Con la cercanía de las celebraciones por el centenario de la Revolución y el bicentenario de la Independencia (o como algún líder de opinión resume, los “bicentenarios”), el espíritu revisionista anida en cada rincón de la intelligentzia nacional. Antropólogos, filósofos, “pensadores”, locutores, estrellas de televisión, publicistas de pan de caja, analistas y futbolistas expresarán su opinión y reflexiones queramos o no. Casi cada aspecto de nuestra nacionalidad será desmenuzado y repensado. Sin embargo, siendo como somos, añorantes, furibundos y fiesteros, es posible que nos ganen las lágrimas, el coraje o la pachanga.
Los historiadores analizarán nuestro pasado. Los héroes y los villanos cambiarán de bando con cada nuevo artículo, sabremos los nombres de los abuelos de cada novia, esposa o querida de Hidalgo o Villa; escucharemos nuevamente que el meritito independentista fue Morelos y no faltará quien intente, por enésima ocasión, colar a Iturbide al grito del 15 de septiembre. Alguien dirá otra vez que Rommel copió técnicas de los Dorados, y alguien rectificará asegurando que fueron Aníbal o Alejandro quienes pusieron ramas a sus cabalgaduras para simular una tropa sustanciosa. A menos que descubramos que doña Josefa era hombre o que los Flores Magón eran conservadores y porfiristas, será difícil insertarse con brillo en la discusión sobre el ayer.
El futuro está quizá más saturado. Futurólogos, López Dóriga, astrólogos, amantes de la obviedad (el futuro es milenario), políticos, escritores, creyentes e ingenuos lanzarán pronósticos arriesgados, descabellados o meramente torpes. A final de cuentas, suponer qué ocurrirá tiene más de ciencia ficción y deseo que de análisis. Sean optimistas (“Ora sí, agárrense, ya viene el 2012”) o pesimistas (“Ora sí, agárrense, ya viene el 2012”) los comentarios sobre lo que nos espera abundan. Tampoco en el área de la premonición hay mucho que hacer, al parecer los mayas nos ganaron de todas todas.
No nos queda más que el presente. Ante la contundencia de la simultaneidad es posible que a los opinadores se les esté escapado algo. Si bien en la política: todos malos malos; en el arte: todos feos; en el futbol: todos promesa; los niños: todos son el futuro; su educación: bamos vien kon pazo ceguro, y la sociedad: todos buenos buenos; otros aspectos no han sido explorados con suficiente autoridad. Áreas como la administración y la mercadotecnia.
Para muchos resultarán conocidos nombres como Og Mandino o Robert Kiyosaki, o términos como “marketing viral” o el método 5S, o de las cinco eses (cuidadito con la ortografía). Mandino (El vendedor más grande del mundo) fue el gurú de generaciones en cuanto a cómo hacerse rico, uno de los temas que, inexplicablemente, apasionan al mundo; Kiyosaki (Padre rico, Padre pobre), sabiendo esto, y aprovechando que Mandino ya murió, ha descubierto que además de aprender a ser rico, hay que saber cómo seguir siéndolo. La publicidad viral es una idea tan genial que no parece genial, básicamente consiste en que usted ponga su marca, digamos de sopa, en las redes sociales, en el correo electrónico y hasta en la sopa. 5S es un método japonés usado en administración para organizar mejor el espacio de trabajo y tiene como ventaja adicional que despierta el ingenio traductor (intente traducir seiri, seiton, seiso, seiketsu y shitsuke al español sin perder la inicial que da nombre al método; hay quien ya lo ha logrado). Si se fija bien, ninguno de estos personajes e ideas surgieron en México. Esto podría llevarnos a pensar que en cuestiones de administración de altura y mercadeo estamos en pañales. Pues no.
Aunque los esfuerzos son poco conocidos (con honrosas excepciones, como el horroroso y felizmente demodé Miguel Ángel Cornejo), nuestro país es un hervidero de ideas portentosas en materia de comercialización, ventas y administración. Hoy analizaremos una de los cientos de técnicas envidiables inventadas (o implementadas como se usa ahora) por los tiburones del marketing a la mexicana: el jericaying.
Caso práctico. Hace unos años, por razones que no viene al caso mencionar fui con unos amigos a desayunar a un restaurancito cercano al Centro Médico de Occidente, en Guadalajara. La comida corrida incluía sopa o arroz, mole o carne asada, café, agua fresca y postre. El arroz y el mole resultaron aceptables, el agua resultó de limón y el café, soluble. Cuando llegamos, al centro de la mesa había una jericaya por cada comensal, así que una vez llegado el café procedimos a degustar el postre. Una vez que todos habíamos probado el postre, llegó la mesera con el postre. La duplicación nos sorprendió; pero la mesera, ni tarda ni perezosa, inmediatamente aclaró: el postre del menú es un plátano con crema, la jericaya es aparte. Así que a nuestra cuenta se agregaron cuatro carísimas jericayas. Seguramente pronto veremos libros como Padre rico, hijo de la jericaya en las librerías.
No pierda la oportunidad de poner el jericaying en práctica. Muchos ya lo hacen: piense en la canasta de pan que le sirven cortésmente en el restaurante sin avisarle que no es cortesía, el vaso de agua sola que no es vaso sino costosa botellita, o la promoción válida todos los viernes con excepción del viernes en que usted la solicita. Si eso no es una estrategia de venta exitosa, no sé qué puede serlo.
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