El calendario marca junio, pero el clima decidió adelantar la temporada alta. El huracán Erick escaló a categoría 4 durante la madrugada del jueves y ahora avanza con fuerza “extremadamente peligrosa” hacia las costas de Oaxaca y Guerrero, con vientos sostenidos de 230 km/h y rachas que podrían alcanzar los 275 km/h.
El Centro Nacional de Huracanes (NHC) confirmó la intensificación casi exprés del ciclón, ubicado a unos 65 km de Puerto Escondido y 145 km de Punta Maldonado. En otras palabras: está peligrosamente cerca, y cada vez más fuerte.
Pero a diferencia de otros años, y en especial de Otis, cuyo ascenso abrupto a categoría 5 pilló desprevenidas a autoridades y ciudadanía en 2023, esta vez sí hubo anticipación. Desde el miércoles se activaron 582 albergues, se suspendieron clases, se cerraron puertos y se desplegaron elementos de la Guardia Nacional, mientras la presidenta Claudia Sheinbaum hacía llamados a permanecer en casa o acudir a los refugios si se habita en zonas vulnerables. El Plan DN-III-E y el Plan Marina fueron activados.
La Coordinación Nacional de Protección Civil advirtió sobre lluvias extraordinarias en Oaxaca, torrenciales en Guerrero y Chiapas, oleajes de hasta 9 metros, trombas marinas y riesgo elevado de deslaves e inundaciones, sobre todo en zonas montañosas costeras. Chiapas, Colima, Michoacán y Jalisco también figuran en el mapa de impactos colaterales.
Mientras la tormenta avanzaba, la memoria colectiva se activaba en paralelo. En Acapulco, donde aún se reconstruye lo que Otis dejó en ruinas, comerciantes tapiaban locales y pescadores retiraban embarcaciones bajo cielos todavía despejados. Adrián Acevedo, que perdió dos lanchas y compañeros en 2023, lo dijo sin rodeos: “con Otis todo estuvo tranquilo hasta la medianoche, y al día siguiente fue el desastre”. Esta vez, nadie quiere confiarse del buen clima.
Francisco Casarubio, coreógrafo, llenaba su carrito con arroz y frijoles; Verónica Gómez cargaba agua y víveres. Ambos, como muchos más, decidieron que el miedo, al menos en esta ocasión, no se quedaría en pasividad. “Ahora no nos va a agarrar de sorpresa”, repetían varios entrevistados a medios como AP y El Universal.
No todos tomaron nota. Mientras las autoridades izaban banderas rojas en playas como Zicatela, algunos surfistas siguieron montando olas como si el apocalipsis tuviera horario de oficina. Y turistas se bronceaban junto a costales de arena, sin prisa ni conciencia de lo que un viento de 250 km/h puede hacer con una silla plástica.
Erick es apenas el primer huracán con nombre de la temporada 2025, en un año donde se espera la formación de hasta 37 sistemas tropicales. Y si algo ha dejado claro el cambio climático, es que la velocidad con la que se intensifican estos fenómenos —como ocurrió con Erick, que duplicó su fuerza en menos de 24 horas— no da margen para la improvisación.
La costa mexicana está alerta. No solo por el viento o la lluvia. También por el recuerdo. Porque cuando la tragedia ya enseñó la lección, no aplicar lo aprendido es más letal que el huracán mismo.
Vía Tercera Vía




