El Sábado de Gloria en México ha sido históricamente una fecha de júbilo acuático: cubetazos en la calle, juegos con globos de agua y manguerazos espontáneos como expresión popular de purificación espiritual y celebración. Sin embargo, la crisis hídrica que azota a gran parte del país, y especialmente al Valle de México, ha llevado a que esta costumbre se convierta hoy en una infracción sancionada con multas, arrestos y trabajo comunitario.
En la Ciudad de México, el marco legal es contundente. La Ley de Cultura Cívica y la Ley de Derecho al Acceso, Disposición y Saneamiento del Agua castigan el desperdicio de agua como una falta administrativa. Las sanciones van desde multas de 100 a 300 UMAs —entre 11 mil 314 y 33 mil 942 pesos en 2025— hasta arrestos de hasta 24 horas o trabajo comunitario por 6 a 12 horas. Este rango se intensifica en Semana Santa, cuando históricamente aumentan los reportes por derroche de agua en vía pública.
Además de mojar a personas, se consideran faltas el lavar autos con manguera sin boquilla, regar banquetas o calles, dejar llaves abiertas innecesariamente o jugar con pistolas de agua y globos. El objetivo ya no es solo evitar el espectáculo callejero: se trata de frenar una práctica que hoy representa un lujo insostenible.
En el Estado de México, las sanciones varían dependiendo del municipio, ya que cada ayuntamiento emite sus propios bandos municipales. Algunos ejemplos como Ecatepec imponen multas que rondan los 11 mil 314 pesos, mientras que en otras demarcaciones las penalizaciones van de 2 mil a 6 mil pesos, más 12 horas de trabajo comunitario. La heterogeneidad normativa no impide que la lógica sea la misma: inhibir el uso irresponsable del recurso.
Las autoridades han implementado brigadas de vigilancia en ambas entidades y han habilitado canales de denuncia como Locatel o apps móviles, para que la ciudadanía reporte con evidencia el desperdicio de agua.
Más allá de la multa, el problema de fondo es estructural. La Comisión Nacional del Agua (Conagua) ha alertado sobre niveles críticamente bajos en presas y fuentes de abastecimiento. El panorama no solo sugiere un aumento de cortes programados, sino la posible necesidad futura de racionamiento formalizado. En ese contexto, el agua deja de ser un insumo cotidiano para convertirse en un bien en disputa, una especie de “nuevo petróleo” urbano, cuyo derroche ya no se tolera ni siquiera por tradición.
Las autoridades llaman a la conciencia colectiva: lo que antes era juego, hoy es falta. La transformación del Sábado de Gloria es también la evidencia de que la crisis hídrica ya está tocando fondo, y que las costumbres populares deberán adaptarse, no solo a las leyes, sino a la realidad cada vez más seca del país.




