Si algo ha dejado claro Donald Trump —entre frases ambiguas, amenazas con tono paternal y promesas grandilocuentes— es que su enfoque para lograr la paz mundial pasa por un solo carril: el comercio. Más específicamente, el petróleo. Y si ese carril se llena de baches, no duda en llenar de aranceles los depósitos de combustible de medio planeta.
La nueva cruzada del presidente estadounidense se enmarca en su promesa de campaña de 2024 de poner fin a la “ridícula” guerra en Ucrania, una que, según su narrativa, solo necesita un poco de firmeza empresarial y tarifas punitivas para resolverse. El problema es que su receta para la paz parece más cercana a una amenaza de embargo que a una cumbre diplomática. O como diría un influencer de economía en TikTok: “cuando todo lo que tienes es un martillo arancelario, todo parece un país sancionable”.
Trump dice estar “muy enfadado” con Putin —una especie de berrinche geopolítico— por haber cuestionado la credibilidad de Zelenski y haber planteado la idea de una “administración temporal” en Ucrania. Una propuesta que, traducida del ruso diplomático al estadounidense populista, se lee como “sacarlo del poder por la puerta trasera”.
En respuesta, Trump ha amenazado con imponer “aranceles secundarios” a todo el petróleo que salga de Rusia, unos gravámenes que, según él, podrían llegar hasta el 50% y aplicarse a cualquier país que ose comprar crudo ruso. “Si compras petróleo de Rusia, no puedes hacer negocios en Estados Unidos”, advirtió. Una frase que suena más a ultimátum mafioso que a declaración de política exterior, pero que cumple su cometido: generar titulares y mover los mercados.
Y los mercados respondieron como suelen hacerlo ante la política exterior trumpista: subiendo y conteniendo la respiración. El petróleo de Texas (WTI) aumentó 3% tras sus declaraciones, una señal de que Wall Street cree que esta vez Trump sí podría seguir adelante con su amenaza, o al menos mantener la tensión lo suficiente como para hacer temblar los tableros de precios.
Pero el petróleo no es el único comodín en esta partida. Irán también entró en la ruleta de sanciones, esta vez con una advertencia doble: si no negocian su programa nuclear, no solo habrá aranceles, sino “bombardeos como nunca han visto antes”. Diplomacia del siglo XXI, al estilo blockbuster de Hollywood.
El problema, claro, es que estos aranceles secundarios —una reinterpretación de las sanciones secundarias de antaño— parecen más una estrategia de relaciones públicas que un mecanismo viable de presión internacional. Expertos han señalado que la aplicación efectiva de estas medidas es cuestionable, especialmente en un escenario global donde muchos países están buscando activamente reducir su dependencia del dólar y diversificar sus alianzas.
Mientras tanto, la Casa Blanca, en un acto de equilibrismo político, ha evitado dar detalles sobre cómo, cuándo o contra quién se aplicarán estas tarifas. Porque si algo caracteriza a la doctrina Trump, es su flexibilidad: lo importante no es tanto lo que se haga, sino que parezca que se está haciendo algo… fuerte, patriótico y con sabor a gasolina cara.
En resumen, Trump vuelve a colocar al petróleo en el centro de su tablero geopolítico, usando aranceles como piezas de ajedrez en una partida que mezcla su nostalgia por el proteccionismo con su instinto de empresario curtido en reality shows. Lo que aún está por verse es si esta estrategia traerá paz, inflación… o simplemente más ruido.




