Antes de cualquier cosa, tendríamos que ver las bondades de una cinta como El Santos contra la Tetona Mendoza (Alejandro Lozano, 2012): es un esfuerzo más de cine de animación mexicana de Anima Estudios y Peyote Films, retoma a los personajes ácidos de los moneros mexicanos José Ignacio Solórzano y José Trinidad Camacho, Jis y Trino, que no tuvieron empacho en echar mano de toda su fortaleza en el mundo cultural para contar con diversos actores e intelectuales que son un plus de la película: desde las voces de Giménez Cacho, José María Yazpic, pasando por fugaces apariciones (como los tres Bichir) Guillermo del Toro como una especie de gurú y un pésimo cameo de Elena Poniatowska.
Lo malo, un guión con inconsistencias, la escatología y el sexo como punto de partida y de llegada (exageradamente omnipresentes) de su humor, la falta de articulación de un argumento que inmiscuya al espectador en el mundo del Sanx, de tal forma que pareciera creada exclusivamente para aquellos que conocen las aventuras del enmascarado de plata versión guarra (el Hijo del Santo ya se quejó de ello) y no para el público en general. La música en lo personal francamente me decepcionó, sobre todo el sencillo Zombilaridad, una mala elaborada parodia de aquel tema salinista de Solidaridad cuyo único mérito es contar con tantos colaboradores del mainstream rockero mexicano, pero que su letra no sólo se ve forzada sino francamente poco divertida. La canción más emblemática que podría relacionarse con los personajes es sin lugar a dudas la homónima de Botellita de Jerez, excelente rola que sin embargo se deja para los créditos y no se usa en alguna escena de acción. En suma, el producto es entretenido, pero queda lejos de las tiras clásicas de Jis y Trino. Y no es raro, la mayor parte de las adaptaciones de libros a la pantalla grande, quedan a años luz de sus originales.
Cuando la película luchaba en gobernación por su clasificación, tanto Jis como Trino declararon en los medios que buscaban que pudieran verla adolescentes y adultos (el público que podía auxiliarlos a ser más negocio la inversión -y aquí un contrasentido, hablar de “Zombis” y buscar precisamente a la masa como objeto de su cinta-) una vez que fue obtenida la clasificación, no obstante utilizaron un ardid publicitario al sustituir la palabra “Tetona” por “Frondosa” con una línea en medio a manera de censura. Y es que en este país, la victimización funciona como excelente sistema de mercadotecnia, una vez que alguna razón intenta vetar una película, automáticamente se vuelve un mártir del sistema e inmediatamente se transforma en éxito de taquilla. Sólo por recordar dos ejemplos: El Crimen del Padre Amaro (Carlos Carrera, 2002) y Presunto Culpable (Roberto Hernández, 2011). Todos los productores de cine ruegan por algún veto que los ayude a explotar su película. Algunos incluso tratan de inventarlo, como Cristiada (Dean Wrigth, 2012) cuyo eslogan era “La historia de México que te quisieron ocultar” (sin que en realidad sepamos quién o quiénes la quisieron ocultar) y Colosio (Carlos Bolado, 2012) que también utilizó el estratagema de un presunto veto para promocionarse.
Durante el seminario “Avances y retos del derecho a la información en México” de la Red Nacional de Conacyt (al cual fuimos invitados a dar una ponencia) dialogábamos con Maxel Avendaño (comunicólogo y abogado, quien además está inmiscuido en cuestiones de cine) sobre las diferentes formas de veto a que se enfrentan los productos cinematográficos. En primera instancia, el gubernamental, de manera directa, al que ambos coincidimos prácticamente ha desaparecido en México. Sin embargo existen otras formas de censura indirecta, en especial (y que subsiste en la actualidad) la manera en que los institutos especializados pueden disponer discrecionalmente de recursos, negando u otorgando apoyos. Esta clase de censura inmiscuye muchos factores: amiguismo, cuestiones políticas, de ideología, etcétera. El asunto medular es que nuestra normatividad deja demasiada manga ancha a aquellos que toman decisiones. Consideramos que una posibilidad para los que se vean perjudicados con decisiones de esta naturaleza es interponer juicios de nulidad en contra de las resoluciones. Y no es descabellado que al sentirse lacerados en sus derechos en cualquier clase de concurso (premios literarios, apoyos económicos, becas artísticas) que es impulsado con recursos de corte gubernamental, se pueda recurrir a los tribunales para enderezar resoluciones injustas.
Sin lugar a dudas el reto a que nos enfrentamos en materia de libertad de expresión cinematográfica pasa por la regulación de los millonarios recursos que pueden ser entregados a proyectos particulares, por lo pronto otra arista de este derecho, la clasificación que otorga la Segob, permite a cintas transgresoras como El Santos… estar en cartelera, aunque a muchos adictos a estos personajes, su versión animada nos haya decepcionado un poquito.




