Apenas unos días después del fallecimiento del papa Francisco, la imagen del nuevo arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, José Francisco González González, recorriendo las calles en el papamóvil que transportó al pontífice en su histórica visita a Chiapas en 2016, provocó más incomodidad que júbilo entre los fieles.
El uso del vehículo, considerado por muchos como un símbolo de humildad papal, desató críticas en redes sociales, donde los usuarios reprocharon lo que interpretaron como un acto de “triunfalismo” fuera de lugar. Algunos señalaron que, en un contexto de duelo mundial, el prelado debía haber mostrado mayor sobriedad, especialmente en una región donde el catolicismo ha visto disminuir su influencia en las últimas décadas.
Durante el recorrido, que partió de la parroquia Santa Cruz en la colonia Terán hacia la catedral metropolitana de San Marcos, pocos ciudadanos sabían realmente quién era el hombre que, bajo un sombrero texano y la sotana episcopal, avanzaba en medio de un convoy escoltado por patrullas y motocicletas de tránsito. La escena, más parecida a una caravana política que a un acto pastoral, no pasó desapercibida.
Frente a las críticas, el arzobispo ofreció disculpas públicas. En conferencia de prensa, explicó que el uso del papamóvil ya estaba programado como parte de la logística previamente acordada con el comité de recepción, antes del fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio. Según González González, tras consultar con el nuncio apostólico sobre posibles cambios, la respuesta fue: “todo sigue igual”.
Insistió en que su intención no fue proyectar triunfalismo y que, de hecho, recorrió la mayor parte del trayecto a pie, “bañado en sudor” debido al calor atrapado dentro del vehículo de acrílico. Incluso bromeó al señalar que hubiera preferido un “póchimovil” —un triciclo ventilado, popular en Tabasco— antes que el caluroso papamóvil.
El prelado defendió también el uso de otros objetos históricos durante la ceremonia de toma de posesión, como el altar utilizado por San Juan Pablo II y el báculo del primer obispo de Tuxtla, José Trinidad Sepúlveda. A su juicio, mientras algunos objetos deben preservarse en museos, otros pueden seguir en uso si se manejan con reverencia.
La ceremonia de toma de posesión, celebrada en la catedral de San Marcos, estuvo acompañada de música de tambor y carrizo, danzas zoques y un significativo momento en el que González González recibió el bastón de mando de los pueblos originarios, símbolo de respeto y autoridad.
En medio de la polémica, el arzobispo trató de recalcar su mensaje central: ser “artesano de la paz”, en línea con los ideales promovidos por el propio papa Francisco. Agradeció la recepción de los fieles y llamó a no disminuir los esfuerzos para lograr escenarios de paz, en un Chiapas donde los desafíos pastorales son muchos y las heridas sociales aún abiertas.
Con 58 años de edad, y tras su paso como obispo de Campeche, González González asume el liderazgo de una arquidiócesis que, más allá de simbolismos y protocolos, exige una pastoral cercana, austera y profundamente comprometida con las realidades de su gente.
Que el debate haya girado más en torno a un vehículo que al mensaje de paz que intentó transmitir evidencia, quizá, la desconexión entre formas y fondo, entre lo que se pretendía significar y lo que en realidad se interpretó. En tiempos de duelo, los símbolos importan. Y en el catolicismo, aún más.




