Bajo presión
Pertenencia
Qué orgullo que este reconocimiento lo reciba un hidrocálido, dijo el gobernador y extendió su mano. Estúpidamente aclaré: no soy de Aguascalientes, nací en el Distrito Federal, a Felipe González le cambió de inmediato el gesto, frunció el ceño y torció la boca, arrepentido por tener que entregar el diploma y el cheque a un chilango. Ese momento marcó mi relación de pertenencia con Aguascalientes.
Años después, frente al pelotón de fusilamiento de un escritor, se disculpaba por no haberme solicitado un cuento para su antología, porque pensaba que yo era hidrocálido; décadas después me vi envuelto en una discusión acerca de la hidrocalidad, si un autor merecía ser considerado parte del corpus literario de Aguascalientes aunque no hubiera nacido en este territorio, o si era posible ser miembro de la cofradía porque se escribe de, desde y en esta entidad.
La única patria que reconozco, incluso la chica, es la lengua en la que escribo y sueño. Cada vez es más difícil reconocerme como chilango porque el Distrito Federal en que nací ya no existe, ese nombre ha quedado reducido a dos letras en mi CURP y los recuerdos que me hacen persona pertenecen a un territorio lejano que se llama infancia.
No me reconozco aguascalentense a pesar de haber llorado ante un hermoso atardecer (y sí, es mentira que hayan sido nombrados como los más bellos por el National Geographic), deleitarme hasta el delirio con las guayabas y el queso de Calvillo, estremecerme ante la vastedad de la Sierra o emplear como referente geográfico al Cerro del Muerto, tampoco hablo cantadito y no digo saaabe ni bien mucho; no importa que en esta ciudad haya aprendido a amar, ni mi pertenencia al barrio o que identifique ciertas calles como mías.
No puedo llamarme hidrocálido porque en cualquier momento un originario de los cuatro barrios me va a descalificar por extrañar el epazote y le llamen chaska a los esquites, no se me eriza la piel cuando escucho Pelea de gallos ni pierdo la cabeza al grito de Viva Aguascalientesn, y sin embargo, me identifico y enorgullece esta región donde nació mi hijo, lo noto cuando recorremos sus calles, vamos a sus museos, atendemos sus costumbres, cuando le cuento sobre el paso de Hidalgo o López Velarde por estas tierras, de la música de Manuel M. Ponce, del talento de Saturnino Herrán, leemos a Anita Brenner o le explico, frente al relieve del Teatro Morelos, que en la Soberana Convención Revolucionaria iban a matar a Antonio Díaz Soto y Gama por negarse a firmar sobre la bandera que representaba el triunfo de Iturbide.
Constantemente una voz interior me dice que sí soy hidrocálido, sobre todo cuando acompaño a mi hijo e intento despertar el amor por la ciudad en que nació, cuando me esfuerzo por generar un vínculo que le permita identificarse con su entorno, sus tradiciones y costumbres, para eso recorro Aguascalientes a su lado, por eso le hablo de los hombres y mujeres que han hecho grande a este estado.
Los muros de honor en los recintos legislativos cumplen una función similar a lo que intento al recorrer y platicar de Aguascalientes con mi hijo, hay una carga simbólica, política e histórica en esos espacios conmemorativos que buscan rendir homenaje a personajes, grupos sociales, ideales o hechos históricos, no son parte de la decoración, establecen aquello que se considera digno de memoria y genera identidad.
Ayer, en Aguascalientes, 25 diputados aprobaron que en el muro de honor del Congreso se inscriba “Feria Nacional de San Marcos y sus tradiciones”, aunque la ideota original del panista Luis León era realizar un “reconocimiento parlamentario a la Charrería, Tauromaquia y Gallos”… De nuevo, esa es la idea de trabajo legislativo en el Congresito, iniciativas populacheras que exhiben la estulticia de los miembros de la legislatura.
Según Luis León, la Feria Nacional de San Marcos “es una herencia que nos han dejado nuestros ancestros y que transmitiremos a las futuras generaciones”. Lo que el diputado quiere es que se le recuerde porque, más que la Feria, defendieron a charros, toros y gallos.
En el muro de honor se rinde homenaje a un par de instituciones, algunas fechas históricas, 13 hombres y sólo 2 mujeres, antes que el “reconocimiento parlamentario” a una fiesta, por muy tradicional que sea, hay una larga lista de personas que merecen esos honores, que podrían estar en ese espacio de legitimación y víncularlos a valores que merecen ser promovidos.
Demasiado pedir para los diputados de Aguascalientes, incapaces de valorar su propia historia y los personajes ejemplares que honran nuestra identidad, si algo distingue a quienes pasan por el Congresito es su feroz compromiso con lo irrelevante. Han hecho del recinto un taller de manualidades simbólicas, donde lo mismo podrían inscribir en letras doradas “Reborujado” o “Lo que usted mande, gobernadora”; total, para lo que entienden de historia, identidad y legado, bien podrían rendirle homenaje a la Carnitas de San Pancho o a la playlist del Palenque, eso sí, sin narcocorridos, para que no los multen.
Para los miembros del Congresito, el pasado no es memoria sino pretexto, y el futuro no es compromiso sino espectáculo. Su ineptitud no sólo radica en las iniciativas ridículas que presentan, sino en su incapacidad de entender que la pertenencia no se decreta en letras doradas ni se impone desde una curul: se construye con historia, con justicia y con la voluntad de hacer que esta tierra merezca ser amada. Pero claro, eso requiere más esfuerzo que levantar la mano para votar lo insulso.
Coda. En lo personal, me da exactamente lo mismo qué inscriban en el muro del Congresito, hay mejores lugares que visitar con mi hijo para generar identidad y amor por Aguascalientes. Ya por último, si a tradiciones vamos, los diputados pueden colocar en letras doradas: Chascas, Torta de resistol y Pastel de Guayaba; mejor aún, una frase que represente el espíritu legislativo aguascalentense: La Caja Negra, para abreviar que se robaron 140 millones de pesos y, legislatura tras legislatura, siguen encubriendo las largas colas, no vaya a ser que les pisen la propia.
@aldan




