Un día ocurrió que conocí a Samuel, cuya historia familiar era en verdad toda una tragedia: su tía había abierto la llave del gas; en su última carta decía que ante la imposibilidad de frenar el deseo de vivir, prefería mejor la muerte. La prima Clara anhelaba ser trapecista y acabó dando un triple salto mortal desde el puente peatonal de reforma; pero eso no fue nada comparado al salto del sobrino Nestor, que fue más rápido duro y cercano al piso. Y del tío Benito ni hablar, pues al matar accidentalmente a un compañero de cacería, no le quedó de otra que obsequiarse con una fuerte dosis de pastillas para no soñar y sí dormir para siempre y todo con tal de dejar de soportar la culpa. Sin embargo, Samuel se rebeló ante su destino suicida, sin saber que me lo heredó a mí, pues soy yo quien asumió como propia la trágica necrología familiar y me ha llevado por los caminos de la melancolía, la tristeza, la nostalgia y la desesperanza de alcanzar la vida en la vida. Y sin voluntad de guerrear ya más, dejaré que primero me invada la infancia rota, la añoranza de un pasado mejor que el hoy, hasta que recupere y me concilie con mi presente, que inevitablemente se transformará en mi futuro.
Y así, viendo al horizonte, te escribo amigo para decirte que para lograr este tipo de sensaciones, lo primero que debes hacer es quedarte vacío, sin ninguna atadura emocional, sin nada material, pues ya no importa aunque sea la prima causa. No tener ningún eslabón con la realidad que te vende la sociedad a diario. Ni amistad, ni familia, ni infancia, a quien devorarle la vida para subsistir en este laberinto de maldad, crueldad y malos entendidos por pésima comunicación. Omitir el instinto de supervivencia tanto desde el punto de vista biológico como psíquico.
Te acuerdas cuando platicábamos de tu familia, tú me decías: Todos necesitamos de ilusiones: en cuanto perdemos las esperanzas de que el futuro nos guarda algo positivo, aunque sólo sea a corto plazo entonces caeremos. Esta idea del futuro es la que nos hace levantarnos cada mañana y enfrentarnos al nuevo día. Es el mañana quien aun en momentos de adversidad o cuando nos vemos atrapados por la rutina, es de donde sacamos fuerzas de flaqueza para resistir y aguantar, pensando que quizás más adelante las cosas vayan mejor. Es el futuro lo que nos mueve a amasar dinero y poder, a comprar un número de lotería o a fijarnos metas y aspirar a una vida mejor. La anticipación del futuro es lo que predispone a seguir viviendo, pero en cuanto desesperamos de que el dolor que sentimos jamás llegue a alcanzar consuelo, entonces, por regla general, caemos en la depresión.
Parece que te escucho, parece que estás aquí, parece que te contesto, por eso te digo que si a eso le añadimos fenómenos naturales como es el de la luna llena, de seguro se agudizará la ansiedad. ¿Sabes?, he leído que la depresión hace que nuestra visión del mundo circundante se estreche hasta tal punto que llegamos a distorsionar la realidad. Nos fijamos únicamente en los aspectos negativos de la vida, y los positivos los pasamos de largo como si no tuvieran importancia alguna o, sencillamente, no existieran.
Somos incapaces de abrirnos, de escuchar y rechazamos por estúpidas todas las opciones que se nos ofrecen para resolver nuestro problema, hasta que parece que no hay solución posible. Se nos echa encima una tristeza persistente y angustiosa que nos hunde en un insoportable dolor que puede durar semanas, meses e incluso años. Es como si estuviéramos atrapados en una oscura caverna sin posibles salidas, ni hacia el cielo ni hacia la felicidad, sin aire pero con mucho frío. Con un panorama tan, tan negro, empezamos a creer que nada nos puede aliviar y que nuestro pesar no va a acabarse nunca y mañana será igual o peor aún.
En eso me acuerdo de Francisco, nunca olvidaré cómo se reía de su terapeuta, se creía tan listo que pensaba que le engañaba. Estaba seguro que la terapia no iba a dar resultado, y llevaba ya tantas que pensó que no tenía ningún sentido seguir intentándolo y acabó bajo las ruedas del metro.
En fin, Samuel, ya para que te platico todo esto si tú lo sabes tan bien. Todo empieza con esos sentimientos nefastos de pesimismo, de carecer de un sentido o propósito en la vida, de olvidarse por qué o por quién vivir y de ahí todo se va como hilo de media, la soledad, el resentimiento, el remordimiento, la obsesión, la desesperación, el recuerdo de los amores no logrados, las heridas del alma. Y es que todo se me juntó: la cirugía de mi madre, tu huida, mi divorcio, la pérdida del trabajo, la despedida de Luis, la insatisfacción del editor y la menopausia entre otras cosas.
Y de repente me vi con accesos de llanto, peleándome con todo el mundo, aislándome en la maldita Navidad y los festejos familiares donde todos son tan felices y unidos menos yo, sintiendo que mi vida era inútil y tanto que no podía ya enfocar las cosas. Quizá por eso empecé a hacerme de piedra y me entumí poquito a poco, primero las manos, luego los brazos, luego las piernas y por último los pies hasta que caminar resultaba como una especie de tortura silenciosa. La cara tampoco la siento y por eso ya me olvidé de sonreír y, por dentro, tampoco siento el corazón; por eso creo que dejó de latir.
Luego vino la guerra entre dormir o no dormir y esta aguda disconformidad con la vida; sin posibilidad de tratar de compensar el tedio de esta vida tan solitaria y absurda. Este sentimiento destructivo dirigido hacia una misma me fue invadiendo porque, de seguro, reprimía mis sentimientos.
Y así me vi obligada a desdoblarme y crear otro personaje, un personaje que no experimentara sentimientos de culpabilidad, desligado de todo lo que hasta ese momento eran los malos hábitos que me había impuesto el medio y que los reprimía tan grandemente. Me rehusé a seguir cualquier regla o norma, empezando por romper con todo y todos auque fuera por un rato. Mi creciente intolerancia e irritabilidad en definitiva fue evidente, reconocí la rabia contenida y entonces orienté la agresividad, una de las tantas manifestaciones del Thanatos, hacia el mundo exterior, y con eso logré que la furia actuara al servicio de Eros; me compré un punching bag y le pegué hasta amoratarme las manos y bajar los diez kilos que me sobraban desde hacía una barbaridad.
Y así es, Samuel, como por fin acabé con nuestra locura. Este texto lo escribí sentada en un puente contemplando ante mis ojos el abismo infernal que se observa desde la orilla del puente; chistoso: es igualito que el de la prima Clara que de claridad quizá sólo tuvo el nombre y la inspiración que me regaló para escribirte esta carta. Y con ella me llegó la luz de su claridad para encontrar un pretexto que me sacara de este momento donde mi acrofobia, agorafobia y neofobia, me hacían irresistible la necesidad de saltar y acabar de una vez con todo incluyendo la angustia de tener que ganar las fuerzas suficientes de no sé dónde, para recuperar el control sobre la vida y las emociones. Hice un esfuerzo colosal para representarme el futuro: un futuro en el que yo estuviera presente, y por fin lo logré, cuando pensé en un futuro que nos incluya a los dos, a ti y a mí con la certeza de que siempre me acompañaras, pues siempre me tendré mientras escriba. Y es que, sin saber cómo, un susurro me dijo que recomenzar no es más que de nuevo cincelarse por dentro, modelarse, desgarrarse hasta botar las horas muertas del desencuentro sin fin, tratando de restaurar la esperanza y el mar de adentro repleto de palabras urgidas por salir.
