le dé hipo, el sol prenda el boiler o algún asteroide borracho burle todos los alcoholímetros estelares y se estampe contra nuestra hipotecada casa y la de varios más.

Por lo que, si usted desea adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos, aunque su mexicano sólo le dure menos de 20 días.

Primer paso: los mexicanos tienen más de 500 años de entrenamiento en el fatalismo extremo, creen que las cosas y acontecimientos del mundo así los dispuso una divinidad o el destino y que no hay mucho que se pueda hacer, enséñele a su mexicano a alzar la voz para protestar y exigir sus derechos (como consumidor, como ciudadano) sin culpas y a sentirse bien cuando lo haga.

Segundo paso: si a pesar de las protestas no abren más cajas, enséñele a su mexicano a tomar “gratis” una pieza de pan o alguna fruta o algún chuchuluco para disfrutar mientras está formado y hojea alguna de las revistas a la mano. De nuevo, la clave está en neutralizar el sentimiento de culpa de su mexicano (¡esos católicos, qué buen trabajo han hecho!).

Tercer paso: acorde con su fatalismo, nutrido tanto por las sandeces apocalípticas cristianas como por las paganas y propagadas por el Discovery Channel, el mexicano cree fervientemente que el mundo se acabará en el solsticio de invierno. Sin importar lo que pase, de todos modos adopte un mexicano, no se arrepentirá, si no se acaba el mundo, podrá seguir disfrutando de esa criaturilla sui generis, y si efectivamente es el fin, piense que toda la gente que odia también se va a morir y eso siempre reconforta el alma.

Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es agorero? Sí. ¿El mexicano es adivino? No. ¿El mexicano es visionario? Depende.


jcarlos_ags@yahoo.com

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