El pasado 16 de mayo murió en Tlajomulco de Zúñiga, un suburbio de Guadalajara, Jalisco, el artista zacatecano Ismael Martínez Guardado, originario de Ojocaliente. Probablemente murió en su casa museo, entre perros, gatos, esculturas, maquetas, cactáceas, pinturas, árboles, grabados, guitarras, guitarrones, arpas, libros… De seguro su tránsito ocurrió al lado de su Dulce Compañía, Rebeca Lucía García Siordia, mujer discreta, omnipresente en la vida del artista visual, músico y quien sabe cuántas cosas más.
No daré pormenores de su trayectoria, que mejor lo hace la prensa nacional. Así de relevante fue su itinerario, su obra. Bastará con señalar que en algún momento de esta vida; de su vida, estuvo en Aguascalientes y formó parte de aquel grupo legendario que a muchos nos tiene puestos los ojos en el pasado, aunque su paso entre nosotros fue efímero. Y sin embargo, quizá a partir de entonces estableció un vínculo perenne con Aguascalientes. De hecho en 2022, en el contexto de la Feria de San Marcos, el Instituto Cultural de Aguascalientes le montó en el Museo Guadalupe Posada una exposición de gráfica que llevó el sugerente título de “Mitos y presagios”; quizá fuera esta la última ocasión en que tuvo presencia pública entre nosotros.
Me gusta lo escrito por el portal Zacatecas on line en su obituario, cuando afirma que Guardado “convirtió el arte en vehículo de memoria, de identidad y de transformación social.” En este sentido es una lástima que no haya en Aguascalientes una obra monumental al estilo de las que existen en Zacatecas, una obra que como las de Víctor Zamarripa, seguramente enriquecería el paisaje urbano de la zona, la memoria y la identidad.
Me acuerdo haber visto en su estudio un montón de pequeñas maquetas, esbozos de obras monumentales que sin duda embellecerían el espacio en el que fueran colocadas, estallidos geométricos, profusión de formas y colores. Me imagino que se le ocurría una idea, la esbozaba, la convertía en maqueta y la arrumbaba, a la espera de algún interesado con el capital suficiente como para magnificarla. Pero en principio sería en sí mismo el acto puro de creación, la mente inquieta que imagina cosas, las manos que le dan forma hasta su conclusión, sin más pretensión que la de soltar la rienda del cerebro y dejarlo volar; dejarlo volar, para luego comenzar nuevamente, en un proceso infinito que sólo la envidiosa muerte pudo interrumpir con un tajo de su helado brazo; maldita sea.
En la imagen el maestro aparece con una de sus obras, en su casa estudio, hogar hoguera, paraíso; palomar, cajita musical. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).




