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viernes, diciembre 5, 2025

Mensajes | Bajo presión por: Edilberto Aldán

Edilberto Aldán
Edilberto Aldán
Ex Director Editorial LJA.MX (2012 - 2024). Ex Colaborador (2024-2025).

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Bajo presión 

Mensajes

Durante mucho tiempo estaremos expuestos a la escena en que Omar García Harfuch se acerca a Claudia Sheinbaum para informarle sobre el asesinato de dos funcionarios cercanos a Clara Brugada. El gesto de la presidenta, la consternación, el asombro. La recepción de un mensaje, claro y brutal, por parte del crimen organizado.

A Ximena Guzmán y José Muñoz los asesinaron en Calzada de Tlalpan, a plena luz del día, a unos pasos de la maquinaria gubernamental que, en teoría, debería resguardar la vida. Los mataron en la ciudad que presume ser ejemplo de civilidad y justicia. Los mataron tan cerca del poder, pero tan lejos de la protección.

La respuesta oficial no se hizo esperar. Claudia Sheinbaum, aún con el eco de su triunfo presidencial, condenó los hechos, prometió justicia, anunció un despliegue de inteligencia, y abrazó -con palabras- a la jefa de Gobierno y a los familiares. “No habrá impunidad”, dijo, como quien recita la consigna de rigor, esa fórmula tantas veces dicha y tan pocas veces cumplida.

Pero el problema no está en lo que se dice, sino en lo que se calla.

Porque este crimen no huele solo a sangre. Huele a mensaje. A advertencia. A un reacomodo que se escribe con plomo y se firma con silencio. No mataron a personajes anónimos: eran parte del círculo íntimo de Brugada, militantes de larga data, operadores de confianza. No fueron víctimas circunstanciales: fueron elegidos. Y esa elección -por parte de quienes dispararon- es también un gesto político.

No hay que ser ingenuos. La ciudad no es ajena al crimen organizado, aunque a muchos les guste pensar que vive en una burbuja de institucionalidad. Aquí también se lavan millones, se pactan silencios, se reparten territorios. El asesinato de Ximena y José ocurre en una ciudad que apenas empieza a reconfigurarse bajo un nuevo liderazgo, en un país que no ha terminado de despedir a López Obrador pero ya comienza a probar el tono de Sheinbaum.

Y en ese interregno, donde el poder apenas se acomoda las vestiduras, los viejos fantasmas aprovechan para recordarnos que hay cosas que ni la Cuarta Transformación ha podido tocar: la violencia impune, el miedo que viaja en motocicleta, la justicia que siempre llega tarde.

Este no es solo un crimen. Es una prueba. Una prueba de que el discurso no basta, de que la investidura no es escudo, de que el poder -incluso en su versión transformadora- todavía no sabe proteger ni a los suyos.

Sheinbaum promete justicia. Ojalá la cumpla. Porque si alguien como Clara Brugada, símbolo de continuidad del obradorismo, puede ser vulnerada de esta forma, ¿qué le queda al resto? Lo de siempre: la ciudadanía sin nombre, sin protección, sin garantías frente a la violencia salvaje.

Y esto también es, tristemente, una advertencia: en México, incluso el poder está bajo amenaza. Y eso es lo más grave. Si todos coinciden en leer estos asesinatos como un mensaje del crimen organizado, lo que se derrumba debajo es la narrativa de que la violencia es solo un fuego cruzado entre cárteles. No. Es algo más profundo. Es poder enfrentando poder. Es el Estado cuestionado, vulnerado, puesto a prueba.

La escena entre Sheinbaum y Harfuch acaparará titulares. Otros hechos serán relegados, pero el mensaje ahí queda. Por ejemplo: el acto de humillación cometido en el Senado, donde Gerardo Fernández Noroña obligó al abogado Carlos Velázquez de León a disculparse públicamente en las instalaciones de la Cámara Alta.

La escena ocurrió en la Sala de Juntas de la Mesa Directiva. Fernández Noroña, que pedía foco -“yo pensé que había más medios”, se quejó-, terminó ofuscado porque el acto no le dio la proyección deseada, sino una lluvia de críticas. En respuesta, escribió en X: “A los fascistas les hizo mucha mella la disculpa pública. Es lo mínimo que tiene que hacer alguien que te agrede físicamente”.

Sheinbaum aclaró en la conferencia matutina que la humillación no fue una orden de la Fiscalía, sino un acuerdo dentro del sistema penal acusatorio. “Entiendo que la salida que pactaron fue la disculpa pública”, dijo, y responsabilizó de la explicación a Fernández Noroña.

Fernández Noroña es un pobre diablo. Aceptó la limosna de la presidencia del Senado tras presentarse como corcholata. El cargo le queda grande y su desempeño como legislador ha sido deplorable. Usa recursos públicos para promover su carrera personal, y su historial de insultos y agresiones es tan público como su ego.

Lo ocurrido con el abogado Velázquez de León no es un caso aislado: es la continuación del mismo patrón autoritario. Noroña no se cansa de llamarlo “fascista” en redes sociales, como si eso justificara su conducta. Dice que no fue una agresión personal, sino a su investidura. Se equivoca: fue el uso del poder como garrote.

Y se dice que hay que tomar las cosas de quien vienen. Justamente por eso es grave: porque un hombrecito puede usar el poder que le da el cargo para aplastar a quien piensa diferente. No es nuevo en él, pero sí lo es en la investidura que hoy ocupa.

Este hombrecito no pasará del Senado. Es fácil adivinar que en su futuro político solo alcanzará las migajas que los verdaderos líderes de la 4T le dejen caer del mantel. Pero el mensaje ahí está: la idiotez en el poder no entiende razones y es capaz de usarlo contra quienes disienten. Eso sí es peligroso.

Coda. Una muestra más de por qué son peligrosos los idiotas en el poder -por más pequeños que parezcan- es la decisión del Tribunal Electoral de Tamaulipas de imponer medidas cautelares contra El Universal y Héctor de Mauleón, tras la publicación de su columna “Huachicol y poder judicial en Tamaulipas”. Eso es censura. Es un ataque a la libertad de expresión. Pero bueno, ya prohibimos los narcocorridos.

@aldan

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