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viernes, diciembre 5, 2025

Libertad, excusa para no pensar | Bajo presión por: Edilberto Aldán

Edilberto Aldán
Edilberto Aldán
Ex Director Editorial LJA.MX (2012 - 2024). Ex Colaborador (2024-2025).

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Bajo presión 

Libertad, excusa para no pensar

Él no sabe que estoy citando a Sartre cuando lo condeno a media hora de libertad: una pausa entre actividades que, de algún modo, también forman parte de su derecho a crecer. Libre de mantener limpia la casa, de colaborar con los quehaceres o repasar materias escolares, invariablemente elige lo mismo: su dispositivo.

Se tira a ver cortos en YouTube, chistes actuados por influencers desesperados por hacerlo reír, payasos digitales que se ridiculizan para sumar likes y suscriptores.

“¡Libertad!”, grita mi hijo mientras se avienta sobre la cama para gastar su tiempo en el celular. Adolescente, al fin, para él la libertad es entretenimiento. Me encantaría que, antes que el ocio, eligiera otras formas de ejercitarla: moverse, aprender, escribir, pintar, pensar en su entorno y en sus posibilidades de acción. Sin embargo, no lo presiono. Llegará el momento de enseñarle que el ejercicio de un derecho está íntimamente ligado a la responsabilidad. Además, la libertad se vuelve tiranía cuando se pretende imponerla a otros, como advertía Octavio Paz.

Me queda claro que tenemos conceptos distintos de lo que es ser libre. Para mí, la libertad no es sólo una pausa para entretenerse; es una experiencia comunitaria, una palabra que antes se gritaba en plazas, que costaba cárcel, exilio y dientes apretados. Hoy, la libertad parece haberse vuelto un permiso para distraerse, un comodín para justificar cualquier capricho, siempre que no salgamos de la zona Wi-Fi.

Ser libre se confunde con tener una cuenta de Netflix, asistir a un festival donde no te revisen demasiado o elegir entre cinco marcas de cerveza artesanal. Al banalizar su ejercicio, la libertad se escurre por la grieta del consumo y queda reducida a un eslogan bonito para vender ocio. Es más fácil elegir qué ver el viernes por la noche que decidir cómo convivimos en sociedad. Y así nos quedamos: cómodos, entretenidos, apáticos.

Si Sartre decía que el ser humano está condenado a ser libre es porque la libertad implica hacerse cargo: decidir, asumir las consecuencias. Pero lo nuestro va más por el lado de estar condenados a elegir toppings para la pizza. La angustia existencial de hoy pasa por no saber si ver una serie sueca o un reality coreano. Mientras tanto, la idea de la libertad como autodeterminación, como ejercicio ético y político, se diluye entre likes, reels y reseñas de restaurantes.

La libertad no es un lugar al que se llega, el sillón en el que te tiras a pasar el tiempo, es tránsito, y caminar, se sabe, cansa, implica equivocarse, corregir, mirar más allá del ombligo. No es lo mismo que dejarse llevar por la corriente con una cerveza en la mano y una sonrisa programada. Aunque claro, eso también puede ser libertad. Depende de si al final del trago uno se pregunta: ¿esto es libertad… o sólo estoy entretenido?, para después de la necesaria pausa de la distracción pensar en el otro.

No se trata de satanizar el ocio. El descanso también es un derecho. Pero convertir el ocio en el único símbolo de libertad es un empobrecimiento monumental: es confundir la entrada al cine con la entrada al pensamiento crítico. La libertad no es un boleto de consumo. Es un acto. Y siempre, un riesgo.

La libertad no es un lugar cómodo donde uno se tira a pasar el tiempo. Es tránsito, es movimiento, es desgaste: implica equivocarse, corregir, mirar más allá del ombligo.

Orwell, con su elegancia brutal, escribió que “la libertad es poder decir que dos más dos son cuatro”. Pero esa clase de libertad incomoda, cuestiona, rompe la comodidad. Por eso preferimos la versión light: la que no molesta, la que no exige, la que cabe en una historia de Instagram, en un pañuelo que nos reduce este ejercicio a un eslogan que determina que vivir libre es blindar las corridas de toros.

Lo preocupante no es solo que hayamos reducido la libertad a un derecho al entretenimiento. Es que, en el proceso, hemos arrinconado otros derechos más incómodos: el de disentir, el de protestar, el de exigir justicia. ¿Para qué levantar la voz si ya podemos ir a la zona de antros?, ¿por qué ocuparse de otras desigualdades si ya conseguimos que impusieran en letras doradas el nombre de la Feria y sus tradiciones?

Misión cumplida, nadie nos va a censurar, nadie impedirá que se realicen corridas de toros, festejemos reduciendo a un eslogan que simplifique el ejercicio de la libertad. 

Coda. Ahora a gritar “¡Vive libre!” desde las gradas mientras un toro se desangra en el ruedo. Porque en Aguascalientes, al parecer, la libertad no es ejercer derechos, sino blindar tradiciones. Que nadie se atreva a cuestionar la sangre como patrimonio, no vaya a ser que nos arruinen la fiesta. Mientras haya música, aplausos y cervezas, que no falte la ilusión de ser libres, libres de aplaudir la muerte, perdón, el arte de la fiesta brava, agitando un pañuelo, y olé.

@aldan

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