Jesús Daniel Flores murió al caer de un vehículo en movimiento en el Viaducto Miguel Alemán, la madrugada del 18 de abril. Emilia Romero, su pareja sentimental, conducía el automóvil. Las cámaras de vigilancia del C5 captaron el momento exacto en el que el cuerpo del joven salió proyectado del lado del copiloto, rodando inerte sobre el asfalto mientras el vehículo seguía su camino. Pocos segundos después, Emilia detuvo la marcha brevemente, abrió la puerta del copiloto y luego se alejó sin brindar auxilio. La Fiscalía de la Ciudad de México la ha vinculado a proceso por homicidio, con prisión preventiva en Santa Martha Acatitla.
Hasta ahí, el caso parecería tener claridad. Pero lo que sigue es una trama de versiones cambiantes, contradicciones, especulaciones no confirmadas y un tratamiento mediático que hace de cada testimonio un nuevo capítulo en una historia sin cierre. Emilia declaró al menos tres versiones distintas: que Jesús conducía y cayó solo; que otros pasajeros lo agredieron; y, en una conversación privada, que lo empujó tras una discusión. El video contradice al menos dos de esas versiones: ella iba al volante y no se quedó a auxiliarlo.
La evidencia audiovisual ha sido central para el caso. Fue difundida por el periodista Carlos Jiménez, conocido como C4, quien además reveló declaraciones de una amiga de Emilia, a quien ésta habría confesado el fallecimiento de Jesús tras llamarla. Pero más allá del juicio penal, se está librando un juicio paralelo en redes sociales, alimentado por filtraciones, cobertura sensacionalista y una narrativa que oscila entre la revictimización de ambos jóvenes.
El caso también evidencia omisiones institucionales: hasta el momento, la Fiscalía no ha podido acreditar si Emilia empujó a Jesús, ni confirmar si hubo más personas en el vehículo, como ella declaró. La defensa ha solicitado la revisión de más cámaras y entrevistas con posibles testigos, mientras que peritos analizan el vehículo.
Una arista inquietante del caso es que la víctima, padre de una menor, mantenía con Emilia una relación “de años”, descrita por conocidos como conflictiva y posiblemente violenta. Sin embargo, ninguna autoridad ha hablado públicamente de violencia de pareja como posible contexto del incidente. De ser cierto, estaríamos ante un trágico punto ciego: las violencias en las relaciones íntimas que escapan a las narrativas binarias de víctima y victimario.
La prisa con la que medios y redes han juzgado a Emilia también merece análisis. La figura de la mujer “fría” que abandona el cadáver ha sido repetida hasta el hartazgo, sin matices. Pero lo cierto es que todavía no hay pruebas concluyentes de que haya empujado a su pareja. Lo que sí hay es omisión: tras ver a Jesús caer, Emilia no pidió ayuda, no llamó al 911, y se ocultó. Eso no la hace culpable del homicidio intencional, pero sí plantea preguntas urgentes sobre responsabilidad, humanidad y justicia.
El tratamiento mediático y judicial de este caso muestra lo lejos que estamos de un enfoque con perspectiva de género y de derechos humanos. Jesús murió bajo circunstancias sospechosas, sí. Pero Emilia enfrenta ya una condena social que parece no necesitar de pruebas. Y en medio del ruido, la verdad se sigue perdiendo entre likes, ratings y tuits.




