China y Estados Unidos están enredados, una vez más, en un pulso comercial que ya parece más espectáculo que política económica efectiva. El nuevo episodio de esta saga comenzó cuando la Casa Blanca, en voz del expresidente Donald Trump, anunció que las importaciones chinas podrían enfrentar aranceles de hasta el 245 %. La cifra, que incluye medidas como el arancel recíproco del 125 %, un 20 % relacionado con la crisis del fentanilo y gravámenes especiales bajo la Sección 301, marca un nuevo máximo en la escalada arancelaria.
La respuesta china no tardó. Tanto el Ministerio de Comercio como la Cancillería de ese país calificaron las medidas como “irracionales” y carentes de “importancia económica práctica”. En su comunicado, Pekín acusó a Washington de convertir los aranceles en armas políticas, con fines de intimidación y coerción, más que en herramientas legítimas de regulación comercial. “No hay ganadores en una guerra comercial”, reiteró el Ministerio de Exteriores chino, y aunque “China no quiere luchar esta guerra, tampoco le tiene miedo”.
El conflicto no es nuevo. Iniciado formalmente durante la administración de Trump en 2018, este enfrentamiento comercial ha ido mutando con los años. Sin embargo, el tono actual revela que no se trata únicamente de comercio, sino de una confrontación más amplia por la hegemonía tecnológica, política y diplomática global. El nombramiento de Li Chenggang como nuevo representante de Pekín en las negociaciones comerciales, en sustitución de Wang Shouwen, también indica que China busca renovar su estrategia frente a Estados Unidos.
Desde Washington, el mensaje ha sido claro: si China quiere diálogo, debe dar el primer paso. Pero desde Pekín, la condición es que ese diálogo ocurra sin amenazas, chantajes ni tácticas de presión extrema. En otras palabras, ambas partes están dispuestas a hablar… siempre y cuando sea bajo sus propios términos. Mientras tanto, los mercados, los consumidores y las cadenas de suministro globales siguen siendo el tablero donde se juega este ajedrez geopolítico.
Aunque muchos de los productos tecnológicos chinos fueron excluidos temporalmente del nuevo paquete de sanciones, la advertencia de que se impondrán aranceles a semiconductores en un “futuro próximo” deja claro que la tregua es improbable. En un contexto donde las economías globales aún se recuperan de la pandemia y las tensiones bélicas en otras regiones del mundo, esta nueva ronda de hostilidades entre dos gigantes económicos no es un asunto menor.
Como si se tratara de una entrega más de una franquicia de acción con presupuesto ilimitado, China y Estados Unidos siguen protagonizando una guerra comercial en la que las cifras importan menos que los mensajes. Y en esta película, nadie parece dispuesto a escribir el guión de la reconciliación.




