En el imaginario colectivo, la maternidad es sinónimo de amor incondicional, entrega total y fortaleza infinita. Pero fuera del discurso endulzado y del hashtag de Pinterest, las cifras cuentan otra historia: la de millones de mujeres que maternan en condiciones de absoluta precariedad, emocional y económica, sin reconocimiento, sin descanso, y lo más alarmante, sin red de apoyo institucional.
Una maternidad sostenida sobre la desigualdad
Según la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT 2021), las mujeres en México dedican en promedio 39.7 horas semanales al trabajo no remunerado en el hogar, frente a las 13.8 horas que dedican los hombres. En hogares con niñas, niños o personas dependientes, esa cifra se eleva aún más. En otras palabras, maternar en México es un empleo de tiempo completo, sin salario ni prestaciones.
Este fenómeno tiene consecuencias directas en la autonomía económica de las mujeres. El acceso al empleo remunerado se ve limitado no solo por la carga de cuidados, sino también por la ausencia de políticas públicas integrales que garanticen estancias infantiles, licencias de maternidad reales o esquemas laborales flexibles. Para muchas mujeres, especialmente en contextos rurales, indígenas o de pobreza, la maternidad es una condena al desempleo.
Maternar sin descanso: el burnout que no se nombra
Mientras se romantiza la idea de que las madres “pueden con todo”, el agotamiento emocional se acumula como una bomba de tiempo. La salud mental materna rara vez entra en la conversación pública, salvo cuando se habla de “depresión posparto” como si se tratara de una anomalía individual. Pero lo que muchas madres viven va más allá: es el agotamiento estructural de una sociedad que naturaliza que ellas se desgasten sin límites.
Una investigación encabezada por la Dra. Margarita Nava y publicada en la Revista Mexicana de Salud y Cuidado Ambiental reveló que seis de cada diez madres mexicanas presenta síntomas de ansiedad extrema y un nivel de estrés de severo a extremo, además la mitad de las madres tienen problemas de depresión severa o extrema, y que la sobrecarga de trabajo no remunerado es uno de los factores más relevantes. Esta sobrecarga se agudiza en madres de hijes con discapacidad o enfermedades crónicas, quienes, además de la crianza, deben lidiar con trámites burocráticos, atención médica deficiente y un sistema de salud fragmentado.
Maternar sin red: el abandono del Estado
Las redes comunitarias y familiares, que antes fungían como soporte de los cuidados, han sido sustituidas por una lógica individualista que recae en la figura materna como única responsable. El Estado mexicano no ha construido una política nacional de cuidados, y los programas existentes —como las escasas estancias infantiles públicas o los apoyos por discapacidad— son insuficientes, fragmentarios y en muchos casos, inaccesibles.
Organizaciones como EQUIS Justicia para las Mujeres y el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir han señalado que la ausencia de un sistema nacional de cuidados perpetúa la desigualdad de género y vulnera derechos fundamentales. Las mujeres que cuidan no solo pierden ingresos y oportunidades: también pierden salud, tiempo, proyectos y, muchas veces, la posibilidad de imaginar una vida propia fuera de la maternidad.
Hacer visible lo invisible: el cuidado como responsabilidad colectiva
El debate sobre la maternidad en México no puede seguir centrado en ideales románticos. Es urgente repensar el cuidado como una responsabilidad social compartida, donde el Estado garantice servicios públicos dignos, y donde el sistema laboral y de salud reconozca y respalde el trabajo reproductivo.
Mientras tanto, las cuidadoras siguen ahí: invisibles, agotadas, imprescindibles. Y la pregunta incómoda persiste: ¿quién cuida a las que cuidan?




