El papa Francisco, nacido como Jorge Mario Bergoglio, falleció este lunes 21 de abril a los 88 años, menos de 24 horas después de su última aparición pública en la misa de Pascua. Aunque visiblemente debilitado, logró despedirse de los fieles con un mensaje leído por un clérigo, en el que llamó a la paz, al respeto de las diferencias y a combatir el miedo con solidaridad. “La paz es posible”, decía. Pocas horas después, las campanas de la basílica de San Pedro anunciaban su muerte.
Francisco fue el primer latinoamericano y el primer jesuita en llegar al papado. Su elección en 2013 marcó un giro en la historia de la Iglesia: buscó una institución más abierta, cercana a los pobres, dialogante con los tiempos modernos y menos rígida en lo doctrinal. Su voz se alzó en defensa de migrantes, de la Amazonía, de la diversidad religiosa y de causas que muchos consideraron tabú en el Vaticano, como los derechos LGBTI+ o el papel de la mujer en la Iglesia.
Pese a los problemas de salud que lo aquejaron desde febrero —incluida una neumonía bilateral, infecciones pulmonares y transfusiones—, el pontífice retomó su agenda pública. Su participación en la misa del Domingo de Resurrección fue un acto simbólico: recorrió la Plaza de San Pedro en su papamóvil, bendijo a niños y dirigió, por última vez, un mensaje cargado de esperanza. Ese gesto final ha sido interpretado por fieles y analistas como una forma de “morir sirviendo”.
El anuncio oficial de su fallecimiento fue realizado por el cardenal Kevin Farrell, quien subrayó su entrega a los marginados. En vida, Francisco insistió en que su funeral fuera sencillo: sin catafalco, con ataúd modesto y sin pompa, solicitando ser enterrado fuera del Vaticano, en la Basílica de Santa María la Mayor.
Miles de personas han comenzado a congregarse en Roma, muchas conmovidas por su liderazgo pastoral y social. En medio del luto, quedan las preguntas sobre el futuro de la Iglesia que deja Francisco: ¿seguirá el camino de apertura que él propuso o volverá a cerrarse sobre sus tradiciones más estrictas? Lo cierto es que su legado ya forma parte de la historia: el de un Papa que intentó, con tenacidad y ternura, hablarle al mundo en voz alta, pero con los pies descalzos.




