“Yo no puedo con estos Cristos, hazmerreir y trasgo, que se coordinan, en ultramar, con la pifia mesiánica refugiada bajo las faldillas de Guillermina. Reverente y reverencial, adoro a un Cristo sin guardarropa, cuyo cuerpo bendecido irradia de una dignidad limpia y translúcida, como la de un nardo que hubiese padecido por la salvación de las rosas. Desde muy pequeño, la derecha pulcritud de mi voluntad amortiguó y desvaneció las injurias que el Evangelio relata, de manera que el amadísimo y amantísimo cadáver, me iluminase como un joyel, sin más sangre que la rúbrica de la lanzada”.
Pero no soy yo quien escribió este texto, para mi desgracia, ni fue esta la imagen que lo inspiró, sino el poeta Ramón López Velarde, a la vista del Cristo que lleva el Cofrade de San Miguel, imagen sangrante, como sólo pudieron realizarla los artistas barrocos, retratada por el pintor Saturnino Herrán.
En cambio este es un Cristo Roto, crucificado en el camellón de la avenida Rodolfo Landeros, en la esquina con Avenida Siglo XXI. ¿Quién lo habrá puesto ahí; por qué? ¿Qué dolería más? ¿Verlo en estas condiciones, o en estas circunstancias?; ¿ninguna de las dos, nada?, ¿genera esta imagen piedad, indiferencia?, ¿será este Cristo plástico de cuerpo atlético y suaves facciones el acompañante de algún limpiaparabrisas, del migrante que se lleva a la boca la mano vacía, del viejo que pide limosna?
Alguien, en otro momento, escribió en el poste las palabras “Mi vida loca”. ¿Habrá alguna relación entre imagen y palabra? Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com.




