Bajo presión
Blanco y Negro
Todo dato es información, pero la historia que cuenta depende de la interpretación que se haga, el discurso de la clase política nacional que reduce todo proceso a vencedores y vencidos cubre con su ignorancia a la ciudadanía y obstruye la participación. Si las elecciones del domingo pasado se minimizan a éxito o fracaso dejaremos de ver las consecuencias de la indiferencia pública, incapaces de aprender cualquier lección.
La participación de votantes en la elección del Poder Judicial se calculó de un 12.57% mínimo a un 13.32% máximo, minutos después del anuncio de la consejera presidenta del INE, Guadalupe Taddei; la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo emitió un mensaje en que señalaba que era todo un éxito por la participación de casi 13 millones de personas. En la conferencia matutina, la presidenta subrayó que la elección del nuevo Poder Judicial fue un hecho “inédito, impresionante, maravilloso y democrático”, porque votó el doble número de personas que lo hizo en el primer ejercicio de consulta, dejando de lado que no son procesos comparables; no sólo eso marcó la ruta discursiva con que se va a debatir en la arena pública los resultados de la elección al comparar los votos de la elección del Poder Judicial con los votos que obtuvo cada uno de los partidos políticos de la oposición en las elecciones del 2024: el PAN obtuvo 9.6 millones, el PRI 5.7 millones y Movimiento Ciudadano 6.2 millones.
De inmediato, la oposición mordió el anzuelo, para descalificar el éxito del proceso electoral se subrayó que 87 millones no votaron. Para continuar con el guión de la polarización, Alejandro Moreno anunció que el PRI solicitará la anulación del proceso porque hubo un 95% de abstencionismo, entre otras ideas francamente ridículas que sirven para encender el mítin, no para establecer un diálogo.
Discutir en blanco y negro la elección del Poder Judicial echará un montón de basura sobre los datos que estamos obligados a analizar: el costo del proceso, los más de 500 millones de boletas sin usar, el cálculo del 20% de votos nulos o en blanco que reduciría la votación a un 9%, entre otros.
No acabamos de entender que la democracia es un proceso siempre en desarrollo, uno que exige aprendizaje, correcciones, voluntad de escucha, rendición de cuentas y, sobre todo, ciudadanos capaces de mirar más allá de los eslóganes. Si algo tendría que preocuparnos de esta elección del Poder Judicial no es sólo el porcentaje de participación o la manipulación del relato, sino el modo en que nos estamos resignando a renunciar a la deliberación pública.
Una democracia sólida no se construye sobre estadísticas acomodadas a conveniencia, sino sobre la discusión del conjunto de todos los hechos. El problema no es que haya narrativas distintas, sino que estamos perdiendo el hábito de contrastar versiones, de reconocer los matices, de dudar de las cifras que nos lanzan como piedras desde cada trinchera. El ejercicio democrático exige preguntarnos por qué votamos tan poco, cómo se diseñó el proceso, quién supervisó, qué margen de mejora hay para futuras consultas… y también exige escuchar a quienes no participaron, no para usarlos como cifra de abstención útil, sino como expresión de una desafección real. Si se mantiene el discurso de éxito o derrota jamás se podrá analizar qué provoca la indiferencia de los ciudadanos que no acudieron a votar, pero que en las encuestas declaraban cierto entusiasmo por la elección.
En este intercambio de victorias y derrotas, hemos dejado de mirar la labor del Instituto Nacional Electoral, el mismo que organizó con solvencia elecciones federales tan complejas como las de 2018 y 2024, hoy parece estar relegado a un papel casi decorativo, atrapado entre presiones presupuestales, cuestionamientos políticos y una presidencia sin la firmeza que exigen estos tiempos. La fiabilidad del INE no es un asunto menor ni un problema de agenda técnica: es una de las garantías esenciales de la vida democrática del país.
Si el INE empieza a ser visto como una institución irrelevante o prescindible, abrimos la puerta al caos. La democracia necesita árbitros confiables, reglas claras, transparencia y una ciudadanía que sepa exigirlas. No basta con celebrar que haya votado un número significativo de personas, también hay que preguntarse si ese número fue producto de una campaña informada, si los mecanismos para garantizar el voto libre funcionaron, si las reglas fueron claras, y si el proceso aportó legitimidad a un Poder Judicial en crisis.
Lo que hoy se juega no es sólo una evaluación de este ejercicio electoral, sino la posibilidad misma de sostener una conversación pública basada en datos verificables y en argumentos, no en golpes propagandísticos. Defendamos, de nuevo, siempre, el derecho a pensar en contra de todos los incentivos del espectáculo de la politiquería.
El escandaloso discurso triunfalista desde la presidencia oculta otra lección importantísima de las elecciones del domingo: la aprobación que tiene Claudia Sheinbaum no se traslada a Morena, esa mentira que es el eje del discurso de los voceros del oficialismo, no se reflejó en la elección del Poder Judicial y tampoco en las elecciones locales de Durango y Veracruz.
Con resultados preliminares Morena es el gran perdedor en ambas elecciones, la alianza PRI/PAN le gana en Durango, a pesar de las maniobras del hijo de Andrés Manuel López Obrador; en Veracruz, la también muy aprobada gobernadora Rocío Nahle ya salió a declarar que sólo se responsabiliza de su voto ante la pérdida de algunos municipios. Ya sabemos que el carisma no se hereda, si quiere funcionar como partido ganador, Morena debe intentar crecer a la sombra de la presidenta.
Coda. Las grandes sorpresas de la jornada electoral en Durango y Veracruz son Movimiento Ciudadano y el Partido del Trabajo, ambos crecieron sin alianzas, si creemos que no trabajan con las viejas estructuras de movilización, es indispensable analizar qué los convirtió en alternativas en esas elecciones.
@aldan
