En el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), la comunidad estudiantil no se anduvo con rodeos. Con pancartas y zapatos –símbolos potentes de las víctimas de desaparición forzada en México–, los jóvenes recibieron al presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, con una protesta que encendió una discusión que él mismo decidió cortar de tajo. Lo que debía ser una conferencia sobre “Reformas desde la izquierda” acabó convertida en un campo de confrontación política y ética.
El detonante: las recientes declaraciones de Noroña sobre el Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, donde se hallaron cientos de prendas y objetos personales. Mientras colectivos de búsqueda y parte de la sociedad civil advierten que el sitio podría ser un campo de exterminio del crimen organizado, el senador lo reduce a un “campo de entrenamiento”. ¿El argumento? “Hasta hoy no hay evidencia de que ese haya sido un campo de exterminio (…) ¿por qué dejaron ahí los zapatos?”, cuestionó con escepticismo y una dosis de sarcasmo que encendió los ánimos.
Noroña se parapetó en la narrativa de la persecución mediática. Acusó a la “derecha” de fabricar una “campaña canalla” en su contra y de manipular sus palabras. Según él, los videos circulando en redes están “editados” y tergiversan su postura. Sin embargo, su propia actuación en el CIDE deja poco margen a la edición: cuando los estudiantes lo confrontaron por su falta de empatía hacia las madres buscadoras y las víctimas, respondió con desdén, acusaciones de mentira y, finalmente, un portazo simbólico a cualquier intento de diálogo.
Porque lo que Noroña exhibió en el auditorio no fue liderazgo ni apertura, sino soberbia. En lugar de escuchar, desacreditó. En vez de argumentar con altura, optó por repartir culpas –al fiscal de Jalisco, al alcalde de Teuchitlán, al PAN, al PRI, a todos menos a sí mismo. Cuando un estudiante lo criticó por el simbolismo de los zapatos, el senador replicó con altivez que esos zapatos “no son de desaparecidos” y acusó a los jóvenes de ser instrumentos de desinformación.
Mientras tanto, las evidencias de horror siguen acumulándose en el país y los zapatos –símbolo trágico de ausencia– siguen apareciendo en fosas, ranchos, patios y basureros. Que no haya nombres aún no significa que no haya víctimas. Y pretender neutralidad desde el escaño más alto del Senado, mientras se desestima públicamente una posible masacre, no es prudencia: es irresponsabilidad.
Peor aún, Noroña arremetió contra quienes osaron cuestionarlo. A un estudiante que lo comparó con Jesús Murillo Karam, respondió llamándolo majadero. A quienes lo increparon, los acusó de repetir “mentiras” de los medios. Y tras una hora de confrontaciones, simplemente decidió que “no tiene sentido continuar”, cortando la sesión y dejando preguntas en el aire, al igual que el respeto.
En su salida, se envolvió en la bandera de la 4T, denunciando que todo era parte de un ataque contra Claudia Sheinbaum. Pero lo cierto es que, más allá del oportunismo político, el episodio en el CIDE expone una verdad incómoda: hay quienes, desde el poder, se sienten por encima del dolor, la exigencia de justicia y el escrutinio ciudadano. Y cuando son confrontados, se victimizan, descalifican o se marchan.




