Comentar hechos internacionales siempre me ha parecido una inutilidad, abordar en una columna los temas que la televisión ya trilló hasta el hartazgo la noche anterior- hoy, sin embargo, el caso lo amerita. Porque el suceso ocurrió en horas de la madrugada del viernes y porque el personaje en cuestión está muy cerca del sentimiento colectivo de este país.
Me refiero, obviamente, al Premio Nobel de la Paz otorgado al presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. Posiblemente más querido en el resto del mundo que en su propio país, Barack parece haber sido catapultado hacia niveles todavía no calculados de popularidad y fuerza social al interior de la Unión Americana.
De hecho, creo que el otorgamiento del Nobel de la Paz, fue un reconocimiento de los países del mundo de que es necesario fortalecer a este presidente estadounidense frente a las acechanzas de un cada vez más feroz sector conservador republicano. Y porque, como lo dijera la canciller alemana, “es una ventana a la esperanza”.
Objetivamente hablando, Obama no ha creado las condiciones de hechos concretos como para haber sido nominado al Nobel de la Paz.
Después de todo, lleva apenas nueve meses en el cargo.
Pero en un mundo cada vez más violento y con síntomas cada vez más acentuados de una pérdida del orden mundial con sus previsibles consecuencias devastadoras, los pronunciamientos por la paz y por la construcción de caminos que lleven a ella, de este hombre de color cuya esposa proviene en línea directa de esclavos africanos, le han merecido, en la visualización de quienes determinan los reconocimientos, el más alto galardón para quienes luchan por una sociedad más pacífica y más justa. Y Barack Obama encarna esos ideales.
Desde luego, nada despreciables son el millón y 400 mil dólares que acompañan al reconocimiento del Instituto Nobel, con sede en Oslo, Noruega. Completitos van al bolsillo del inquilino de la Casa Blanca.
Déjeme decirle que Obama es el cuarto presidente que recibe el Premio Nobel de la Paz, si bien el tercero que es galardonado mientras está en el poder. En 1906 le fue otorgado al presidente Theodore Roosevelt y en 1919 a Woodrow Wilson. Jimmy Carter también recibió este reconocimiento, pero 22 años después de haber dejado la presidencia.
En realidad, el Nobel de la Paz es un galardón al que los norteamericanos se han acostumbrado. Lo han recibido luchadores por los derechos civiles como Martín Luther King y políticos como Henry Kissinger. Recientemente, el que fuera vice-presidente del periodo de William Clinton, Al Gore, también fue galardonado.
Obama deberá caminar con el viento a su favor al menos por los meses que le restan a este 2009. Tiene qué hacerlo. Y es que las primeras reacciones luego de conocerse la noticia, revelan una reactivación de la fe y esperanza del mundo en el presidente de los Estados Unidos. Y esto, la confianza, la credibilidad mundial y la esperanza, se traducen en fuerza. Se traducen en poder.
Un poder que Barack Obama deberá utilizar para construir la paz en aquellas regiones donde este precepto ha sido y es solamente una palabra sin sentido.
No por menos los dirigentes de Israel y Palestina se apresuraron a felicitarlo y a declarar que esperan “contribuya a la paz de la región”.
Es la magia del Nobel de la Paz. Ojalá que este galardón y este reconocimiento se parezcan al de literatura en cuanto a sus efectos. Quienes conocen el tema, saben que el Premio Nobel de Literatura hace que los libros del premiado se lean más. Octavio Paz fue más leído después de haberlo recibido. De hecho, antes de recibir el Nobel de Literatura, Paz era un escritor leído. Como lo es ahora.
El Nobel de literatura da fama, dinero y desde luego lectores. Como sería el caso del portugués José Saramago o el de Gabriel García Márquez, a quien sentimos como mexicano, incuestionablemente el escritor más leído del mundo de habla hispana de los últimos setenta años. Indudablemente Márquez ya era el más leído antes del Nobel. Pero el suyo es un caso excepcional. Naturalmente, no todos los actores políticos del mundo comparten el júbilo por la premiación a Obama. Fawzi Barhoum, que es el portavoz del grupo radical palestino Hamas en la Franja de Gaza, dijo que no cree que con Obama en la presidencia haya cambiado algo. Pero deja el voto de confianza: debe facilitar muchas cosas en favor de los palestinos para hacerse merecedor del Nobel de la Paz. Así lo dijo. Y mire usted lo que son las cosas, pero las primeras palabras de Obama luego de ser enterado, confirman lo que se ha dicho: “no veo un reconocimiento a nuestros logros sino a las metas que nos hemos fijado para el mundo”. O sea, un Nobel de la Paz para la esperanza. Por cierto, sus raíces africanas no le impiden comportarse como el típico político norteamericano.
¿Sabe usted qué fue lo que dijo, en un tono más personal?
Cito textual:
“Mi hija Sasha, de ocho años, me comunicó: ‘papá, has ganado el Premio Nobel de la Paz. Y es el cumpleaños de Bob’”. “Bob”, por supuesto, es el perro de la familia. Sin duda típicamente una familia estadounidense. ¿No cree usted? Total, gana Obama entre más de doscientos nominados -cifra récord, dicen los que saben- el Nobel de la Paz y el Instituto Nobel de Noruega, lo explica en unas cuantas palabras:
“Por sus esfuerzos extraordinarios por reforzar la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”.
