Claudia Sheinbaum quiso comenzar su sexenio con una reforma histórica contra el nepotismo electoral, pero terminó recibiendo un recordatorio de que en la política mexicana las buenas intenciones son meros deseos si no se alinean con los intereses del partido en el poder. La Cámara de Diputados aprobó por unanimidad la reforma constitucional que prohíbe la reelección y el nepotismo en cargos públicos, pero con un detalle digno de una monopolío político al que se le da todo el poder sin restricciones: su aplicación no será inmediata, sino hasta 2030, un aplazamiento que, casualmente, conviene a más de una figura de la política, sobre todo dentro de Morena y Aliados.
El retraso no es menor. La iniciativa original de Sheinbaum planteaba que la prohibición entrara en vigor en 2027, pero Morena, con la sutil complicidad del Partido Verde, decidió que era mejor dejar las reglas actuales intactas por tres años más. Así, aquellos que ya tenían planes familiares para seguir ocupando escaños y gubernaturas podrán perpetuar sus dinastías en el poder y respirar tranquilos hasta la siguiente década.
El amor al Verde y la fragilidad de Sheinbaum
La prórroga se debe, en gran parte, al Partido Verde, que al parecer no estaba listo para renunciar a su estilo de política dinástica. Ejemplo claro de esto es San Luis Potosí, donde Ruth González, esposa del gobernador Ricardo Gallardo Cardona, tiene en la mira la candidatura a la gubernatura. Morena, en lugar de imponerse, optó por la vía del pragmatismo y aceptó el aplazamiento con una pasmosa docilidad, pues a varias figuras prominentes del partido también les conviene esta medida.
No solo eso, sino que figuras clave dentro de Morena, como Ricardo Monreal y Adán Augusto López, quienes deberían ser los guardianes de la “transformación”, se mostraron más interesados en preservar equilibrios internos que en respaldar a su presidenta. Para Monreal, cuya familia ha hecho carrera política en Zacatecas, y para López, viejo lobo de la política tabasqueña, la prórroga parece más una estrategia de supervivencia que una derrota.
Sheinbaum, por su parte, intentó tomar distancia con un mensaje a la población: “El pueblo verá muy mal” a quienes intenten perpetuar a sus familias en el poder. Pero sus palabras se desdibujaron ante la falta de control real sobre su propio partido. En los hechos, la presidenta ha quedado expuesta: su liderazgo se enfrenta a los viejos esquemas del morenismo, donde las estructuras de poder siguen intactas tras la era de López Obrador.
Movimiento Ciudadano, el aliado inesperado
En una ironía del destino, la única bancada que respaldó íntegramente la propuesta original de Sheinbaum fue aquella perteneciente a la primera fuerza política de oposición en México, la de Movimiento Ciudadano (MC), que insistió en que la reforma debía aplicarse en 2027. Ivonne Ortega, coordinadora de MC, denunció el evidente juego de intereses detrás del aplazamiento: “Reiteramos que su eliminación debe entrar en vigor desde la elección de 2027 y ampliarse a todos los niveles y a todos los órdenes de gobierno”. Pero su postura quedó como un grito en el desierto ante la maquinaria de Morena y sus aliados.
Incluso dentro de Morena hubo quienes intentaron, sin éxito, salvar la propuesta original. Alfonso Ramírez Cuéllar presentó una reserva para adelantar la aplicación de la ley, pero sorpresivamente la retiró sin mayor explicación. La diputada Gabriela Jiménez confesó que se intentó negociar la entrada en vigor para 2027, pero que no lograron el consenso necesario ni los votos en el Senado. Dicho de otra manera: Morena no pudo o no quiso confrontar a los suyos.
¿La cuarta transformación o la misma política de siemPRIe?
La imagen de Morena como partido anticorrupción y anti-nepotismo se ve cada vez más difusa. Mientras sus dirigentes aseguran que su lucha contra el abuso de poder es auténtica, sus acciones dicen lo contrario. La oposición no desaprovechó la oportunidad para recalcar la incongruencia. “Ustedes, Morena, son el vívido ejemplo de ser las bestias del nepotismo”, soltó el panista David Cortés Mendoza. Por su parte, Paulina Rubio ironizó sobre la postura oficialista: “Lo que ustedes creen y quieren es que el nepotismo está bien, pero siempre que esté de su lado”.
No es que el PAN, el PRI o el Verde sean santos en esta materia; los clanes políticos en México han sido una constante a lo largo de su historia. Pero lo que queda claro es que Morena ha demostrado que, en la práctica, se siente más cómodo con las viejas costumbres de la política que con las reformas que pregona. La diputada del PRI Abigail Arredondo fue tajante al respecto: “Más allá de hablar del nepotismo electoral debemos entrar a prohibir la nepocracia”—una crítica al control político que ejercen quienes no solo buscan heredar cargos, sino que colocan a subalternos leales en puestos estratégicos.
Fieles a la Transformación hasta que aplasta sus intereses
Morena ha querido vender la reforma como un avance, pero es difícil verlo así cuando la prórroga de su entrada en vigor parece hecha a la medida de quienes buscan perpetuar su influencia. La fractura interna del partido es evidente, y el mensaje que queda es que la voluntad de la presidenta no basta para modificar las reglas del juego cuando los intereses de la cúpula están en riesgo.
Mientras tanto, los ciudadanos pueden seguir recitando el viejo mantra que ha acompañado a varias generaciones: cambian las caras, pero todo sigue igual. Y al parecer, con o sin transformación, el apellido sigue siendo el mejor currículo para hacer carrera en la política mexicana.




