En el mundo de Donald Trump, la guerra comercial no ha terminado. Solo se tomó un descanso para ajustar las tarifas. El autodenominado “Día de la Liberación”, fijado para el 2 de abril, marca la entrada en vigor de una nueva oleada de aranceles recíprocos con sabor a revancha global. Esta vez, con objetivo amplio: automóviles, productos de consumo y cualquier cosa que no huela a “Made in USA”.
Trump lo ha dejado claro, entre entrevista y mitin, con un entusiasmo que haría sonrojar a un vendedor de tiempo compartido: “empezaríamos con todos los países”, sin importar si son 10 o 15, o si el desequilibrio comercial es real o percibido. La lógica: si Estados Unidos paga aranceles, todos también deben hacerlo. Es como un recreo internacional donde el niño más ruidoso exige que todos jueguen con sus reglas o se lleva el balón.
¿Y qué ha pasado mientras tanto? Los mercados globales entraron en modo pánico. Las bolsas asiáticas, europeas y americanas bailaron al ritmo de la incertidumbre. El Nikkei japonés perdió 4%, con caídas notables en gigantes automotrices como Nissan, Mazda y Toyota. En Europa, la historia no fue mejor: Milán, París y Fráncfort reportaron caídas superiores al 1.7%. Incluso Wall Street, que suele tener un estómago fuerte para las locuras políticas, no aguantó el golpe: Nasdaq cayó 2.26%, el S&P 500 bajó 1.29% y el Dow Jones descendió 0.68%.
Las víctimas colaterales de este impulso proteccionista son numerosas. Empresas como Tesla y Nvidia registraron caídas superiores al 5%. Mientras tanto, el presidente asegura que “no le importa en absoluto” si los precios de los autos suben en Estados Unidos. De hecho, lo espera, como parte de su plan maestro para que los consumidores redescubran la magia de comprar productos estadounidenses, aunque les cueste un riñón y medio.
El discurso es simple: si fabricas en EE.UU., todo bien; si no, prepárate para pagar. CBS News estima que los nuevos aranceles podrían aumentar el precio final de un coche en hasta 12,200 dólares. Pero en el universo Trump, eso es solo un pequeño precio por el privilegio de la autosuficiencia nacional.
Este “giro patriótico” no cayó bien entre aliados. México, Japón y Canadá expresaron su inconformidad, tildando la medida de “injustificada” y señalando que, si el objetivo era reconstruir lazos comerciales, esto es más bien dinamita diplomática. El primer ministro canadiense, Mark Carney, fue directo: “la antigua relación… ha terminado”.
Y mientras las bolsas tiemblan y los fabricantes recalculan estrategias, Trump mantiene el curso. Los aranceles llegaron para quedarse, salvo que—en palabras del propio presidente—alguien le ofrezca “algo de gran valor” para reconsiderarlo. ¿Un reality show? ¿Otra torre con su nombre? Nadie lo sabe.
Pero lo cierto es que, en esta entrega de “Comercio Global: El regreso del proteccionismo”, Estados Unidos juega con fuego… mientras el resto del mundo compra extintores.




