Sin ánimo de ofender, consigno a la lógica la consecuencia de una suposición: si un grupo de manifestantes es bloqueado por la intervención de varios federales, uno sospecharía que el comportamiento de las personas que se encontraban marchando ha sido indebido, violento y que, por tanto, merecido tendrían el castigo que se les asignase por parte de las autoridades correspondientes; pero, ¿qué ocurriría si la conducta indeseable proveniera del lado contrario, es decir, de los militares?; ¿qué pasaría si uno de ellos hace uso de la única fuerza que disponen?; ¿qué si alguno dispara?; ¿qué si mata a un manifestante?; ¿existe castigo para tal atrocidad?
El viernes 29 de octubre algunos estudiantes de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez se encontraban caminando rumbo al foro internacional contra la militarización y la violencia “Por una cultura diferente”. En el camino, la antítesis de la intención de dicho debate se les cruzó: un policía cuyo código ético se aleja, kilométricamente, del cargo que en teoría debiera desempeñar disparó contra uno de ellos. Poco importa si hubo una confrontación verbal o palabras fuera de un provechoso diálogo; no hay razón que justifique el acto.
La sociedad, recordando equivocadamente a Lincoln, no es del gobierno, por el gobierno y para el gobierno. Es un conjunto donde políticos y no políticos tratan de encontrar un modo consensuado de actuar con respeto -incluyendo, naturalmente, el de la vida. Me parece muy peligroso cuando el Estado y sus representantes conscientes de su poder, abusan de él.
El estudiante del primer semestre de sociología José Darío Álvarez Orrantia fue la persona que resultó herida por parte de un policía. De acuerdon con la nota aparecida el día 2 de noviembre en La Jornada, los policías Félix Rodríguez Reyes y Juan Saucedo Meza han sido entregados al ministerio público federal por lesionar con arma de fuego a Álvarez Orrantia. Afortunadamente todo indica que se repondrá; pero quiero ser un poco pesimista y plantear una hipótesis: ¿qué sucedería si hubiera sido asesinado?; ¿no estaríamos revisitando el 68? Francamente no veo, en ese hecho, una gran diferencia entre Tlatelolco y Ciudad Juárez.
No hablo de preocupaciones políticas por parte de los marchantes, sino del acto autoritario en un nivel superlativo del uso de la fuerza por parte del gobierno. La muerte de Darío hubiera significado una vuelta a Díaz Ordaz con otro apellido. No creo estar cayendo en una hipérbole.
No sé si mi impresión sea la correcta, pero creo que, desafortunadamente, la noticia no tuvo un gran impacto más que en la red social Twitter (en Facebook prácticamente no se divulgó). Lo cual me llevó a preguntarme, ¿la violencia se ha automatizado? A mayor muerte, menor impresión. Desconozco las causas que llevan a los medios masivos de comunicación a prácticamente rehuir una noticia tan dolorosa. Intuyo que se debe a una desafortunada y nociva costumbre por parte de la sociedad de soslayar lo repetitivo.
Las pruebas de lo anterior se encuentran en las minúsculas atenciones que recibieron los que perdieron su vida del mismo modo que alguien que les antecedía y se les asemejaba en algunas características: presidentes municipales asesinados: al primero, mucho seguimiento y mucha denuncia; los otros, no. Jóvenes asesinados en una fiesta: los primeros merecieron una gran cantidad de atención; los que les siguieron, no.
El Dr. Enrique Tierno Galván, según recuerda Francisco Umbral, pronunció lo siguiente: “cultura es todo lo que ignoramos”. Es decir, lo demás lo incorporamos a nuestro conocimiento y, debido a esto, si vemos lo que sabemos, no nos sorprende. Nuestro país, no hace mucho, desconocía esta clase de violentas manifestaciones. Ahora no sólo las reconoce, también se sabe pertenenciente a ellas. Hemos entregado una parcela de nuestra integridad moral, a lo inmoral: intolerar una muerte, tolerar varias. De otra forma no entiendo que no se continúe reflexionando y explorando las causas de la brutalidad a través de textos o protestas. No quiero proponer con esto la existencia de una cultura de la violencia pero, ¿quién puede estar convencido de que no hay tal?
Sin ánimo de ofender, si nuestras autoridades nos han colocado en una escampavía de la violencia, creo, entonces, más digno de calificar a nuestra inteligencia militar, como caterva que de servidores públicos. Entiendan: los que queremos la paz no somos carne de cañón.
En función de lo anterior creo prudente, para finalizar, recordar unas palabras -guardando las proporciones- del expresidente de Estados Unidos que bien valen resignificar: “these dead shall not have died in vain–that this nation, under God, shall have a new birth of freedom–and that government of the people, by the people, for the people, shall not perish from the earth." Lincoln se refería a los muertos de la guerra civil estadounidense, yo me refiero a nuestra abrumadora realidad. El 68 nos enseñó una lección. Repudiemos, con inteligencia, la pólvora y su furia. Quisiera proponer automatizar otra cosa: la memoria.
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