La moda siempre ha sido un espejo de la economía. En tiempos de prosperidad, los colores vibrantes, los tejidos lujosos y la ostentación dominan las pasarelas; en tiempos de crisis, la ropa se vuelve más práctica, neutra y, muchas veces, de menor calidad. Hoy, con la amenaza de una nueva recesión global impulsada por los conflictos geopolíticos, las tensiones comerciales de Estados Unidos y una inflación persistente, la industria de la moda se encuentra de nuevo frente a ese dilema: reinventarse o resignarse a volverse “más chafa”.
Los números ya empiezan a mostrar señales. LVMH, el conglomerado de lujo más grande del mundo, reportó en el primer trimestre de 2025 una caída de 1.9 % en ingresos, con una baja de 4 % en su división de moda. A la par, Kering registró un desplome de 13.8 % en ventas y H&M retrocedió 1.5 % en el mismo lapso. Este freno no es aislado: responde a consumidores más cautelosos, particularmente jóvenes que piensan dos veces antes de gastar.
La moda de crisis: colores neutros y telas duraderas
“En épocas de recesión, la gente compra ropa en tonos neutros o telas resistentes como la mezclilla, porque combinan con más prendas y duran más tiempo”, explica Francisco Jesús Guzmán, investigador de mercadotecnia en el Tecnológico de Monterrey. Y esa lógica parece estar repitiéndose.
No es la primera vez que sucede. Durante la Gran Recesión de 2008, la moda se replegó hacia la sobriedad. Los logotipos quedaron prohibidos y el “lujo discreto” dominó, una estética que hoy resuena de nuevo, impulsada por la cultura pop y hasta por las tendencias de consumo en TikTok.
¿Por qué la ropa se siente de peor calidad?
Más allá del diseño, la sensación de que “la ropa ya no dura” tiene raíces históricas. Usuarios en foros como Reddit recuerdan que, tras la crisis de 2008 y la relocalización de la producción textil a China y otros países, muchas fábricas en Estados Unidos y Europa se desmantelaron. Con ellas desaparecieron telares capaces de producir hilos más resistentes y tejidos más densos. El resultado: telas con fibras más cortas, menos hilos por pulgada y una calidad general inferior.
Hoy, solo unas cuantas empresas en Europa y Japón mantienen esos estándares de producción. Para la mayoría de las marcas, el camino sigue siendo abaratar costos y acelerar procesos.
De la oficina al antro, un solo look
La moda poscrisis también cambia la forma en que vestimos socialmente. Tras 2008, el business casual se convirtió en el uniforme universal: lo mismo servía para una junta que para una noche de fiesta. La gente dejó de invertir en vestuarios para diferentes ocasiones y buscó prendas versátiles que justificaran cada gasto. No es casualidad que esa estética haya marcado a los millennials en la primera mitad de los 2010.
Hoy, con las alertas encendidas, el patrón comienza a repetirse: ropa más sobria, más práctica, más barata, aunque menos duradera.
La moda, al final, no es ajena a la economía. Cada crisis nos recuerda que lo que usamos no solo responde a la estética del momento, sino también a las presiones de un bolsillo cada vez más ajustado.




