Con la bandera de la dignidad ondeando en alto y un discurso que mezcla gallardía diplomática con retórica de campaña, la presidenta Claudia Sheinbaum confirmó su primer encuentro cara a cara con Donald Trump. La cita será durante la próxima Cumbre del G7, celebrada en Canadá, a la que México acude como país invitado junto a Brasil e India. El telón de fondo no podría ser más tenso: redadas migratorias, amenazas de impuestos a remesas y declaraciones cruzadas entre ambos gobiernos.
Desde Tlaxcala, Sheinbaum anunció que el lunes 16 de junio sostendrá una reunión con el mandatario estadounidense y parte de su equipo, en la que —según afirmó— “vamos a defender dignamente a las y los mexicanos de aquí y del otro lado de la frontera”. Un mensaje repetido en cada intervención pública, reforzado con un llamado al orgullo nacional y a la unidad. “Cuando nos respetamos, somos más fuertes”, dijo, como quien lanza un guiño patriótico al electorado, pero también un aviso cortés al inquilino de la Casa Blanca.
La narrativa oficial sugiere una postura firme pero dialogante. No habrá confrontación directa, pero tampoco sumisión. En palabras de la presidenta: “Vamos como somos los mexicanos: con convicción, pero siempre con diálogo”. No faltaron las ovaciones, ni los vítores de “¡Presidenta!” mientras prometía representar a todo un país.
El encuentro será especialmente simbólico por dos razones. Primero, porque es la primera vez que ambos mandatarios se ven en persona desde el regreso de Trump al poder. Segundo, porque ocurre en medio de un nuevo pico de tensión migratoria: protestas en ciudades como Los Ángeles y Nueva York, detenciones masivas de mexicanos y acusaciones de Washington hacia Sheinbaum por presuntamente incitar movilizaciones en territorio estadounidense. Un déjà vu con sabor a muro, pero con un nuevo reparto.
Además de la migración, Sheinbaum prevé abordar otros temas espinosos: el posible impuesto a las remesas —que la presidenta ha calificado como perjudicial para ambas naciones— y la seguridad fronteriza. Aunque no se ha especificado la agenda exacta del encuentro, la señal es clara: México quiere mantener el diálogo abierto, pero con los puños metafóricos listos en caso de que Trump insista en tensar la cuerda.
En paralelo al anuncio internacional, Sheinbaum aprovechó su gira en Tlaxcala para reforzar su imagen nacional: supervisó hospitales, elogió a la gobernadora local, y presentó el programa “Salud Casa por Casa”, que movilizará a 20 mil trabajadores de salud para atender a personas mayores o con discapacidad en todo el país. Un movimiento que combina bienestar social con músculo político, mientras se prepara para una cumbre donde cada gesto contará.
¿Logrará Sheinbaum traducir el discurso de dignidad en resultados tangibles frente a un Trump que ya activó la maquinaria electoral con tintes antimigrantes? La respuesta está por verse. Lo cierto es que, al menos en narrativa, la presidenta mexicana no quiere aparecer como secundaria en la escena global. Y en este encuentro, no solo se trata de diplomacia, sino de demostrar si la 4T puede navegar con aplomo entre la hostilidad republicana y las expectativas de millones de migrantes que exigen algo más que palabras.




