Parece que mientras algunos fabricantes automotrices pisan el freno por los nuevos aranceles estadounidenses, otros están pisando el acelerador… y con todo. Tal es el caso de Volvo, que no solo reafirmó su compromiso con México, sino que lo amplificó: la inversión para su planta en Ciénega de Flores, Nuevo León, pasará de 700 a mil millones de dólares, según diversos actores involucrados, incluyendo a representantes de la Secretaría de Economía.
Este movimiento de la armadora sueca llega en un momento que podría considerarse, cuando menos, turbulento. La reciente imposición de aranceles por parte de Estados Unidos —10% a vehículos provenientes de Europa y hasta 25% para otros sectores automotrices— ha sacudido a más de una empresa del ramo. Stellantis, por ejemplo, ha optado por pausar temporalmente su producción en México y Canadá mientras evalúa el impacto de estas medidas, dejando a miles de empleados en un limbo productivo. En cambio, Volvo parece tener otro enfoque: adaptación estratégica.
Y no es coincidencia. México, y específicamente Nuevo León, gozan de una ventaja que otros países europeos envidiarían: el paraguas del T-MEC. Este tratado regional blinda a México y Canadá de varios de los aranceles recién anunciados, haciendo que el país se convierta en un refugio para inversiones automotrices de empresas que buscan seguir abasteciendo al mercado norteamericano sin sufrir los costos adicionales.
Volvo lo entiende bien. De acuerdo con la empresa, la ubicación estratégica de Monterrey —conectividad, logística, mano de obra calificada y cercanía con la frontera— fue determinante para aumentar la apuesta. La planta, que se prevé empiece operaciones en 2026, producirá camiones de carga bajo las marcas Volvo Trucks y Mack Trucks, con una capacidad que podría incluso superar a la actual planta en Gotemburgo, Suecia. Desde allá, el gobernador Samuel García no escatimó en elogios ni promesas: la fábrica en Nuevo León será “todavía más grande”, generará al menos tres mil empleos directos, y vendrá acompañada de transferencia tecnológica y un parque industrial para proveedores.
Este crecimiento no solo se traduce en infraestructura: también fortalece a México como actor clave en la cadena automotriz global. Que una marca como Volvo duplique su inversión a pesar de la incertidumbre global no es menor. Mientras algunas armadoras siguen temerosas, México —y más específicamente Nuevo León— aparece como un puerto seguro, atrayendo capital e incrementando su peso en la industria manufacturera internacional.
A nivel institucional, el mensaje es claro: frente a tensiones geopolíticas y barreras comerciales, la respuesta no ha sido el repliegue, sino la ofensiva estratégica. Mientras algunos presumen anuncios en redes sociales, las cifras hablan por sí solas: un crecimiento de más del 40% en inversión prevista, una planta de más de 200 mil metros cuadrados, y un plan de operación a dos años con miras a largo plazo.
Por ahora, el protagonismo no está ni en los foros diplomáticos ni en las declaraciones altisonantes. Está en el terreno, donde los bulldozers y grúas ya avanzan a “todo vapor” en la construcción de una planta que no solo es un símbolo de confianza extranjera, sino un motor real de empleo, producción e innovación para el norte del país. Mientras algunos países ajustan sus planes, Nuevo León sigue construyendo los suyos.
