Elon Musk ya no es parte del gobierno de Donald Trump. Así lo confirmó esta semana el propio empresario en su red social X, marcando oficialmente el fin de su etapa como “empleado especial” al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), la oficina creada para recortar el gasto federal. El anuncio no solo implica un giro personal, sino también un reflejo de las tensiones internas que atraviesan la relación entre Musk y el actual gobierno republicano.
Aunque el magnate agradeció a Trump por la oportunidad, el distanciamiento quedó evidenciado en sus declaraciones más recientes: se dijo decepcionado por el “enorme proyecto de ley de gasto” republicano, al que acusó de aumentar el déficit presupuestario y de sabotear los esfuerzos de DOGE. “Un proyecto de ley puede ser grande o puede ser bonito. Pero no sé si puede ser ambas cosas”, ironizó en CBS Sunday Morning.
La llamada “Ley de un gran y hermoso proyecto de ley”, aprobada en la Cámara de Representantes y ahora en revisión en el Senado, ha sido duramente criticada por expertos independientes, que estiman que podría aumentar el déficit en hasta 4 billones de dólares en una década. Para Musk, esto socava el mismo trabajo que lideró durante meses al frente del DOGE, que según el sitio oficial había ahorrado 175 mil millones de dólares, aunque un análisis de la BBC sugiere que esta cifra carece de respaldo verificable.
Más allá de los números, la narrativa dominante es la de una relación que se enfría. Musk fue el mayor donante de la campaña de Trump en 2024 —con contribuciones que superaron los 250 millones de dólares— y llegó a tener línea directa con el presidente. Pero hoy esa cercanía parece cosa del pasado. Según reportes de The New York Times, el presidente evitó mencionar a Musk durante su reciente gira por Medio Oriente, mientras que funcionarios del Golfo se enfocaban más en el enviado especial Steve Witkoff que en el empresario sudafricano.
La salida de Musk también parece motivada por el costo reputacional que su incursión política ha tenido para sus empresas. Tesla ha sufrido protestas, boicots y hasta incendios de vehículos eléctricos. “La gente quemaba Teslas. ¿Por qué harían eso?”, se preguntó en entrevista con The Washington Post. Además, reconoció que el enfoque político le hizo perder de vista sus negocios y anunció que ahora dedicará “24/7” a Tesla, xAI y SpaceX.
A esto se suma una frustración estructural. Musk aseguró que su experiencia en Washington fue una “batalla cuesta arriba” y criticó la complejidad de la burocracia federal. “Sabía que había problemas, pero mejorar las cosas en Washington es muy difícil, por decirlo suavemente”, confesó. Incluso su propuesta más famosa —obligar a los empleados federales a reportar cinco logros semanales o enfrentar el despido— tuvo que ser retirada en el Departamento de Defensa tras protestas internas.
Desde la Casa Blanca, los intentos por minimizar la ruptura han sido evidentes. El asesor Stephen Miller declaró que el megaproyecto fiscal no interfiere con las acciones de DOGE y defendió que la ley “reducirá el déficit”, pese a los análisis que indican lo contrario. Musk, por su parte, ha dejado claro que su futuro ya no pasa por la política. En abril aseguró que reducirá su participación en temas gubernamentales a “uno o dos días por semana” y que retomará el control total de sus empresas tecnológicas.
Pero el legado de Musk en Washington —aunque breve— no se esfuma del todo. Algunos de sus colaboradores, como Steve Davis y Antonio Gracias, continúan operando dentro de agencias federales. Mientras tanto, Musk se reconfigura como el empresario que, tras probar el poder desde dentro, vuelve a sus orígenes corporativos con más cicatrices que victorias.
En una publicación en X tras el vuelo de prueba fallido del cohete Starship, Musk escribió que el proyecto SpaceX representa una “gran mejora” y compartió una imagen en la que luce una camiseta con el lema “Ocupa Marte”. Quizá ese sea su próximo objetivo. Pero en la Tierra, su paso por la administración Trump terminó como tantas colaboraciones en Silicon Valley: con promesas infladas, egos heridos y un final anunciado vía red social.




