En 2003, los MTV Video Music Awards hicieron historia: Madonna besó a Britney Spears y a Christina Aguilera frente a millones de espectadores. Aunque el escándalo mediático fue inmediato, no fue la primera vez que un beso entre mujeres aparecía en la televisión estadounidense. Pero ese momento, transmitido en vivo y en horario estelar, fue un punto de quiebre: el beso queer había entrado en la cultura pop con todas sus implicaciones. ¿Erotismo? ¿Marketing? ¿Protesta? ¿Todo a la vez?
Hoy, a dos décadas de ese instante, la representación de besos entre personas del mismo sexo en medios masivos ha evolucionado, pero no ha dejado de ser un acto profundamente político. El beso, como símbolo de afecto público, pone a prueba la tolerancia, desafía normas y sigue provocando reacciones intensas: desde ovaciones hasta boicots.
El gesto que incomoda (y vende)
Hay besos queer que escandalizan por quienes los dan, no por lo que significan. En 2022, Bad Bunny besó a uno de sus bailarines durante su presentación en los VMAs. El momento fue viral, elogiado por muchos y criticado por otros, especialmente sectores conservadores. ¿Fue una muestra auténtica de fluidez sexual o una estrategia más de su marca rebelde?
La pregunta, incómoda pero necesaria, nos lleva a cuestionar si algunos besos en la industria del entretenimiento responden más al cálculo comercial que al compromiso con la representación. De hecho, muchos activistas han señalado que el uso de imágenes LGBT por parte de figuras heterosexuales a menudo se queda en la superficie: es estético, pero no estructural.
De la marginalidad al prime time (con condiciones)
En el terreno de la ficción, el beso LGBT ha pasado de ser tabú a convertirse en recurso narrativo. En series como Heartstopper, Sex Education, Young Royals o Euphoria, los besos queer no son solo un momento aislado: forman parte de historias más amplias que abordan identidades, vínculos y violencias.
Sin embargo, el avance no ha sido uniforme. Cuando The Owl House, una serie animada de Disney, mostró el primer beso entre dos personajes femeninos, la producción enfrentó presiones internas y restricciones de la cadena, como lo confirmó su creadora Dana Terrace. La inclusión LGBT en contenidos dirigidos a jóvenes y niñas/os sigue siendo terreno disputado.
Y aún hoy, en muchos casos, los besos queer en pantalla vienen acompañados de consecuencias dramáticas: el rechazo familiar, el bullying escolar, la muerte de uno de los personajes. Aunque algunos relatos buscan visibilizar realidades difíciles, otros perpetúan la idea de que el amor LGBT es sinónimo de tragedia.
El beso como desafío (o provocación)
Históricamente, el beso LGBT también ha sido una herramienta de protesta. Desde los “kiss-ins” organizados por activistas en los años 60 y 70 frente a comisarías y bares que discriminaban a personas queer, hasta las muestras públicas de afecto en países donde la homosexualidad es penalizada, besar ha sido resistir.
En 2012, cuando el director de La vida de Adèle recibió la Palma de Oro en Cannes, el beso entre las protagonistas acaparó titulares. Y mientras algunos medios celebraban la “valentía” del film, críticas feministas y queer advirtieron el riesgo de que el deseo lésbico fuera retratado bajo una mirada masculina fetichizada.
En contraposición, películas como Moonlight o Call Me By Your Name pusieron en primer plano besos que no necesitaban justificar su existencia con morbo o tragedia. Simplemente eran gestos de amor, deseo y humanidad. En palabras del crítico Richard Brody (The New Yorker): “Cuando el beso no necesita ser explicado, ahí comienza la verdadera representación”.
¿Qué significa besar en 2025?
En pleno 2025, un beso entre dos hombres o dos mujeres aún puede desencadenar una ola de mensajes de odio en redes, censura en países como Rusia, Arabia Saudita o China, o la pérdida de contratos publicitarios. Pero también puede generar conversación, identificación, visibilidad.
El beso queer en la cultura pop sigue siendo un campo de disputa. Puede ser superficial o transformador, según el contexto. Puede venir de una drag queen en un reality o de un personaje en una serie infantil. Puede provocar incomodidad, ternura, deseo o rechazo. Pero, sobre todo, sigue recordándonos que lo personal es político.




