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viernes, diciembre 5, 2025

Energías masculinas y femeninas: roles de género con nuevo disfraz

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En los últimos años, la popularización de los términos “energías femeninas y masculinas” ha reforzado, parece que, con un nuevo disfraz, estereotipos y roles de género tradicionales. En espacios digitales y conversaciones que parecen comunes escuchamos a personas atribuir adjetivos, rasgos y conductas a estas supuestas energías. La ambición, la determinación o el liderazgo se presentan como “masculinos”, mientras que la sensibilidad, la intuición o el cuidado, como “femeninos”.

 

En nuestra actualidad, mientras celebramos avances en igualdad de género y diversidad, esta tendencia se extiende por redes sociales, talleres de crecimiento personal y espacios que se autodenominan progresistas. Bajo una idea de modernidad espiritual y lenguaje pseudocientífico, esta corriente no hace sino remoldelar los roles tradicionales de género con un nuevo acabado que los vuelve incluso más difíciles de cuestionar. Cuando una mujer demuestra liderazgo, determinación o capacidad de toma de decisiones, se dice que está “conectando con su energía masculina” y cuando un hombre expresa sensibilidad, empatía o cuidado hacia otros, se considera que “abraza su energía femenina”. Esta aparente apertura esconde una rigidez más perjudicial que los estereotipos tradicionales, porque se presenta como liberadora cuando en realidad es profundamente limitante.

 

El problema de fondo es que esta perspectiva perpetúa la idea de que ciertas características humanas universales pertenecen inherentemente a un género específico. Es decir, la fortaleza, la determinación y el liderazgo no son masculinos por naturaleza, así como la sensibilidad, la intuición y el cuidado no son exclusivamente femeninos, sino que son cualidades humanas que cualquier persona puede desarrollar independientemente de su sexo biológico o identidad de género.

 

Desde la psicología social, se ha demostrado que los roles de género son construcciones culturales que varían significativamente entre sociedades y períodos históricos. Lo que en una cultura se considera “femenino” puede ser “masculino” en otra. Los estudios de Margaret Mead en los años treinta demostraron cómo diferentes sociedades asignaban roles completamente opuestos a hombres y mujeres, evidenciando que no existe nada natural o universal en estas divisiones. La teoría de género desarrollada por académicas como Judith Butler evidenció cómo el género es un performance, o sea, una serie de actos repetidos que crean la ilusión de una identidad natural y coherente y que cuando hablamos de energías masculinas y femeninas, no estamos describiendo realidades biológicas o espirituales, sino reforzando estos performances culturalmente construidos.

 

Es entonces que me parece preocupante que esta corriente encuentre resonancia en espacios que se consideran alternativos o progresistas. El lenguaje de la “energía” le otorga una legitimidad aparentemente científica y espiritual que hace más difícil su cuestionamiento. ¿Cómo argumentar contra algo que se presenta como “natural” y “cósmico”? Esta estrategia retórica no es nueva, ya que históricamente, los grupos conservadores han apelado a la “naturaleza” para justificar desigualdades sociales. El neurocientífico Cordelia Fine, en sus investigaciones sobre diferencias cerebrales entre sexos, demostró cómo muchas de las supuestas diferencias naturales entre hombres y mujeres son en realidad producto de la socialización y los sesgos culturales y que el cerebro humano es extraordinariamente plástico, y las diferencias que observamos están más relacionadas con las expectativas sociales y las oportunidades de desarrollo que con determinismos biológicos.

 

Cuando una mujer adolescente escucha que su ambición y determinación son “energía masculina”, el mensaje implícito le será claro y pensará que estas cualidades no le pertenecen naturalmente, sino que debe conectar con algo ajeno a su esencia femenina para acceder a ellas. Así también, cuando a un hombre adolescente se le dice que su sensibilidad proviene de su “energía femenina”, se le está diciendo que la empatía no es parte inherente de la masculinidad. Esta división tiene consecuencias en el desarrollo personal y profesional. Las mujeres continuamos sintiéndonos extrañas o inadecuadas cuando ejercemos liderazgo, mientras que los hombres experimentan vergüenza al expresar vulnerabilidad. Es entonces que la supuesta integración de ambas energías no resuelve el problema de fondo, sino que solo refuerza la creencia de que existen formas correctas e incorrectas de ser mujer u hombre. La antropóloga Helen Fisher, mostró cómo la diversidad de personalidades y habilidades dentro de cada género es mucho mayor que las diferencias promedio entre géneros; sin embargo, nuestra tendencia cognitiva a categorizar y simplificar nos lleva a enfocarnos en las diferencias y a ignorar las similitudes y la variabilidad individual.

 

El discurso de las energías también invisibiliza las luchas históricas de los movimientos feministas y de diversidad sexual. Cuando se naturaliza la división de características humanas en masculinas y femeninas, se desconoce el trabajo político y social necesario para cuestionar estas categorías y ampliar las posibilidades de expresión para todas las personas.

 

Lo que me parece importante, e inquietante, en puntualizar, es que esta corriente gane popularidad en un momento histórico en que los roles tradicionales de género están siendo cuestionados más que nunca. Frente a la incertidumbre que genera la flexibilización de normas sociales, el concepto de “energías” ofrece la falsa certeza y la ilusión de que podemos mantener las categorías tradicionales mientras aparentamos trascenderlas.

 

El lenguaje de las energías no solo es inexacto científicamente, sino que constituye un obstáculo real para la igualdad. Mientras sigamos creyendo que ciertas cualidades pertenecen naturalmente a un género específico, continuaremos limitando el potencial humano y perpetuando desigualdades que se creían superadas. No necesitamos energías masculinas o femeninas, más bien necesitamos reconocer que somos, simplemente, complejos, contradictorios y humanos.

Vía Tercera Vía

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