Mientras Israel e Irán intercambian misiles y ultimátums, el presidente Donald Trump decide tomarse un respiro. No para desconectarse del conflicto, sino para “reflexionar” durante dos semanas si Estados Unidos entra —o no— de lleno a la guerra. Una pausa que, lejos de apaciguar tensiones, ha generado una estampida diplomática de última hora y ha puesto a medio mundo en modo “esperar y ver”.
La vocera de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, fue la encargada de leer el mensaje de Trump: hay una “posibilidad sustancial” de negociaciones, así que tomará su decisión “en las próximas dos semanas”. Este gesto, interpretado por medios como BBC y CBS como una ventana a la diplomacia, llega justo después de días de amenazas que sugerían que la ofensiva aérea contra Irán era inminente.
¿Cambio de guión? ¿Estrategia para ganar tiempo? ¿O simplemente la habitual improvisación trumpista? Depende a quién se le pregunte.
Europa a escena… mientras EE.UU. se queda en bambalinas
La posible tregua ha movilizado con urgencia a los diplomáticos europeos. Los ministros de Exteriores del Reino Unido, Alemania y Francia viajaron a Ginebra para reunirse con representantes iraníes. David Lammy, ministro británico, admitió que hay una “ventana de oportunidad” para alcanzar un acuerdo, aunque sea apenas un resquicio.
Pero el papel de Estados Unidos en esta operación diplomática parece más espectral que protagónico. Mientras los aliados se mueven, los enviados estadounidenses, como el vicepresidente J. D. Vance y el asesor Steve Witkoff, siguen en Washington sin reuniones oficiales con Teherán. El propio Trump se ha mostrado escéptico sobre si estas gestiones funcionarán y, según reporta The Wall Street Journal, ha preferido quedarse recibiendo briefings de inteligencia antes que lanzarse a la arena internacional.
¿Negociaciones sin condiciones? Spoiler: hay muchas
Pese a los mensajes cruzados, hay algo claro: Irán no va a sentarse a negociar mientras sigan cayendo bombas israelíes. Así lo ha dejado claro su canciller Abbas Araghchi. Aun así, funcionarios estadounidenses siguen repitiendo que hay “correspondencia continua” con Teherán, aunque no haya indicios de reuniones formales.
La línea roja iraní sigue siendo el enriquecimiento de uranio. Y ahí es donde empieza el verdadero embrollo. La Casa Blanca insiste en que cualquier acuerdo debe incluir el fin total de esta práctica, mientras Irán no ha dado señales de ceder. ¿Resultado? Un bucle diplomático en el que cada parte espera que la otra dé el primer paso, mientras el reloj corre.
Trump y sus asesores: guerra sí, pero cortita
Según CBS y BBC, Trump ha preguntado insistentemente si es posible eliminar con bombas antibúnker las instalaciones nucleares subterráneas de Irán, sin verse arrastrado a una guerra larga. La respuesta —como casi todo en política exterior— es ambigua. El presidente quiere una solución quirúrgica, instantánea y sin secuelas, pero sus propios aliados, como Steve Bannon, advierten que eso es una fantasía peligrosa.
En paralelo, los diplomáticos estadounidenses siguen operando sin un libreto claro. Según fuentes citadas por The New York Times, no hay instrucciones específicas del Departamento de Estado sobre cómo proceder, lo que ha dejado a los aliados europeos con más dudas que certezas.
¿Una jugada de póker nuclear?
Mientras los medios especulan, Trump juega con las cartas cerca del pecho. “Puede que lo haga. Puede que no lo haga”, dijo sobre una posible intervención. Mientras tanto, en Truth Social, acusó a The Wall Street Journal de no tener “ni idea” sobre sus verdaderas intenciones respecto a Irán.
Pero si hay algo en lo que su administración insiste es en que Irán “podría tener un arma nuclear en quince días” si su líder supremo así lo ordena. Una afirmación que no comparte la propia comunidad de inteligencia estadounidense, pero que le da a Trump una justificación retórica para mantener la amenaza sobre la mesa.
En suma: la diplomacia está en marcha, pero en piloto automático. El reloj de dos semanas está corriendo, los misiles siguen volando en Medio Oriente, y el mundo entero se encuentra a merced del humor político de un presidente que decide los destinos globales entre un almuerzo con Bannon y una publicación en redes sociales.




