El video viral de MrBeast, “Exploré templos de 2000 años de antigüedad”, alcanzó más de 68 millones de vistas y llevó al influencer más popular del mundo a las selvas de Calakmul, Balankanché y Chichén Itzá. Pero la atención que recibió no fue solo por su alcance mediático, sino por la controversia que desató el uso de zonas arqueológicas mexicanas para un contenido que mezcla divulgación cultural con promoción de su marca de chocolates, Feastables.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) emitió una demanda administrativa dirigida a la empresa Full Circle Media, representante del creador de contenido, por lo que considera un uso indebido de la imagen de los sitios arqueológicos con fines comerciales. El organismo aclaró que si bien se otorgó un permiso de grabación, este “no autorizó la publicación de información falsa ni la utilización de la imagen de los sitios para la publicidad de marcas”.
Sin embargo, MrBeast —nombre artístico de Jimmy Donaldson— niega tajantemente cualquier demanda legal en su contra. En una larga publicación en su cuenta de X, aseguró que “jamás hemos sido demandados”, y calificó de falsas las versiones que circularon en algunos medios. Defendió que el proyecto se ejecutó bajo todas las normas, con permisos otorgados y bajo supervisión constante de representantes del INAH, arqueólogos mexicanos y funcionarios de los sitios visitados.
La gobernadora de Campeche, Layda Sansores, también salió en su defensa. A través de sus redes, calificó el video como una “enorme publicidad para el estado”, destacando su producción “con respeto y profesionalismo” y expresando desconcierto por la intención de sancionar la pieza por “adaptaciones dirigidas a una audiencia internacional de jóvenes y niños”, lo que en su opinión no transgrede la legislación vigente.
La Secretaría de Cultura y el propio INAH no han emitido hasta ahora un posicionamiento oficial posterior a la publicación de Donaldson, pero en declaraciones anteriores, el organismo reiteró que los permisos otorgados para producciones audiovisuales deben cumplir con condiciones específicas y buscan resguardar la integridad del patrimonio histórico.
En cuanto a la marca Feastables, cuya promoción generó una parte importante del debate, MrBeast explicó que las escenas fueron grabadas fuera de las zonas arqueológicas y que los funcionarios estaban al tanto de su inclusión. Incluso, ironizó sobre la etiqueta publicitaria que afirmaba que los chocolates eran “el único snack aprobado por los mayas”, aludiendo a su estilo narrativo característico.
Más allá del debate por la legalidad, lo que el episodio refleja es una colisión entre dos formas de comunicar la cultura: una institucional, ceñida a normas de conservación, y otra digital, pensada para captar la atención de millones de usuarios en segundos. El video de MrBeast no solo muestra zonas restringidas que usualmente están fuera del acceso público —una de las principales críticas de sectores arqueológicos y ciudadanos—, sino que pone sobre la mesa la desigualdad en el acceso al patrimonio y el poder que los creadores de contenido tienen para moldear narrativas.
No obstante, MrBeast también reveló acciones de apoyo a la región. Según sus propias declaraciones, su equipo ha financiado pozos y proyectos de agua en Campeche y ha estado en conversaciones con el INAH para la creación de un fondo destinado a apoyar la arqueología local y futuros descubrimientos. Aunque la existencia de este fondo aún no ha sido confirmada por el instituto, el gesto apunta a un intento de reciprocidad por parte del influencer, quien dijo que su intención era “difundir la cultura como agradecimiento por permitirnos filmar”.
La polémica sigue dividiendo opiniones en redes sociales. Para algunos, se trata de una oportunidad de difusión cultural masiva que podría incentivar el turismo y el interés por el legado prehispánico. Para otros, es un caso de apropiación simbólica y comercial de los vestigios históricos mexicanos.
En cualquier caso, el episodio con MrBeast obliga a repensar los límites entre promoción y explotación del patrimonio, especialmente en un contexto donde las plataformas digitales redefinen quién puede contar las historias del pasado. La viralidad tiene su precio, y no siempre lo paga quien la genera.




