El pasado 21 de julio, el doctor Salvador Camacho Sandoval, que por cierto es doctor, publicó en Diálogos en la pluralidad, un artículo titulado “Cuando los desnudos son pecado”, un texto para recordar un episodio en la vida del Instituto Cultural de Aguascalientes, en el contexto del 40 aniversario de la institución…
El tema fue la censura ejercida por las autoridades del Ayuntamiento de Aguascalientes, que presidía el panista Alfredo Reyes Velázquez, a una exposición fotográfica de la obra de Carlos Llamas Orenday, montada en el Centro de Artes Visuales.
El episodio; vergonzoso episodio, atrajo una rechifla que llegó incluso al otro lado del Océano Atlántico -no es metáfora- y trajo como consecuencia que aquella fuera, quizá, la exposición más visitada de la historia de la institución; la más publicitada.
El artículo de Camacho me recordó un, digamos, no episodio, que quizá pasara por censura. Quizá. No lo sé ni lo afirmo, y que tuvo como vórtice la pieza de la imagen, que me parece haber escuchado es de la autoría de Carlos Sánchez.
En su origen la escultura de esta exuberante mujer apareció en el hueco norponiente del Mausoleo de Contreras en el Museo de Aguascalientes, y de pronto desapareció, no sé cuánto tiempo después de su colocación, 15 días, un mes; no sé, y apareció en donde la ve usted, en el patio del museo. Alguien me dijo -juro por la salud de su político favorito que no recuerdo quien- que la habían retirado de su emplazamiento “para darle mantenimiento”. ¿Cómo! Si la pieza era nuevecita.
Pero nunca regresó a su lugar, y tal vez ese mismo alguien me contó que otro alguien se había quejado por… semejante exuberancia, tan expuesta y explícita, por lo que la pieza fue archivada. Nadie sabe, nadie supo. Un no episodio. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).




