La Columna J
La sabiduría estoica: brújula en tiempos de incertidumbre
“Aprender a discernir con serenidad qué merece nuestra atención, qué exige nuestra acción y qué debe ser dejado al fluir natural de la vida, pues solo en ese equilibrio el ser humano encuentra la verdadera libertad interior”.
Estimado lector de este reconocido medio LJA.MX, con el gusto de saludarle como cada semana y agradeciendo profundamente su tiempo y atención para dar lectura a estas palabras. En esta ocasión retomo la reseña estoica en un punto específico: la sabiduría. Dentro de la interpretación conceptual de esta palabra existe una hondura digna de análisis y de introspección individual.
Los estoicos concebían cuatro virtudes cardinales, las cuales fungían como brújula moral y faro que guía ante las problemáticas y vicisitudes de la vida. Sin duda alguna vivimos en un mundo que escasamente busca la sabiduría, pues se encuentra ocupado y preocupado por trabajar, consumir y generar más ingresos, dejando de lado la percepción ontológica que demanda la propia existencia frente a la impermanencia de la vida. En los centros académicos, propiamente, se enseñan matemáticas, historia o geografía, pero no existe una línea vinculante entre el aprendizaje y la sabiduría, que son conceptos distintos, con ciertas similitudes, pero esencialmente diferentes.
El estoico que introduce la sabiduría como virtud fundamental es Zenón de Citio, fundador del estoicismo, quien en sus enseñanzas la expone como base y pilar de toda la filosofía. En su planteamiento inicial, la doctrina estoica sostenía que la virtud es el único bien y que vivir conforme a la naturaleza significa vivir de acuerdo con la razón. Entre las virtudes cardinales estoicas, la sabiduría (sophía) ocupa un lugar central, ya que es la que guía a todas las demás: justicia, fortaleza y templanza. La trascendencia de este concepto se relaciona directamente con la capacidad de diferenciar aquello que sí podemos cambiar de lo que no está en nuestras manos.
“Ser sabio es comprender que cada experiencia, incluso el dolor y la pérdida, encierra una enseñanza que pule nuestra alma, y que la grandeza de la existencia no se mide por el poder o la riqueza, sino por la capacidad de actuar con justicia, templanza y compasión en medio de la incertidumbre”.
Este es un punto sumamente complejo, pues el ego y la ambición hacen pensar al ser humano que todo lo puede. Es justo ahí donde se separa de la naturaleza: su criterio se nubla, pierde la esencia, se aleja de la sabiduría y cae en contradicciones elementales que, con frecuencia, derivan en ignorancia, sufrimiento y frustración. Posteriormente, Crisipo de Solos profundizó en esta idea, desarrollando un sistema lógico y ético en el que la sabiduría no era solo una disposición intelectual, sino la capacidad práctica de discernir entre lo que depende de nosotros y lo que no, para actuar en consonancia con la razón universal (logos).
Es menester resaltar que la filosofía no es únicamente la charla afable e introspectiva que promueve el pensamiento crítico, sino también un esquema formal y metódico que permite dilucidar la lógica de los conceptos y paradigmas. Ante este preámbulo, Crisipo elaboró de manera estructural la base lógica que sostiene a la virtud.
El ser humano vive en una constante negación frente a las dificultades que le presenta la vida. La sabiduría no es simplemente “saber que se sabe”, es mucho más que eso: es la aceptación, el abrazo al destino en todas sus facetas, en cada tragedia y en cada comedia, en cada abandono y en cada reencuentro. En su definición podemos entender la sabiduría como la capacidad humana de discernir, comprender y actuar conforme a la verdad. Este concepto se concibe de manera compleja, no obstante, cuando se dirige a la justicia y a la razón, integra conocimiento, experiencia y reflexión para orientar la vida hacia el bien y la plenitud.
No se reduce a la acumulación de información, sino que implica prudencia en las decisiones, coherencia entre pensamiento y acción, y la capacidad de ver el sentido profundo de las cosas. Paradójicamente, lo más sencillo se vuelve complejo: es la extensión de un eterno retorno.
“No pedimos esta habitación ni esta música, fuimos invitados a entrar. Por ello, porque la oscuridad nos rodea, volvamos nuestro rostro hacia la luz. Soportemos la dificultad para estar agradecidos por la abundancia; se nos ha dado el dolor para asombrarnos con la alegría. Se nos ha dado la vida para negar a la muerte. No pedimos esta habitación ni esta música. Pero, simple y sencillamente, porque estamos aquí, bailemos”: Simons.




